Desechos corporales


ESTOS ZAPATOS, EXPUESTOS en el Memorial de Auschwitz, pertenecieron a las víctimas del nazismo. A primera vista, parecen una masa informe de cuero que metaforiza el amontonamiento de los seres humanos a quienes pertenecieron. Montañas de cadáveres flacos, con las costillas dibujadas en la piel y las cabezas, rapadas, actuando de centro de gravedad de aquellos cuerpos comidos por los piojos. Los hemos visto en documentales en blanco y negro. No daban los hornos crematorios para incinerar a tanta humanidad, así que los difuntos se iban arrojando a los vertederos apocalípticos improvisados junto a las oficinas del crimen o a los barracones de los presos, donde formaban pirámides de carne. Ignoramos cuándo se perdía la sensibilidad, si en la primera o en la segunda capa de interfectos; cuándo el olfato se acostumbraba a la peste producida por la descomposición corporal; cuándo el ruido sordo de un difunto al caer sobre los otros dejaba de provocar un estremecimiento a los verdugos. Aunque tenemos muy mitificada la sensibilidad.
Tal vez no la hubo nunca.
Como los cadáveres ya no se pueden exponer, se exponen sus zapatos tirados de cualquier manera también, mezclados los izquierdos con los derechos, los de cordones con los de hebillas, los altos con los bajos. Todos se encuentran tan maltrechos como los pies a los que pertenecieron, todos están muertos, algunos con la lengüeta fuera, como si hubieran expirado jadeando; otros, con la suela arrancada. Destaca, en medio del desastre, esa pieza roja y no del todo informe, que da la impresión de querer hablar por los demás.
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