Gioconda Belli: “Las mujeres mezclamos menos que los hombres el poder y el sexo”
La escritora nicaragüense y antigua luchadora sandinista contra el régimen de Somoza es una mujer de fuste que no tiene ningún problema en asumir sus convicciones y su evolución. Fue revolucionaria y ya no cree en la revolución. Abandonó la izquierda dura y se hizo socialdemócrata. Hoy su obsesión se divide entre su obra literaria, su familia y la crítica sin piedad a la “dictadura sangrienta” de Daniel Ortega.
ACTIVA EN LA lucha sandinista durante décadas, Gioconda Belli (Managua, Nicaragua, 71 años) se jugó la vida para derrocar al dictador Somoza. Hoy defiende a la vez feminismo y feminidad. También la “cuidadanía” de las mujeres como forma de ciudadanía.
La mujer habitada, El país de las mujeres o De la costilla de Eva, muchas de las novelas y poemarios que le han reportado premios —como el Biblioteca Breve o el Sor Juana Inés de la Cruz—, se han convertido en obras emblemáticas para el MeToo. No hace falta que asegure que se cuida. Nada en el físico “comeaños” —como ella lo describe— delata no ya la edad, sino la dureza de la guerrillera que fue hace 25 años. Discrepancias con la dirección del Frente Sandinista —hoy en el poder— la apartaron de la política. Además de criar a sus cuatro hijos en Estados Unidos, se dedicó a escribir novelas. La última, Las fiebres de la memoria, habla en primera persona desde la piel de un hombre para tratar de entender el origen de su padre. En Madrid, donde participó como jurado en el Premio Loewe de Poesía, concedió esta entrevista.
Escribió su autobiografía —El país bajo mi piel: memorias de amor y de guerra— con 49 años. ¿No podía esperar más?
Quería abrir una ventana sobre una parte de mi vida. Cerré mi capitulo como guerrillera.
¿Qué ha marcado más su vida, sus cuatro hijos, la literatura o la lucha clandestina?
Esa lucha se convirtió en mi vida. Había un sentimiento de comunión con el resto de guerrilleros. Formábamos un solo cuerpo porque los compañeros se morían. Allí encontré la literatura que me reveló mucho de mí misma y de mi relación con el mundo. Pude ver la maternidad no desde la visión tradicional, abnegada y sacrificada, sino desde un punto de vista abierto a la discusión. Todas las mujeres llevamos dentro una mujercita que nos está diciendo cómo deberíamos portarnos y nos empuja al sacrificio. Esa es la primera a la que debemos callar.
Es contradictoria: siendo dirigente en la lucha clandestina, decide pasar a ser la secretaria de su amante: Modesto —alias de Henry Ruiz—.
Me vi reducida a un guiñapo de mí misma. Me entregué al amor hasta la humillación.
¿Una entrega sin reservas es humillante?
No tiene por qué, yo me entrego siempre que me dejan. El asunto está en cómo escoge uno a quién se entrega. A veces las mujeres fuertes buscamos hombres que no nos merecen, justamente porque no nos quieren fuertes y se pasan el tiempo tratando de bajarnos el moño. Eso es lo que sentí en esa relación. Una parte de mí quería que él me siguiera queriendo. Y otra parte se negaba a aceptar los términos en que él me quería querer.
Sus memorias y las últimas décadas en Nicaragua dejan clara la diferencia entre ideales y realidad.
Busqué en el socialismo la utopía humanista que existía en mi imaginación: una sociedad igualitaria, justa, respetuosa…
¿El comunismo es una utopía?
Sí. Pero aspirar a crearla es mejor que no aspirar a nada y quedarse contemplando lo poco utópica que es la sociedad en la que vivimos.
¿Por qué dan miedo los cambios sociales profundos?
Venimos de organizaciones sociales con valores como el patriarcado con los que se organizó el mundo. La entrada de las mujeres cambia la sociedad igual que cambió el modo de producción con la revolución industrial. Algo que parecía tan positivo y permanente como la democracia ya no sabemos cómo va a ser.
