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La artista que ha convertido su hogar en Lavapiés en su obra más personal y ambiciosa

Nuria Mora ha dado forma en su dúplex madrileño a la que quizá sea su obra más compleja y fascinante: una vivienda en la que convive feliz con piezas de diseño contemporáneo, recuerdos familiares, artesanía popular, mucho arte y su perro Chocolate

A la izquierda, vista del salón, con sofá recuperado y retapizado, al igual que el baúl en tartán debajo de la escalera; flexo de pinza naranja de un almacén mallorquín; y mesa de un contenedor proveniente del vecino teatro Apolo. A la derecha, la artista Nuria Mora posa con bata de seda en su casa madrileña.
A la izquierda, vista del salón, con sofá recuperado y retapizado, al igual que el baúl en tartán debajo de la escalera; flexo de pinza naranja de un almacén mallorquín; y mesa de un contenedor proveniente del vecino teatro Apolo. A la derecha, la artista Nuria Mora posa con bata de seda en su casa madrileña.Asier Rua

“Mis abuelos tenían una casa bonita, y mis padres también”. La artista plástica Nuria Mora (Madrid, 50 años), quien en su día fuera pionera del arte urbano en nuestro país, echa la vista atrás para comenzar a hablar de la suya, un dúplex en pleno corazón del barrio madrileño de Lavapiés, a dos pasos de la renombrada plaza de Arturo Barea, con su mercado de San Fernando. “Mi tatarabuelo y abuelo maternos”, continúa, “fueron pintores, y mi padre es arquitecto. De ellos recibí una caja de herramientas virtual que ha hecho que yo también crezca en casas bonitas, algo que va afianzando una necesidad intrínseca de vivir rodeada de belleza. Ahora, se trata de una belleza tan natural y personalísima que es difícil definirla… No tiene nada que ver con estándares ni cánones y sí, por el contrario, con encontrarle el punto a cosas a las que yo les veo un alma y un sentido, que habrá quienes no. Cosas que en un determinado momento llegan a obsesionarme”.

Vajilla de Fajalauza (Granada) mezclada con cuencos comprados en Tulum, Virgen de San Miguel de Allende y cuadros de cuerdas huicholes (México).
Vajilla de Fajalauza (Granada) mezclada con cuencos comprados en Tulum, Virgen de San Miguel de Allende y cuadros de cuerdas huicholes (México).Asier Rua

No hace falta ser muy observador para darse cuenta de ello. De reducidas dimensiones —descontando el espacioso vergel exterior, un verdadero lujo en el centro de la capital—, el apartamento muestra, aquí y allá, un dispar conjunto de piezas tan atractivas como personalísimas: una esbelta jarra de cristal de Murano con forma de gallo; dos pequeños cuencos nórdicos de bronce pulido, pareados; un colorido grupito de jarrones de cerámica europea vintage; una docena de clavos de hierro del siglo XIX rescatados de un derribo; todo tipo de labores de costura, tanto antiguas y heredadas como actuales (algunas cosidas por ella misma); un antiguo aplique de la época dorada del hotel Ritz; una pareja de estilizadas butacas italianas que bien pudieran ser del gran Gigi Radice; una lámpara Tatu, del maestro André Ricard, roja sobre un velador de hierro lacado en verde; un baúl centenario encontrado en la calle…, sin olvidarnos de sus posesiones más preciadas: una silla negra diseñada por su abuelo Miguel y la lámpara veneciana de su abuela Nieves.

Vista del comedor, con lámpara de araña de cristal de Murano, mesa vintage y sillas españolas, italianas y nórdicas, combinadas.
Vista del comedor, con lámpara de araña de cristal de Murano, mesa vintage y sillas españolas, italianas y nórdicas, combinadas.Asier Rua

“Esta mezcla de objetos familiares y piezas muy diversas pero muy seleccionadas, compradas poco a poco a anticuarios y artesanos, o rescatadas de mercadillos y contenedores de obra, me ha acompañado siempre. Mi casa es pura espontaneidad, y en ella todo tiene una línea de tiempo que me permite saber no solo de dónde vienen, también por qué están aquí conmigo”. Mora parece querer desdecir a aquel Walter Benjamin que juzgaba la liberación de los objetos de su envoltorio —y, por tanto, cuya aura, lo irrepetible de ellos, ha sido destruida— un rasgo distintivo de las sociedades que idolatran la novedad, la homogeneidad, la asepsia y una falsa perfección. Como la nuestra. Y quizá para rebajar la intensidad del momento, añade divertida: “Y eso que ahora está aligerada, depurada. Mucho menos afectada que hace unos años”.

