El Capricho de los duques de Osuna
Concebido como una cocina de ideas por una aristócrata ilustrada en el siglo XVIII, este palacio madrileño ajardinado que maravilló a nobles y artistas se restaura como museo tras años de abandono.
EN ESTE JARDÍN de El Capricho se concibió un lugar de encuentro para aristócratas, intelectuales y artistas del siglo XVIII español. Su palacio, levantado a las afueras del noreste de Madrid, albergó los diálogos de personajes como Goya y el compositor Boccherini con botánicos, literatos y toreros. Un crisol de ideas orquestado por la IX duquesa consorte de Osuna, también XII de Benavente y poseedora de otros veintitantos títulos por derecho propio. María Josefa de la Soledad Alfonso-Pimentel y Téllez-Girón encarnó el arquetipo de mujer culta y abierta de la época que se esforzaba para que su residencia de la Alameda de Osuna, creada entre 1787 y 1839, fuese el primer bastión de las ideas más ilustradas y modernas de su tiempo. Tras años de abandono, el Ayuntamiento de Madrid está restaurando dicho palacio para convertirlo en un museo y restablecer así el espíritu de un personaje que, entre otras cosas, fue la primera mujer en ingresar en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País y en introducir los biberones en España.
Cuando la duquesa murió, El Capricho fue cambiando de inquilinos: un nieto que fundió la fortuna familiar en Rusia, unos banqueros alemanes (los Bauer) y el Ejército del bando republicano —que lo transformó en cuartel general durante la Guerra Civil y construyó un búnker—, entre otros. En 1984, y para evitar que una inmobiliaria lo transformase en un complejo hotelero, el Ayuntamiento de Madrid lo compró, lo reformó y abrió sus puertas al público en 2001 —solo al jardín y con restricciones horarias y de acceso: prohibida la comida y los animales; tampoco tiene alumbrado—. No obstante, el palacio seguía siendo un caserón en desuso. Razón por la que la exalcaldesa Manuela Carmena decidió rehabilitarlo e integrarlo de nuevo en el conjunto visitable. El proyecto, que ahora gestiona el actual Consistorio, es ambicioso. Dotado con 4,3 millones de euros, convertirá la antigua residencia en un espacio interactivo, con proyecciones 3D, salas para impartir conferencias y mostrar exposiciones permanentes donde la figura de la duquesa será el hilo conductor. En noviembre, el Ayuntamiento abrió un último trámite para adjudicar el contrato para rehabilitar las cubiertas y los responsables estiman que el museo se podrá abrir en 2021.
La remodelación no es precisamente sencilla. Las inclemencias del paso del tiempo y el abandono trastocaron el edificio: nuevos muros, venta o robo de esculturas y derrumbes. Circunstancias que han llevado a los restauradores a rastrear documentos de la época para buscar una solución que no dañase la idea original del edificio, como averiguar el color original de la fachada principal. El catedrático y asesor del proyecto Óscar da Rocha subraya que, tras ser pintadas en numerosas ocasiones —a veces para rodar películas, como Un rayo de luz (1960), de Marisol, o Doctor Zhivago (1965)—, el pigmento original se ha perdido y no hay testimonios que certifiquen cómo era. “Hemos tomado como referencia palacios contemporáneos, como el de El Pardo o el Gilhou de Chamartín, que tienen tonos amarillentos de diversa intensidad”, comenta el historiador. “También se ha tenido en cuenta un plano de finales del XVIII que muestra un tono amarillo en los paramentos, combinando con grises y blancos en las líneas estructurales”.