La revolución en Nicaragua se quedó en el intento.
Peor: dio la vuelta completa hasta volver al principio y convertirse en otra dictadura. Nicaragua es el país de Sísifo: siempre estamos tratando de subir la piedra y al vislumbrar la cima caemos rodando. Desde la independencia de 1821 se repite la historia. En política, el líder no suele ser el mejor, sino el más hábil y el más astuto.
¿Y el sandinista más astuto fue el actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega?
Sí. Aprovechó la noción que tenían los demás de él como apocado para hacerse con el poder. La timidez fue una máscara, que todavía usa, para esconder al tigre que llevaba dentro.
La máscara no le sirve: su presidencia acumula muertos.
Se le cayó desde abril de 2018. Aunque lo veíamos venir, jamás pensé que fuera a ser tan cruento y falto de compasión. No pensé que se fueran a sentir tan amenazados en su poder como para reaccionar de la manera violenta con la que lo hacen.
Ha escrito en contra de Rosario Murillo, la primera dama y vicepresidenta.
Solo pasa en House of Cards y en Nicaragua.
Sin embargo, usted la ocultó en su casa cuando era sandinista.
Sí, pero hace un año escribí acusándola de convertir en adversarios a los que no están a su lado y de hacer pasar a los agredidos por agresores. Le decía que no tuviera miedo, que su pueblo no es asesino.
Explicar lo contrario de lo que ha ocurrido es un clásico.
Sí. Tiene un carácter vengativo y, bajo una máscara de dulzura, es capaz de meter el puñal por detrás, como una Lady Macbeth de Shakespeare. Ha llegado donde está por la miseria de los demás. Es muy organizada, algo poco habitual en Nicaragua. Su idea del poder es absoluta.
Vive en Nicaragua. ¿No le da miedo hacer este tipo de declaraciones?
No. Pienso que tengo una posición de privilegio y mientras la pueda usar para decir la verdad la usaré. No temo por mis hijos porque están fuera.
Las cifras de muertos en Nicaragua de la ONU y de Ortega discrepan.
“Todas las mujeres llevamos dentro una mujercita que nos empuja al sacrificio. Esa es la primera a la que debemos callar”
La presión internacional puede forzar cambios nacionales. Nadie pudo prever lo que sucedió en abril de 2018 cuando empezaron a matar gente porque se sintieron cuestionados. Administraban el país con acuerdos con las empresas privadas. El país crecía. Lo tenían todo controlado: ejército, policía, Corte Suprema… Y de pronto pusieron una ley: el seguro social iba a cobrarles el 5% a los jubilados. Hubo protestas. Daniel Ortega estaba en Cuba y Rosario Murillo mandó reprimirlas. No se dio cuenta de que vivimos en otra época. La gente filmó las palizas y la matanza de 23 estudiantes. Las imágenes de los supuestos liberadores recordaban las del tiempo de Somoza.
¿Las grabaciones de los móviles desenmascaran la realidad o la falsean?
Las dos cosas. En la BBC aprendí que Rosario Murillo consiguió la vicepresidencia tras ocultar el abuso sexual sistemático que Daniel Ortega ejercía sobre su hija Zoilamérica. La hija denunció. Y Murillo optó por respaldar a su marido y condenar a su hija: un cálculo de poder. Luego Ortega llegó a decir que le entregaba el 50% de su poder para dar el poder a las mujeres.
¿Qué va a pasar en Nicaragua?
Creo que la libertad y la democracia volverán cuando se logre un acuerdo para tener elecciones limpias, libres y supervisadas por la ONU, como fueron las de 1989.
Estando en la lucha sandinista, el presidente Omar Torrijos de Panamá se le tiró encima…
Las mujeres que hemos estado en experiencias conspirativas hemos tenido el mismo silencio y el mismo secreto para las operaciones que para todo lo que hacíamos. Eso hacía que muchos hombres se sintieran impunes.
¿Las mujeres no mezclan poder y sexo?
