Cataluña es ya otra Cataluña
La premiosa pero valiente dignidad que Esquerra erigió el lunes al impedir la ilegal continuidad del escaño de Torra no ha sido aún valorada en toda su dimensión
Cuando el jueves el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se reúna con Quim Torra, se encontrará con una paradoja. Su interlocutor será un presidente de la Generalitat jurídicamente poseedor del 100% de sus funciones. Pero políticamente amortizado, también al 100%.
La premiosa pero valiente dignidad que Esquerra erigió el lunes al impedir la ilegal continuidad de Torra en el escaño no ha sido aún valorada en toda su dimensión.
Supone la ruptura más categórica de la estrategia ilegal y unilateral secesionista; el entierro del unanimismo independentista, ese concepto acuñado por Pierre Vilar; el reconocimiento implícito de la esterilidad del procés y de su cénit de 2017, y la conversión de quien encarna la presidencia en una mera sombra de la nada.
El esfuerzo de la contradictoria Esquerra debe ensalzarse. Lo emprende con su líder entre rejas. Cataluña es ya otra Cataluña. Aunque desfacer el entuerto será arduo, pues se ventilan en los tribunales más de 70 procesos pendientes del procés.
Así, han transcurrido ocho años de declive catalán —político, económico, de prestigio— por culpa de la deriva secesionista adoptada en 2012. De ellos, dos largos años de parálisis legislativa tras el golpe de timón del 6-7 de septiembre y el referéndum ilegal del 1-O. Y casi dos de siesta de un Govern que nadie respeta, ni sus seguidores, ni la oposición, ni siquiera la mayoría de sus propios consellers, aunque en este caso se module con sordina.
La dimisión/convocatoria de urnas en diferido, por Torra, certifica esos desastres.
Aunque los disfraza. Compra tiempo para aparentar que su bienio ha servido para algo más que cero; busca herir menos a Esquerra, autora del presupuesto, aunque este es un sueño inane sin Govern que lo aplique, y pretende capitalizar el diálogo “con España”. El funambulista se encarama a dos hitos que rechazó: un presupuesto que le repatea y despreció, y una mesa de diálogo que, aseguró, no le concernía. Como si él pudiese aún arbitrar algo.
No puede. Es un president obsoleto, políticamente en funciones. Poco de lo que Sánchez pueda hablar con el prejubilado Torra podrá ser objeto de ejecución.
Pues Cataluña es ya otra Cataluña, aunque mantenga a un president huero, incapaz de negociar nada, de acordar nada ni de ejecutar nada: él mismo dijo que su mandato ha llegado “al final del camino”.
Llegará Torra a la reunión reclamando el derecho de autodeterminación y la amnistía. Y hará bien su interlocutor en explicar —a sus seguidores— que aquel lo ostentan solo las colonias y los países sometidos a dictaduras atroces. Y que la amnistía está vedada por la Constitución (artículo 62): la ley “no podrá autorizar indultos generales”. Lógico, pues una amnistía implica, en sustancia, un cambio de régimen.
Otra cosa es que deban avizorarse indultos particularizados, no para borrar ilegalidades sino para serenar a los ciudadanos arrastrados. O una reforma del Código Penal, que antes que el Gobierno propuso el Tribunal Supremo: para encajar mejor los tipos delictivos a los delitos, sí, ocurridos.
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