Yunguilla, el filón del ecoturismo en una aldea de Ecuador
Silencio, respeto por la naturaleza y trabajo comunitario en la reserva natural de Yunguilla, en los Andes de Ecuador
El ambientalista estadounidense Aldo Leopold (1887-1948) opinaba: “Hay dos peligros espirituales en no ser dueño de una granja. Uno es el peligro de suponer que el desayuno viene de la tienda de comestibles, y el otro, que el calor viene del horno”. Este pensador conservacionista, que reclamaba una relación ética con la tierra, se sentiría bien observando a los pumas o al oso de anteojos que pueblan el bosque andino. En sus alturas, en Ecuador, a 3.000 metros, en una extensión de 5.000 hectáreas, 220 personas integrantes de 56 familias viven en comunidad en la reserva natural de Yunguilla, a 43 kilómetros de Quito.
En sus casas, bien equipadas, reciben a visitantes que vienen a comprobar que los desayunos se hacen a mano, el calor viene del sol y la claridad —ya se sabe— del cielo. Los turistas colaboran en los huertos orgánicos o en la fabricación de quesos, algo con lo que estaría muy de acuerdo Elizabeth Becker, experiodista de The New York Times, pionera en el análisis del ecoturismo que advirtió de la importancia del equilibrio entre el turismo y la salvaguarda de costumbres, paisajes y arquitectura vernácula.
Recibe Raúl Torres, un joven originario de estas montañas, y me invita a disfrutar de unas sobrecogedoras vistas de las cordilleras. “Aquí, antes de 1995, la gente hacía carbón y madera, un trabajo muy duro; las familias tenían 11 o 12 hijos. Vendían lo que podían y volvían a talar, vaciando el bosque de recursos. Entonces apareció Bernardo Castro, de la Fundación Maquipucuna, con un proyecto de reforestación. Al principio nadie le escuchaba. Hoy el 92% de los habitantes de Yunguilla trabajan en la reserva y viven de llevar a la práctica su idea”, explica.
Mientras me cuenta la primera vez que escuchó la palabra “turismo”, yo le cuento que el blog de viajes WorldTrips sitúa a Ecuador como ejemplo de ecoturismo, y que el turismo regular solo suele devolver a las comunidades locales alrededor del 20% de los ingresos, mientras que el ecoturismo puede devolver hasta el 95%. “Mi papá nos decía: ‘Si ven un gringo se tienen que botar al monte rápido, porque les van a hacer salchicha’. Así era hasta que en 1998 el vecino Germán Collahuazo contactó con 12 turistas holandeses. Aquel día no fuimos a la escuela. La visita lo cambió todo. El primer año tuvimos 60 turistas, y el año pasado, 6.000”.
El naturalista John Muir dijo que “ir a las montañas es ir a casa”. Veo un oso de anteojos, me maravillo ante una orquídea tigre (la flor más representativa de la reserva), colaboro en la fabricación de mermelada de la fruta chihualcán y recojo verduras en el huerto. Más tarde me encuentro con Diana Balarezo, de la empresa turística EcuaExplora. “Yunguilla es una comunidad rural mestiza que no cuenta con financiación del Estado. Las personas que vienen aquí descubren lo valioso que es el silencio y se integran en un verdadero proceso comunitario”.
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