Pero no todo el mundo está de acuerdo con las obras. La Asociación Cultural Amigos del Jardín El Capricho apunta que la cesión del proyecto fue arbitraria y que el Consistorio ha actuado con “secretismo”, “soberbia” y “ligereza” durante la remodelación. Isabel Pérez, arquitecta y presidenta de la organización, asevera que las reformas han eliminado el 60% del interior del edificio. “Han tirado estancias que había en la planta baja. Está siendo una agresión muy fuerte al patrimonio”, dice Pérez. Tanto Da Rocha como Carmen Rojas, coordinadora de la iniciativa del Área de Cultura del Ayuntamiento, lo niegan. “El proyecto ha pasado cinco veces por la comisión de patrimonio y además se han presentado planos e informes que demuestran que casi todos los muros interiores fueron destruidos en el siglo XX”, subraya Rojas.
La aristocracia caminaba
por el pintoresco jardín
de El Capricho como
si estuviera saltando de
un cuadro bucólico a otro
Si el palacio de El Capricho era la cocina de las ideas de la duquesa, los jardines eran el comedor donde los visitantes se nutrían de las tendencias de la época. Los nobles entraban en el jardín para descubrir las pequeñas construcciones “caprichosas” o “folies” que, siguiendo las modas del momento, fue incorporando la propietaria: la ermita, la Casa de la Vieja, el embarcadero, la isla, el fortín, el templete o el abejero. Este último levantado para ver, a través de una cristalera, cómo trabajaban las abejas. “El jardín se creó para que todas esas piezas se vayan yuxtaponiendo y los visitantes descubran los paisajes”, dice Isabel González, conservadora y jefa de unidad de parques históricos y singulares de Madrid. “Es un jardín para sorprender. Un teatro de pinturas. Un jardín pintoresco”. Desde la entrada —donde aparecía el nombre con el que la duquesa bautizó su propiedad: El Capricho—, la aristocracia caminaba como si estuviera saltando de un cuadro bucólico a otro. De El columpio de Jean-Honoré Fragonard al de Goya, este último, por cierto, comprado por la duquesa. La relación entre el pintor y la familia de Osuna fue muy estrecha. La duquesa le encargó para la decoración del palacio, además del ya citado cuadro, el famoso retrato familiar, La gallina ciega, El conjuro y La merienda campestre.
Isabel González lleva al frente del jardín desde los años ochenta del pasado siglo. Conoce todas las anécdotas y mitos del parque. “La escultura de la Venus que en origen estaba en el abejero es propiedad de la empresaria Alicia Koplowitz. En 2014, y meses después de hacerle una visita para darle la información que habíamos encontrado de la estatua, llegó al parque un paquete gigante. Koplowitz nos había regalado una réplica”, narra. Las curiosidades y leyendas abundan, como aquel supuesto trato que los duques hicieron con un ermitaño que, a cambio de una manutención, debía dejarse crecer el pelo y rezar por la salvación eterna de la familia de Osuna.
Lo que para Isabel González es un museo natural hay que mirarlo con perspectiva histórica, según sus palabras. El jardín ha ido cambiando y han crecido especies de plantas que han sustituido a las anteriores. “Hay que entender que ahora el jardín es otra cosa. Para nosotros, el paso del tiempo es muy importante, por eso hemos intentado que prevalezca ese espíritu en la restauración”, dice la conservadora.
El equipo que inició el renacimiento del jardín decidió mantener los elementos que habían llegado hasta la actualidad y que no introduciría ninguno ex novo. No obstante, la escuela taller que ayudó a recuperar el jardín construyó en 1989 un laberinto en la zona este. “Lo encontramos en un plano. No tenemos constancia de que existiese, al menos uno formado por setos. Pero decidimos levantarlo”, explica Isabel González.
Más que las lilas, las estatuas de mármol o los árboles centenarios, la piedra angular del jardín es el tiempo. Como en el cuento de Jorge Luis Borges El jardín de senderos que se bifurcan, las vidas de los diferentes elementos de El Capricho conviven a la vez en diferentes capas y con los visitantes actuales que, de algún modo, se siguen perdiendo en el jardín como en otro tiempo ya hicieron los personajes dieciochescos de la Alameda de Osuna.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.