‘Parlem’
Sí, pero tanto por las buenas como por las malas
Ha nacido con mal pie el flamante primer Gobierno de coalición? Así parece. Muchos esperábamos que la botadura del nuevo gabinete disfrutaría de entrada de una buena racha, llevado en volandas por un impulso favorable (el momentum en jerga estadounidense) que le permitiera navegar viento en popa rumbo a los Presupuestos. Pero sin más éxito que el acuerdo de subida del salario mínimo, casi todo lo demás han sido errores o fallos: la okupación de la Fiscalía General, el empecinamiento con el aciago Tezanos, el vodevil bolivariano de Barajas, la doble rectificación de la mesa de diálogo…
Aunque quizá no convenga exagerar. La colonización del ministerio público, que tanto ha ofendido a la farisaica oposición, es un vicio habitual de todos nuestros gobiernos: no hay más que recordar las maquinaciones del príncipe de las tinieblas Trillo en la trastienda del poder judicial. Y el incidente Ábalos no deja de ser una anécdota irrisoria, por mucho que la oposición ultra lo eleve a la categoría de lesa patria. Pero en cambio, el choque con Esquerra Republicana, de la que depende el destino del gabinete, constituye un error bastante más grave. Aunque pensándolo mejor, quizás estemos ante un ejemplo del dicho de que no hay mal que por bien no venga. Al parecer, todo fue producto de un malentendido por falta de comunicación, pues bastó un cara a cara entre Rufián y Sánchez para que se resolviera el equívoco. ¡Parlem!
Y esto viene a confirmar el perspicaz análisis de Josep M. Colomer en estas páginas, cuando definió la negociación entre el Gobierno y el secesionismo como un dilema del prisionero: para lograr que las dos partes cooperen en lugar de dañarse mutuamente resulta imprescindible que se comuniquen entre sí: parlem. Esto es lo mismo que la cláusula preventiva de salvaguardia que Leonardo Morlino propuso para superar las crisis de una coalición dominante: un acuerdo informal que permita resolver los conflictos internos de poder. Y para ello no bastan los protocolos formales de comunicación, como los detallados en los pactos entre los componentes del Gobierno de coalición PSOE-UP, sino que hacen falta conversaciones informales cara a cara como el tête-à-tête entre Rufián y Sánchez: hablemos, parlem.
Sin embargo, para superar el dilema de los prisioneros la comunicación entre las partes es una condición necesaria pero no suficiente, pues además hace falta la capacidad paritaria de devolver favor con favor y golpe por golpe: es el célebre “toma y dada” (tit for tat) propuesto por Robert Axelrod en su muy citado análisis del dilema del prisionero. Para lograr la cooperación de ERC (o la cooperación de Unidas Podemos) hace falta no sólo hablar informalmente con Rufián y Aragonès (o con Pablo Iglesias) sino que también es preciso no dejar ningún ataque o daño sin responder. Nada de buenismo a lo Zapatero, poniendo la otra mejilla, sino estricta reciprocidad devolviendo golpe por golpe. Parlem, sí, pero tanto por las buenas como por las malas.
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