Valika Smeulders, directora de historia en el Rijksmuseum: “Un museo debe contar el relato de todos, no solo de 10 personas”
Una de las comisarias de la influyente exposición sobre la esclavitud que organizó en 2021 la célebre institución de Países Bajos reflexiona sobre aquel proceso, la descolonización y el cambio de perspectiva en el arte
El Rijksmuseum de Ámsterdam es uno de los museos más importantes de Europa. Visitantes de todo el mundo acuden para ver La ronda de noche de Rembrandt o La lechera de Vermeer. Pero desde hace un tiempo el centro y sus obras es también foco de atención por otro motivo. “Tenemos muchas pinturas de señores y señoras blancos entonces muy importantes, flanqueados por algún chaval negro. Antes a esos jóvenes africanos los ignorábamos. Ahora los estudiamos”, apunta Valika Smeulders, directora del departamento de historia de la institución neerlandesa. Y una de las comisarias de la exposición de gran impacto que dedicaron en 2021 a la esclavitud. De todo ello la experta habló la semana pasada en Pública 24, un encuentro entre profesionales de la cultura organizado en Madrid por la empresa cultural La Fábrica. Y también del tema tal vez más comentado en el mundo del arte en este momento: la descolonización.
La propia Smeulders reconoce que, actualmente, dedica a estos asuntos “gran parte” de su trabajo. Nació en la isla de Curazao, en el Caribe, pero reside y trabaja en Ámsterdam. Ha investigado el patrimonio caribeño en sus estudios académicos y acaba de colaborar en la devolución de unas cuantas piezas desde el corazón de Europa a Sri Lanka. Es decir, su propia vida y carrera se mueven entre los dos centros neurálgicos del debate: excolonia y exmadrepatria, lo que le permite tener una visión más personal, pero seguramente también compleja y enriquecida.
“El periodo colonial arrancó en el siglo XVII y el corazón de nuestro museo justo viene de ahí. En mi tierra natal, o en Ghana, ves que no fue una época de calma y paz. A las compañías de las Indias las consideramos operadores comerciales, pero sus representantes llevaban armas, no era un negocio consensuado. En Países Bajos no lo ves hasta que empiezas a conocer, y entonces detectas las huellas. Cuando miramos nuestras colecciones desde ese ángulo, vimos que estaba en todos lados: el gobierno, la economía…”, apunta. Una tesis parecida a la que defiende la profesora británica Catherine Hall, que Smeulders cita como una de las voces más pioneras e influyentes en este ámbito.
Razones de sobra para que al director del Rijksmuseum, Taco Dibbits, se le ocurriera en 2017 centrar una exposición en todo ello. El asunto es tan extenso que para organizar la muestra hicieron falta cuatro años, la creación de un think thank e incorporaciones de nuevas voces sobre la marcha, como la propia Smeulders. La experta destaca sobre todo la larguísima conversación previa: tras anunciar el proyecto, el museo recibió ideas, sugerencias, inquietudes de la ciudadanía. Y, a la vez, fue explicando el cambio de paradigma a grupos de sus visitantes más tradicionales. Se juntaron historiadores y sensibilidades de ambas procedencias. “Debíamos tener un profundo conocimiento académico. Y el museo entró en contacto con nuevas partes de Países Bajos que no habían visto su historia representada en nuestros pasillos”, resume la estudiosa.
Una vez consensuado el marco, elaborar el contenido fue igual de complicado. O más. Los opositores más incendiarios asocian la descolonización con la restitución de tesoros artísticos del país explotador al explotado. Se trata, sin embargo, tan solo de una de las posibilidades. La más llamativa, pero también la menos habitual y, en todo caso, la última.
Todo empieza, como subraya Smeulders, por la información: “Tiene mucho que ver con la narración. Por eso relatamos la muestra de la esclavitud a través de 10 personajes, entre esclavizadores, esclavizados y gente que se levantó en contra. Queríamos que todo el mundo se sintiera incluido y los asistentes se preguntaran: ¿qué habría hecho yo si hubiera nacido en un sitio, o en otro?”. Para ello, no tenía sentido acudir solo a los documentos occidentales, la historia narrada por los vencedores. Y, a la vez, la ley neerlandesa consideraba a los esclavos “como objetos”, sin derecho a leer o escribir, según Smeulders. Finalmente, persiguieron a sus protagonistas a través del laberinto de las fuentes orales, como las canciones pasadas de una generación a otra, o incluso búsquedas de ADN.
Puede que la exposición supusiera un hito en la historia artística de Países Bajos. Después, en diciembre de 2022, vino la disculpa oficial del entonces primer ministro holandés, Mark Rutte, por “el pasado esclavista de Países Bajos” en Surinam (Sudamérica) y las antiguas Antillas Neerlandesas (en el mar Caribe), en un discurso televisado donde definió por primera vez oficialmente esos sucesos como “crimen contra la humanidad” y reconoció que “afecta a las personas aquí y ahora”. Pero el proceso, según Smeulders, se fraguó mucho antes. La estudiosa relata que desde comienzos del siglo XXI los activistas “con raíces en las viejas colonias” colocaron el debate sobre la mesa. Se sumaron historiadores, investigadores, artistas, instituciones. Y, por último, hasta el Gobierno. “Antes hablábamos solo de la gloria de la nación, y es únicamente una pequeña parte del relato. Hay que integrar las otras. Hemos ido detectando varios aspectos. Ahora podemos trazar una línea entre los puntos”, dice la experta.
El proceso incluye también otra historia, distinta, pero parecida: el expolio artístico a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, que ya ha supuesto las primeras devoluciones por parte de Países Bajos a los legítimos propietarios. El Rijksmuseum también trabaja desde hace tiempo en esa vertiente. Y, desde 2001, el Estado neerlandés cuenta con el asesoramiento de un comité independiente para la restitución de obras obtenidas durante o a raíz de la contienda que no le pertenezcan legítimamente. En 2022, además, surgió un organismo idéntico para los casos relacionados con la época colonial.
Ante varias alusiones al encendido debate que la descolonización genera en España —el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, se ha expresado a favor y algunos museos ya han llevado a cabo acciones en este sentido, mientras que la oposición y otros expertos consideran que se está desprestigiando la marca nacional y que el debate parte incluso de una premisa falsa, porque creen que España nunca tuvo colonias—, Smeulders evita opinar. Y prefiere volver a relatar lo que sucede en su país: “El propietario de la colección del Rijksmuseum es el Estado. Pero nosotros la cuidamos, y la investigamos. Necesitamos saber más, y no podíamos hacerlo solos. Contactamos con los países que podrían reclamar algunos objetos y con sus expertos. Es el comienzo de algo que se está haciendo más y más grande. La vitrina donde estaban las piezas que hemos devuelto a Sri Lanka sigue contando nuestra historia común, pero con otras obras”.
Para Smeulders, en definitiva, hace falta una conversación profunda, inclusiva y difícil. “No se resuelve de un día para otro. En neerlandés se dice ‘no hay brillo sin fricción”, sonríe. Y señala la importancia de cuestionar la perspectiva que siempre ha dominado: “El rol del comisario está cambiando, ahora incluye más búsqueda. Cuando hacemos una exposición, queremos investigar de cero y alcanzar el máximo conocimiento posible. Fijarnos más en lo que hacían también las artistas; en las áreas rurales, en lugar de mirar solo a las grandes ciudades… Los museos deben contar la historia de todos, no solo de 10 personas”. Entre otras cosas, porque son siempre las mismas.
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