Detalle de la escalera central, típica madrileña, de la casa.
Detalle de la escalera central, típica madrileña, de la casa.Asier Rua

La conversación llega a otro punto álgido cuando hablamos de la importancia de su visión como artista en la definición del cuerpo y alma de su hogar: “Mi casa es una extensión de quién soy yo y de dónde vengo, y el hecho de ser artista tiene mucho que ver, claro. Estoy acostumbrada a trabajar con la inspiración, intentando sublimar aquellas cosas con las que me voy encontrando en la práctica…, y todo pasa por mis manos. Demuestro mi profunda admiración por el saber hacer artesano desde mi práctica, pero también a través del apego que siento por los objetos con los que quiero vivir y que me acompañan. Soy delicada y bruta a partes iguales, capaz de emocionarme con una delicadísima pieza de porcelana de Limoges y también con un aislador eléctrico antiguo de cerámica. No lo puedo remediar, y tampoco es algo impostado. Como mi arte, nace de una pulsión profunda y brota. Y funciona como hilo conductor tanto en mi obra como en mis casas”.

Tazas inglesas con motivos florales de Royal Albert, regalo de su abuela materna.
Tazas inglesas con motivos florales de Royal Albert, regalo de su abuela materna.Asier Rua

Es importante señalar que de un tiempo a esta parte el desarrollo de su multidisciplinar actividad creativa —artística fundamentalmente, pero con significativas incursiones en la artesanía y el diseño que la han llevado a colaborar con firmas de la talla del gigante sueco Ikea, Loewe, BSB, Grassy o Dac Rugs— sigue una línea imaginaria, un eje, que atraviesa de manera transversal toda su producción, difuminando fronteras y convenciones hasta hacerlas desaparecer, y su hogar —un proyecto absolutamente personal— no es ni mucho menos una excepción. “Esta casa la reformé yo misma con mi padre, arquitecto como te he dicho. Dejamos la caja lo más simple y diáfana posible, y no hubo un proyecto decorativo premeditado, sino una intervención entendida como un proceso a lo largo del tiempo”.

Nuria Mora posa sentada con su perro Chocolate en una butaca italiana de los años cincuenta comprada en El Rastro madrileño.
Nuria Mora posa sentada con su perro Chocolate en una butaca italiana de los años cincuenta comprada en El Rastro madrileño.Asier Rua
En su dormitorio, ubicado en el piso superior, flexo vintage del estudio de arquitectura de su padre, y, en la pared, acuarela familiar en papel de arroz y aplique circular de cristales hecho por Mora.
En su dormitorio, ubicado en el piso superior, flexo vintage del estudio de arquitectura de su padre, y, en la pared, acuarela familiar en papel de arroz y aplique circular de cristales hecho por Mora.Asier Rua

Hasta aquí todo claro, pero vayamos un paso más allá. Y ¿qué papel juega el arte en casa de una artista? “El arte siempre suma. Y tiene una cualidad muy poco habitual: la de hacernos vibrar. Una casa con arte es más casa, más hogar. Porque nos conecta con lo que nos distingue de los demás animales: la combinación de intelecto y sentimientos que nos caracteriza”.

Y entonces nos levantamos de la mesa donde conversamos para ver de cerca algunas de las piezas que atesora, que quiere enseñarnos. Entre ellas hay flechazos, algún regalo, muchos intercambios con colegas y aún más recuerdos. Obra de Sonia Delaunay, obsequio de su padre; de su admirado Rafael Canogar; de Eltono, con quien hizo pareja artística en sus inicios; de Nicholas Woods y Sean Mackaoui, pero también de su tío Carlos, pintor como ella, e incluso dibujos de su padre. “Dónde pones tu dinero, tu interés y tus intenciones nos define. Mucho más que a qué partido votas, por ejemplo. Y para mí es importante predicar con el ejemplo”, concluye.

Lágrima de cristal de roca de una lámpara de araña colgada en el jardín de la terraza par espantar a los pájaros.
Lágrima de cristal de roca de una lámpara de araña colgada en el jardín de la terraza par espantar a los pájaros.Asier Rua

Un coleccionismo muy particular, entendido como gesto filosófico y no como voluntad de posesión ni, por supuesto, como ostentación de ningún tipo de estatus. Nada sacralizado, en fin. “Paradójicamente a lo que pueda parecer, soy bastante desprendida. Si algo se rompe no pasa nada, y si un amigo o amiga se enamora de algo, se lo regalo. A lo material le doy el espacio justo, no más”. También se nota. Nuria Mora vive feliz —y ocupadísima, ya que nos atiende mientras trabaja en cuatro exposiciones que coinciden en la primera mitad del recién inaugurado año: un solo show en su galería madrileña, Río & Meñaka, y tres colectivas, en Milán (Galleria Patricia Armocida), Reggio-Emilia (Spazio C21) y Bilbao (SC Gallery)— entre tesoros y recuerdos personales en una casa que es, de hecho, una obra tan reconocible como sus explosiones de colorida geometría o sus poliédricos tótems.

Un rincón de la cocina de la casa de la artista.
Un rincón de la cocina de la casa de la artista.Asier Rua

Como ella misma señala, parafraseando a su colega y amigo el artista Sixe Paredes, “la pintura, como la casa, es a la vez un lugar donde esconderse, donde refugiarse, y que está a la vista de todos”. “Yo empecé pintando en la calle, donde un día descubres que han borrado tu obra”, explica Mora. “Y entonces te pones a pensar en crear otra, la siguiente. Con mi casa ha pasado algo parecido: aunque ha cambiado poco con los años, es una obra en constante evolución”.

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