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El secreto para elegir el mejor regalo

Mikel Jaso

Cuando queremos darle un obsequio a alguien, tenemos que pensar en esa persona. No en nosotros. Cuidar de alguien, como de una planta, significa conocer lo que le hace feliz y en qué dosis.

EL PRIMER DÍA de clase como profesora en ESADE de una de las asignaturas que he impartido durante muchos años —Relaciones Humanas: Análisis del Comportamiento de las Personas—, saludé a los nuevos estudiantes con un “Buenos días” y les invité a tomar nota del trabajo que tenían que presentar la semana próxima. El trabajo propuesto era el siguiente: “Tenéis que comprar una planta, no hay preferencia ni presupuesto al respecto. La dejáis en el lugar de vuestra casa que queráis y durante el curso no le proporcionéis cuidado alguno. Únicamente tenéis que tomar cada semana una fotografía suya y traerla a clase para comentarla”.

Pueden ustedes imaginar el desarrollo del trabajo y la presentación final del mismo. Era terrible ver cómo se iba deteriorando la planta y más terrible aún el final de la misma. El trabajo en sí era sencillo, pero de lo más ilustrativo.

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Con las personas sucede lo mismo; si no las cuidas, se deterioran indefectiblemente.

Cuando voy a comprar una planta le pido al vendedor de la floristería si me puede dar las instrucciones para su cuidado porque, aunque todas son plantas, tienen necesidades diferentes. Las hay de interior y de exterior; unas precisan poca agua y otras mucha; unas necesitan más luz que otras, y las hay que no toleran las corrientes de aire…

¿Qué pasa si la que necesita mucha agua la regamos poco?

¿Qué pasa si la que necesita poca luz la ponemos en una terraza?

¿Qué pasa si la que es de exterior la tenemos en el interior de la casa?

¿Qué pasa si a la que precisa mucha tierra la ponemos en una pequeña maceta?

Como vemos, todas las plantas necesitan lo mismo, lo único que varía es la cantidad.

Con las personas pasa exactamente igual, todos necesitamos lo mismo para sentirnos bien, lo que nos diferencia es la cantidad, la dosis que nos hace sentir confortables.

Hay personas que necesitan mucho reconocimiento, otras con algo menos ya se sienten bien.

Hay personas que necesitan mucho ser escuchadas, otras que con menos se sienten mejor.

Hay personas que necesitan mucha atención; otras, si son el centro de atención, se sienten incómodas.

Hay personas que necesitan que las miren mucho, otras que prefieren pasar inadvertidas.

Hay personas que necesitan del contacto físico con el otro, otras prefieren que no lo haya.

Sin embargo, esto que nos resulta tan evidente con las plantas, parece que cuando se trata de las personas, de sus emociones y de sus sentimientos nos resulta diferente.

Si realmente te importa el otro, lo propio será hacer lo que le guste al otro

Somos capaces de razonar que la planta no es persona y, por tanto, hacemos un esfuerzo para salir de nosotros y preguntarnos qué debemos hacer para que esté bien cuidada, tenga una vida más larga y nos acompañe más tiempo. Todo ello es algo que parece que no acostumbramos a hacer con nuestros congéneres, ya que no estoy muy segura de si nos preguntamos qué es lo que podemos hacer con los que nos rodean para que se sientan mejor.

Todos en alguna ocasión hemos escuchado a alguien que, haciendo gala de un alarde de generosidad, se pone como ejemplo a seguir y exclama: “Yo nunca hago nada a nadie que no me gusta que me hagan a mí”.

Si realmente te importa el otro, si piensas realmente en él, lo propio será hacer lo que le guste al otro.

Cuando hemos de pensar en un regalo para alguien, ¿hemos de tener en consideración lo que le gustará al otro que le regales o lo que te gustaría a ti que te regalaran?

Tengo un amigo de la infancia al que cuando he de hacerle un regalo, primero voy a la tienda y, tras mirar detenidamente qué posibilidades de regalo hay, escojo lo que a mí más me horrorizaría que me regalaran. Jamás me atrevería a salir a la calle con la prenda con la que le voy a obsequiar. Tendrían ustedes que ver con qué satisfacción lleva la susodicha prenda a lo largo del tiempo, que es lo que me permite comprobar que no lo hace por quedar bien.

El mejor regalo es que piensen en ti.

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