El debate emergente (y necesario) sobre la descolonización
La decolonialidad no es una metáfora. Busca transformar las estructuras, mentalidades y prácticas coloniales y, en últimas, reconfigurar el poder
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Colonialidad y decolonialidad son términos que han aumentado su circulación en medios masivos, organizaciones sociales, redes académicas, discusiones políticas y espacios digitales como Tik Tok e Instagram. Desde el debate (y molestia) por descolonización de los museos nacionales en España hasta la indignación que ha causado en la política tradicional colombiana el reclamo al Estado sobre la deuda y reparación histórica a las personas afrocolombianas por los legados del racismo, la discusión sobre la colonialidad latente ha aumentado su presencia en la agenda pública. Los términos colonialidad y decolonialidad revelan la urgencia: apropiar lenguajes y prácticas que permitan entender y actuar mejor sobre la realidad.
En este sentido, una audiencia creciente indaga, cuestiona y busca interrumpir los legados del colonialismo en las estructuras de poder, los imaginarios colectivos y en la vida cotidiana. ¿Qué se señala cuando hablamos de colonialidad? A grandes rasgos, se trata de comprender que el origen de muchos de nuestros comportamientos, hábitos y estructuras sociales son herencia de la época colonial afianzados a través de la modernidad, y que persisten en nuestros presentes. Las concepciones de género, de raza y clase vigentes son parte del lastre que es el legado colonial. El proceso de racialización aún opera en las nociones de clase social; los constructos de belleza o de éxito tienen una dimensión de género que se cruzan a su vez con ideas de raza y clase. Esta estructura que nos atraviesa está interiorizada y asumida como natural: lo enseñado carga el legado de la colonia.
Al seguir aceptando la herencia colonial como parte de una normatividad se pasan por alto fronteras políticas y económicas necesarias de derribar. El pasado 25 de mayo, la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, señaló: “Cuando escucho a algunos dirigentes, a los cuales respeto porque son dirigentes votados por su pueblo ponerse contentos porque en Bolivia y en Chile han sacado legislaciones que cuidan el litio, y se ponen contentos porque dicen: ‘Ah, bueno, como les ponen muchas exigencias allá, se van a venir todos para acá’. Pero qué vocación de colonia. Qué vocación de volver a ser Potosí. Ponete en la cabeza ser Malasia, ser Corea, pero no volver a ser Potosí, por favor.” Fernández hace referencia a la manera en que Argentina se ha puesto históricamente en un papel de centro en relación al resto de América Latina debido a su supuesta cercanía con lo europeo y, por ende, con lo blanco. También señala que en los paises de la región persiste aquella vocación de colonia que es a su vez extractivista.
Como en la política, en los espacios culturales también bulle la pregunta por la decolonialidad. Por ejemplo, la novela literaria ha sido una de las tecnologías más importantes para ampliar y extender la idea cultural de occidente. La novela, aún decimonónica, carga consigo formas preocupantes sobre lo que significa la individualidad, la autoría y la linealidad narrativa, sus formas privilegiadas de operar. Desde la decolonialidad, la novela deja de buscar maneras lineales de contar una historia, deja de pensar en narradores tradicionales y deja de pensar en el género literario como algo intocable. Procura, en cambio, desorganizar, interpelar el canon, romper líneas temporales tradicionales, retar la manera en que seguimos las historias detrás de ciertas voces y jugar con las dimensiones espaciales y temporales.
De su parte, la moda ha sido de las industrias económicas y culturales que ha reproducido sostenidamente nociones racistas, clasistas y patriarcales sobre el cuerpo, y ha promovido el consumo de bienes a favor de la acumulación de capital en detrimento de la vida en la tierra. La moda ha afirmado su belleza a partir del sujeto y la mirada blanca, europea y extractivista. En América Latina, las conexiones entre la moda, el turismo y el colonialismo son evidentes. Las percepciones estéticas y culturales sobre el territorio y sus habitantes construyen una otredad exótica -miedosa y festiva a la vez- apta para el consumo del turista que celebra fugazmente el destino que visita para luego salir de allí inmune, inmóvil. La moda y el turismo usufructuan esta construcción, y van de pueblo en pueblo apropiando y aplaudiendo un consumo que perpetúa el modelo colonial, es decir la modernidad racial en la que unos devoran y otros son devorados.
