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Hartmut Rosa: “Todo va tan rápido que perdemos el contacto con la vida”

El pensador alemán, conocido por su estudio de los conceptos de “aceleración” y “resonancia”, dice que el capitalismo no es el único culpable de nuestro atropellado modo de vida

Harmut Rosa en el barrio de Saint Germain en Paris.
Harmut Rosa en el barrio de Saint Germain en Paris.Eric Hadj
Marc Bassets

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Si ya son raros los pensadores que hayan dejado un concepto perdurable, más raro aún son los que hayan dejado dos y además en una carrera relativamente breve todavía. Hartmut Rosa (Lörrach, Alemania, 1965) pertenece a este grupo exclusivo. Rosa es el filósofo de la “aceleración” y de la “resonancia”. Acaba de publicar en castellano Remedio a la aceleración (Ned Ediciones), una síntesis breve y divulgativa de su pensamiento, y su última gran obra, Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo (Katz Editores). De paso por París, en el Café de Flore, templo oficioso de la intelectualidad donde a mediados del siglo XX oficiaron Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Rosa conversó sobre este mundo cada vez más veloz y sobre las posibilidades para escapar de esta rueda imparable.

PREGUNTA. ¿Vivimos demasiado rápido, demasiado acelerados?

RESPUESTA. Lo que hoy dicta nuestro modo de vida, en muchos aspectos, son los calendarios, las agendas. Preguntas a alguien: ‘¿Cómo estás?’. Y responde: ‘Bien, pero tengo prisa, no tengo tiempo’. Pensamos que es culpa nuestra porque vivimos demasiado rápido, pero es un problema universal. Por lo menos para las clases medias. No digo que la velocidad sea mala siempre. Está bien tener una conexión de Internet rápida, o un tren rápido, o un coche de bomberos rápido. O incluso si te subes a una montaña rusa: lo disfrutamos. Pero las cosas van tan rápido que perdemos el contacto con la vida o con los lugares en los que nos encontramos.

P. ¿ Es culpa del capitalismo?

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“La alienación es no poder conectar con los lugares y las personas por ir corriendo a toda partes”

R. El capitalismo es una de las principales fuerzas que impulsan esta lógica. El capital se invierte solo cuando hay una perspectiva de crear más capital. La circulación del capital se acelera sin cesar y requiere innovación y crecimiento constante. Pero, al contrario que algunos de mis amigos de izquierdas, no sostengo que el capitalismo sea la única fuente de la velocidad.

P. ¿Qué otras fuentes?

R. Mi idea es que la lógica de las instituciones modernas depende de lo que llamo la estabilización dinámica.

P. ¿Estabilización dinámica?

R. La modernidad supone un cambio desde un modelo más estático a otro de estabilización dinámica. Y esto significa que solo podemos mantener nuestros marcos institucionales a través de un aumento permanente. Las actividades económicas solo se emprenden si hay una perspectiva de crecimiento. Pero en las ciencias encontramos la misma lógica: se empujan cada vez más allá los límites de lo que conocemos. Y lo mismo en el arte: Aristóteles dijo que era la imitación de la naturaleza, pero en la modernidad el arte ya no imita a la naturaleza, sino que se trata de ir más allá, de ser innovador y original. Incluso la política: el Gobierno ya no es un rey que manda con una continuidad dinástica, sino que hay elecciones y cada cuatro años debes ser reelegido, y solo consigues ser elegido en la lógica de la competición. Y las ganas prometiendo un incremento: más empleo, mayor salario, mejores apartamentos.

“Hay gente con dinero, un gran trabajo, amigos en Facebook y opciones de viajar que son infelices”

P. ¿Hay que frenar?

R. Es como una bicicleta: si vas rápido, te estabilizas, pero si frenas, te caes. En la economía, si no crecemos —si no se acelera la producción, el consumo y la circulación—, aumenta el desempleo y cierran empresas. Pero el problema no es solo económico. Tampoco podemos mantener el sistema sanitario, ni el sistema de pensiones, ni el Estado del bienestar, ni la ciencia y las artes. Todo depende de un crecimiento permanente. O crecemos, aceleramos e innovamos, o la sociedad se derrumba.

P. ¿Cuál es la solución?

R. Toda nuestra cultura depende de la idea según la cual aumentar el horizonte de lo que podemos alcanzar y a lo que podemos acceder nos dará una vida mejor. Pero considero que lograr que el mundo sea más accesible y alcanzable, más disponible, no conduce a la buena vida. Hay gente con dinero, un gran trabajo, amigos en Facebook y posibilidades de viajar que es infeliz. Gran parte de la frustración política que vemos no se debe a problemas económicos, sino a que no se obtiene de la vida lo que esta prometía. La alienación consiste en no poder apropiarnos ni conectar con los lugares y las personas, que es lo que ocurre cuando vamos corriendo de un lugar a otro. Por eso di con el concepto de resonancia: como una solución a la velocidad.

P. ¿Qué es la resonancia?

R. La velocidad no es mala siempre. Solo cuando lleva a la alienación, que es la pérdida de contacto: cuando sientes que estás en un lugar, pero que has perdido conexión, y el mundo está muerto y sordo, y tú también muerto y sordo en él. Lo contrario de la alienación es la cuerda vibrante: cuando en un lugar o una conversación sientes que esta te habla, que te toca, que significa algo, y te sientes capaz de darle respuesta. Entonces empiezas a sentirte vivo. Es casi una sensación física, una energía dinámica que va y vuelve entre yo y el mundo.

P. ¿Cómo sabemos que se está produciendo la resonancia?

R. Puedes analizar si una relación es resonante si se dan cuatro elementos. Primero, que el sujeto se sienta tocado, conmovido por otro. Lo llamo afecto. El segundo lo llamo emoción: e-movere en latín, moverse hacia fuera. Me abro a los sonidos, a las ideas, a las personas, a los lugares. El tercer elemento es la transformación: con esta conexión cambio yo y cambia aquello con lo que estoy en contacto. Y el cuarto es la indisponibilidad: no se puede garantizar la resonancia, a veces ocurre y a veces no, y no sabemos cuál será el resultado ni cuánto durará.

P. ¿La resonancia es puramente emocional?

R. No. No es algo que esté en mí, sino entre nosotros. No es un estado emocional, sino una forma de relación. La tristeza, por ejemplo, se considera algo negativo. Pero ves una película y puedes decir: “Era maravillosa, no paré de llorar”. Si es triste, ¿por qué te gusta? Por la resonancia.

P. ¿Es un concepto político?

RLa política neoliberal ha creado un ambiente institucional con escasez de tiempo, con ansiedades existenciales y en competición. La lógica de la aceleración, del crecimiento, de la innovación, de la optimización del mundo en que vivimos es incompatible con la de la resonancia. Cuando tienes prisa porque llegas tarde al aeropuerto, no puedes entrar en resonancia con nadie ni nada. O si estás en un contexto competitivo, en el que gano yo o ganas tú, tampoco podemos entrar en resonancia. La resonancia solo es posible con confianza y tiempo, y sin miedo.

P. Los fanáticos resuenan, las multitudes aclamando a un líder o el nacionalsocialismo en los años treinta. ¿Hay una resonancia destructiva?

R. Le he dado muchas vueltas a esta cuestión. Diría que el fanatismo, aunque esté motivado por la búsqueda de la resonancia, implica la pérdida de la resonancia: el fanático no escucha a nada ni a nadie, solo sigue una idea, mientras que la resonancia consiste en escuchar y responder. En el nacionalsocialismo solo había una voz, la del líder, y el resto era silenciado. No es resonancia, sino cámara de eco.

Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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