Mezclamos menos que los hombres el poder y el sexo. No sé si cuando hayamos ejercido el poder mucho tiempo nos va a pasar lo mismo, pero creo que tenemos otra manera de operar. Somos más románticas.
¿Todas? ¿Rosario Murillo?
Ella le escribía poemas a Daniel.
Fidel Castro la llamó para plantearle una relación.
Pero aguantó la negativa. Pienso que tampoco supo manejar el poder y el poder lo acabó manejando a él. Acabó seducido por sí mismo: considerándose imprescindible.
A usted la llamaban “la Guerrillera Gucci”.
Una cosa son los derechos y otra el gusto personal. Nunca me he disfrazado de lo que no soy. Soy burguesa, coqueta y feminista. No me iba a poner botas de soldado para defender una ideología y ocultar mi extracción de clase. Creo que fui útil porque me podía mover en más lugares. Eso sí, cuando llegó la revolución me aconsejaron que cambiara de ropa. ¡Pero si es la que tengo, cómo me voy a disfrazar de proletaria!
Se puso el uniforme. El uniforme era lindo…
¿Cómo se pasa de una puesta de largo en el Country Club a la guerrilla? Mis padres nos educaron en la igualdad fomentando el respeto hacia la gente que trabajaba para nosotros. Castigaban cualquier atisbo de arrogancia. Me crie en colegio católico, pero conociendo la miseria que había en el país.
¿Su padre era empresario?
Tenía un negocio de electrodomésticos. Y mi madre fundó el Teatro Experimental de Managua. No somos una familia clásica. Mi papá no era hijo legítimo.
Lo explica en su novela Las fiebres de la memoria.
Eso nos convirtió en una familia de alcurnia sin los medios que tenían las otras. Pero con una mirada más amplia. Mi madre decía que una mujer debía ser una dama en casa pero no en la cama. Y me transmitió que el cuerpo de la mujer era la obra maestra de la naturaleza. Y la cópula, un acto sublime.
¿Qué les ha transmitido a sus hijos?
“No puede ser que la gente quede indefensa ante una dictadura sanguinaria de discurso mentiroso como la que sufre Nicaragua”
La vocación por el servicio a los demás. Puedo sonar como una monja, pero pensar en los demás tiene que ver con pensar en el futuro mundo que vamos a dejar. Eso nos empujó a la lucha sandinista, a mí y a mis hermanos. Vivimos una matanza cuando Somoza quiso ser reelegido y a un hermano lo hirieron. La combinación de repudio hacia la miseria que había entonces en Nicaragua y plantearme qué hacíamos con ese dictador hizo que cuando conocí la lucha diese con la pieza que me faltaba en el puzle.
Su trayectoria cae en contradicciones cuando tras sufrir un aborto desconfía de la sanidad pública.
A veces la vida te pone frente a tus contradicciones, que existen cuando un sistema privado es mejor que el público. El niño estaba mal. Mis padres me gritaban que fuera al hospital privado. Y mi pareja, que me quedara, por principios, en el hospital público. Pero entre mis principios y la vida de mi hijo me tragué mis principios.
¿Se ha hecho alguna operación estética?
No. Tengo el físico “comeaños” de mi familia.
Algunos hombres consideran que las feministas no distinguen entre el acoso y el flirteo…
Es una manera de negar el fenómeno en su conjunto. La posición de poder no permite insistir en un flirteo. El límite está en respetar y no someter.
Empezó a escribir poesía muy joven y dedicó un poema a la menstruación.
Me di cuenta de que la poesía era un arma. Revelaba cosas de las mujeres que no estábamos autorizadas a decir. Hablar de ellas era liberar la palabra que nos esclavizaba. Nombrar el cuerpo y la sexualidad femenina como algo natural me parecía una conquista. Las mujeres no debemos renunciar a la feminidad. Aunque algunas feministas digan que esto no existe.
¿Qué es la feminidad?
Es la cuidadanía, tan importante como la ciudadanía.
¿Y a las mujeres quién las cuida?
Nos cuidamos todos, unos a otros.
