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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Descolonización y guerra cultural

La puesta al día de los museos es un fenómeno internacional que pasa por enriquecer el contexto de sus colecciones desde un rigor histórico ajeno a toda contienda ideológica

Una pareja mira unos cuadros en el Museo de América, en Madrid.
Una pareja mira unos cuadros en el Museo de América, en Madrid.Andrea Comas
El País

Pocos instrumentos ha habido tan poderosos para crear imaginarios nacionales como las instituciones culturales. Por eso, la propuesta lanzada hace unas semanas por el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, para iniciar un proceso de descolonización en los museos españoles no solo es sensata y necesaria, sino que recoge un movimiento internacional basado en el rigor historiográfico en el que trabajan desde hace años instituciones de todo el mundo, como el Metropolitan de Nueva York, el Louvre de París o el Rijksmuseum de Ámsterdam. A diferencia de lo que exclaman quienes se lanzaron en tromba contra la propuesta del ministro, utilizando en muchos casos argumentos trasnochados en defensa del imperio español, descolonizar un museo no significa entregar tesoros a todo el que los reclame, sino mirar al pasado desde el presente para, sin anacronismos, introducir en la narrativa de las exposiciones una visión más rigurosa de la historia.

En su debe hay que indicar, sin embargo, que Urtasun hizo un anuncio todavía no sustentado en políticas concretas, lo que generó un debate que, sin duda, hubiese estado mejor orientado de haberse basado en actuaciones precisas. Su comparación con Bélgica también fue desafortunada: las potencias coloniales saquearon África —un informe encargado por el presidente francés, Emma­nuel Macron, calcula que el 90% de los bienes culturales del continente fueron expoliados— y, por eso, muchos museos europeos han comenzado un largo e incierto proceso de devolución, como ha hecho Alemania con los bronces de Benin.

El problema en España no es tanto de restitución como de narración, pero convertir la descolonización en parte de una guerra cultural, como ha pretendido la derecha, supone un profundo error basado en argumentos más propios de la retórica franquista de la Hispanidad que de la historiografía contemporánea.

Introducir elementos hasta ahora desdeñados, como la esclavitud —no hay que olvidar que Cuba, cuando todavía era parte de España, fue el último territorio de Europa en abolirla, en 1886— o la visión indígena de la conquista de América, suponen pasos imprescindibles. No se trata de un asunto de víctimas o villanos, ni tiene nada que ver con la leyenda negra: se trata de abrir un debate desde la historia para situar a los museos españoles en el siglo XXI. Muchos, de hecho, ya lo están llevando a cabo sin necesidad de intervenciones ministeriales, como ha hecho el Prado con varias exposiciones, el cambio de cartelas en sus salas o la exhibición en la colección permanente de más obras de mujeres. Ahora hay que esperar a que la propuesta del ministro se transforme en medidas concretas que no deberían ser juzgadas desde emociones pseudopatrióticas ni delirios revisionistas, sino desde una mirada contemporánea, informada y científica.

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