Rafael Canogar, un museo para el maestro del informalismo: “Ahora falta un horizonte utópico”
Toledo inaugura una exposición permanente con obras del pionero de la abstracción y miembro del Grupo El Paso, aún activo a sus 88 años
Cuando Rafael Canogar (Toledo, 88 años) decidió seguir la vocación artística que se despertó en él a los 14 años, la línea del horizonte se veía tan clara como la luz del día. Era un tiempo en el que España se encontraba aplastada bajo la autarquía de la dictadura, de modo que la imagen ansiada del futuro devolvía siempre el reflejo de una idea fija: la libertad. A invocarla a base de pinceladas se dedicaron tanto él como sus coetáneos y compañeros del grupo El Paso, fundado en 1957, entre los que figuraban nombres como Antonio Saura y Manolo Millares. Acontecimientos internacionales como la Bienal de Venecia de 1958, en la que también participaron artistas jóvenes hoy destacados en los libros de historia, de Antoni Tàpies a Eduardo Chillida, colocaron a aquella generación —y con ella, a un país que marchaba a la zaga— a la par de la vanguardia de la escena artística internacional.
Pionero del informalismo, pintura matérica que aspira a atrapar la verdad escondida en el gesto, Canogar no quiso quedarse estancado en el éxito. Desde 1964, el pintor se embarcó en una nueva etapa enfocada en el realismo social en el fondo y en la búsqueda de la tridimensionalidad en la forma, para virar de nuevo, a mediados de los setenta, hacia una abstracción esencial. De este punto parte la exposición permanente que le dedica su ciudad natal, Toledo, una muestra auspiciada por la Real Fundación Toledo que irá renovándose “cada cierto tiempo”, ubicada en el bautizado como Espacio Rafael Canogar. Inaugurada el 23 de febrero, la sala reúne 31 obras realizadas entre 1973 y 2022 que, concede el artista, podrían sustituirse por muchas otras. Con unas 6.000 piezas creadas, hay donde elegir. “Ahora faltan dos periodos muy importantes en mi trayectoria anterior, como fue el informalismo y como fue el realismo”, abunda el pintor. “Pero además tengo cuatrocientas y pico ediciones de obra gráfica, así que se podría hacer una exposición solo con eso, o incluso con las obras de mi colección, o las de mis hijos [Daniel Canogar, artista multimedia, y Diego Canogar, escultor], que también son artistas”.
Rafael Canogar —nacido Rafael García Cano— charla sentado sobre uno de los dos espaciosos sofás apostados en forma de L junto a los fabulosos ventanales traslúcidos de su estudio en el centro de Madrid. Recorrer este espacio de dos plantas inundado de luz y de obras de arte que reposan sobre las paredes se parece mucho a pasear por las salas de un museo. No solo hay esparcidas piezas del artista, sino también de otros creadores para las que no ha encontrado espacio donde guardarlas. De entre sus cuadros, Canogar señala algunos que estaban en el mercado y él mismo ha adquirido para incorporarlos a su acervo. Se detiene también en varias creaciones nuevas, pinturas abstractas sobre metacrilato (que devuelve el reflejo del que mira) producidas en su más reciente etapa pictórica, que arrancó “justo antes de la pandemia” y que nace de un anhelo de “belleza y espiritualidad”.
Entre el “grito de libertad” de sus antiguas creaciones y la “búsqueda de la esencialidad” actual, ambos conectados, han transcurrido 70 años de pintura que, de algún modo, cierran un círculo al retornar, en el sentido formal, a la abstracción de los orígenes. En el plano social —porque la creación no se realiza en el vacío—, cree el artista que experiencias formativas de su personalidad como la del Mayo del 68 no encuentran una buena traducción en el presente posterior al 15-M. “No fue tan romántico o, si se quiere, tan utópico. Se defendió acabar con las castas y han acabado ellos casi inmediatamente siendo castas también”, opina. “Por otro lado, en alguna reunión que he tenido con algún joven artista, se ha criticado que en ciertas salas del Reina Sofía se descolgasen las obras de la colección permanente para colocar aquello que dejó el 15-M. El museo tiene otro cometido. Eso puede guardarse o ponerse en otro espacio público, pero no en un museo, que tiene la función de mostrar qué hacen los artistas contemporáneos, nacionales y extranjeros, y no mostrar un movimiento político”.
Aunque el Grupo El Paso también tuvo una marcada pulsión política, para Canogar la diferencia reside en que “ahora falta ese horizonte utópico, esa meta que alcanzar”. También, en que su mirada no era “populista”. Para el artista, ahora nos encontramos en un momento de “revisión”, una caída en espiral: “Solo hay que leer, en los últimos días, las discusiones en que están los museos: lo colonial, etcétera. Y resulta que lo ibérico también es considerado como colonial. Son revisiones a las que hay que dar mucha vuelta para encontrar algo coherente”, sentencia. Lo que no significa, en ningún caso, que revisar no resulte útil e, incluso, necesario. De ahí que el sentido de la búsqueda de Canogar de un “lenguaje universal” haya ido modificándose con el tiempo porque, para el artista, acomodarse en lo conocido acaba irremediablemente por conducir al fracaso. “Cuando se repiten una a otra vez los mismos conceptos estéticos, cuando se llegan a dominar en exceso, empieza un cierto academicismo”, reflexiona.
Con la atención repartida entre varias exposiciones de su obra repartidas entre España y el extranjero y un ojo puesto en la próxima edición Arco, adonde llevará varias pinturas, Canogar reivindica una mayor visibilidad para los trabajos de los artistas de los años cincuenta y sesenta. “Creo que hace falta mirar un poco atrás y retomar ese camino, porque cada vez quedan menos cosas nuevas que nunca nadie haya hecho, cada vez es más difícil llamar la atención”, comenta. “Yo tengo una larga trayectoria y he vivido muy de cerca siempre las vanguardias, y he visto cosas que tuvieron un impacto tremendo pero que pasaron también muy pronto: un artista cuya acción era vomitar en público, otra obra que consistía en meterse en una bañera con carne durante 10 días hasta que la carne empezaba a pudrirse, etcétera. Cosas que hoy día nadie recuerda”, señala. “Sin embargo, siempre se reconocerá una buena pintura”.
Babelia
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