Sin embargo, las noticias, análisis y denuncias de campañas publicitarias racistas han ocupado cada vez más la atención pública. El rechazo histórico a la precarización de la ciudad de Cartagena, Colombia, en nombre del turismo, o la lucha de ambientalistas y de comunidades indígenas en contra del proyecto del Tren Maya en la península de Yucatán han sido imparables. En la política y en la literatura la decolonialidad es una búsqueda activa en conversaciones entre la academia, los medios y las redes sociales, para seguir combatiendo desde sus ámbitos el sesgo racial y el racismo que permanece en América Latina y otras naciones multirraciales.
Las conexiones coloniales entre raza, clase y género en la moda o el turismo colonial no son noticias nuevas. Pero las audiencias están interpelando industrias históricamente patriarcales y largamente aplaudidas, pensando formas de creación y sostenimiento que cuestionen el poder. Reconocer la herencia colonial que informa estas prácticas ha sido fundamental para entender y anudar un problema de base. Las voces colectivas defienden, con urgencia y como un proceso en andas, la descolonización de las mentalidades, las prácticas y el poder.
El pensamiento decolonial es una de las más potentes brújulas contemporáneas para comprender los lazos del pasado con el presente, con el fin de redibujar desde el hoy los futuros que nos convocan. La intelectualidad latinoamericana y caribeña han desarrollado una larga tradición de décadas cuestionando los lazos entre la modernidad y la colonialidad, y su papel en la creación de una estructuras jerárquicas y opresivas vigentes. Para Frantz Fanon, la descolonización se trata de una actitud y una acción encaminada a desarticular estas estructuras de poder. Se trata de desmontar el entramado inseparable de relaciones racistas, patriarcales y extractivistas que han hecho inviable la vida para la inmensa mayoría de la población y para el planeta mismo. Y aunque se trata de un problema estructural, si la colonialidad es también una mentalidad, la descolonización comienza por el cuestionamiento y progresivo desmantelamiento de las creencias y actitudes individuales desde una acción colectiva.
Las ideas romantizadas del mestizaje como forma protagónica en la construcción de supuestas democracias raciales también necesitan ser interpeladas. Detrás del mestizaje se cimentó un proyecto antinegritud en las Américas, insistente en blanquear la población y las culturas del continente. El mestizaje es un proyecto que sigue vivo y es visible en el desplazamiento masivo de personas haitianas y en su recepción como migrantes en países que las declaran indeseables. Habla de la actitud colonial que insiste en mantener máximas prejuiciosas y estereotipadas de la comunidad negra. La perspectiva de que Haití es un país maldito porque no es un país católico se sostiene en que buena parte de la prensa ha estigmatizado a Haití bajo nociones racistas. Sin embargo, como afirma el escritor haitiano Lyonel Trouillot “nuestro país no es maldito. Las realidades son las consecuencias de acciones humanas, de los que gobiernan”. Pensar en Haití como un país que se ganó, con sus creencias, los millares de vejámenes e injusticias que golpean la isla y su gente a diario tiene un origen y una reproducción colonial.
Si el discurso feminista se caracterizó por llamar la perspectiva de género a los problemas sociales, el pensamiento decolonial pone en perspectiva antipatriarcal de raza y clase, de centros y periferias, los mundos que habitamos. Se trata de un pensamiento que descentra las narrativas dominantes que han hundido el mundo en múltiples violencias, para proponer formas de actuar. Su aumento en diferentes escenarios de la política y la cultura evidencian que nos encontramos en un momento de ‘cresta de la ola’ en el lenguaje público y masivo sobre colonialidad y decolonialidad. Al igual que otros movimientos/corrientes históricas que han propuesto formas imperfectas y en todo caso necesarias de justicia social, descolonizar propone una praxis política, una teoría llamada a la acción que no busca sumarse a los modelos explicativos del presente o de la historia. La decolonialidad no es una metáfora. Busca transformar las estructuras, mentalidades y prácticas coloniales y, en últimas, reconfigurar el poder.
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