En El país de las mujeres habla de eso.
¿No es ingenuo pensar que todas las mujeres son cuidadoras…? Hay más mujeres que hombres. Si llegamos al mundo feliz de Huxley, se acaba la maternidad. Si nos sale cuidar, no debemos renunciar a hacerlo.
¿Cuándo supo que la literatura podía ser su vida?
Pensé que ser feliz era una aspiración tan válida como hacer la revolución.
¿Cómo reaccionaron sus compañeros de lucha a sus memorias?
Muchos lectores pensaron que había hecho ficción. La gente espera que una mujer capaz de dedicarse a la lucha clandestina sea dura. Una mujer libre y reivindicativa no tiene por qué ser una persona dura. Las escribí para mis hijas. Quería que entendieran lo que había vivido.
El desencanto de la revolución queda fuera de sus memorias. ¿Qué ha pasado en este tiempo?
Tengo cinco nietos. Viví en Los Ángeles y he evolucionado con el mundo.
¿Es menos radical?
Al vivir en Estados Unidos aprendí a respetar su manera de funcionar, aunque su política exterior es nefasta. Cuando te consideran uno de ellos, funciona. Me he vuelto socialdemócrata.
¿No se puede ser revolucionario a partir de cierta edad?
Todavía quiero cambiar las cosas. Pero la revolución como un cambio dramático que sucede de un día para otro no existe. Francia tardó 100 años en llegar a ser república. La historia es larga, y nuestra vida, corta.
En la última novela también habla de la imposibilidad del triunfo de la revolución.
Quise contar la experiencia de convertirte en otra persona que supone le emigración. Mucha gente oculta cosas al cambiar de país: un crimen, un origen, una identidad…
También habla de ahogar de amor.
Es una forma de amor en la que el que da no tiene centro y convierte toda su vida en una persecución del otro porque sin el otro no tiene sentido la suya. Y, claro, es imposible querer a quien decide no ser nada. Uno tiene que construirse para poder darse.
Traficó con armas, ha tenido hijos y no sabía cómo era la vida sin tener un hombre en la cabeza.
Una de las cosas que tuve que hacer para poder romper con ese amor tormentoso fue aprender a estar sola. Y aprender a querer no por necesidad, sino por ganas de amar.
¿Cuánto dura el amor?
Cambia de naturaleza. Pero siento pasión por mi marido. Todavía no soy su hermana.
Conoció al Cervantes Sergio Ramírez en la lucha sandinista…
Nos hicimos amigos cuando llegué al exilio en Costa Rica. Salimos en el mismo barco al dejar el Frente Sandinista y llegamos al Movimiento Renovador Sandinista. Muchos pensamos que había que formular un proyecto de izquierda diferente para América Latina que aceptase la realidad como era, no como la soñábamos. Se sigue necesitando. Pero Ortega nos aisló.
¿Qué mujer la ha impresionado?
Entre las vivas, Elizabeth Warren. Y me gustaba Hillary, pero falló en su proyección: era como un hombre. Me gusta Michelle Bachelet y me gustó Violeta Chamorro. No la quería al principio porque era la contrincante del sandinismo, pero maternizó al país con una inteligencia intuitiva. La necesitaríamos otra vez.
¿La revolución mereció la pena?
Mereció la pena derrocar a Somoza. Lo digo yo que estoy viva. Mis compañeros muertos cuentan otra historia.
Tuvo que morir un periodista estadounidense para que la comunidad internacional reaccionase y apoyara la revolución.
Ese es uno de los grandes problemas que sigo viendo: la indiferencia hacia los países que no son del primer mundo. No puede ser que la gente quede indefensa ante una dictadura sanguinaria que tiene un discurso mentiroso y que los diplomáticos se ven obligados a creer como la que sufre Nicaragua. El mundo desarrollado debe darse cuenta de que las guerras en otros países sí les atañen, que el precio lo pagamos entre todos. El terrorismo se encarga de eso.
¿Qué es ser revolucionario?
Tener la audacia para pensar diferente.
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