Ignorar que existe el racismo nos cuesta dinero
La constante negación de la negritud en las naciones de Latinoamérica es un factor que evita la medición, aceptación y eventual erradicación del racismo
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El reconocimiento de que el racismo es un problema en América Latina y el Caribe se ha presentado de manera tardía, ya que por años se ha asumido que nuestras naciones, que se caracterizan por su pluralidad racial, reinaban las “democracias raciales”, donde se asentaron supuestos paraísos en los que se esperaba que el color de la piel no tuviese ningún tipo de incidencia en la organización social, política, cultural ni económica. Lo cierto es que el racismo que se ve en esta parte del continente es todavía más complejo que el racismo de países que tuvieron instauradas leyes de segregación como es el caso de Estados Unidos o Sudáfrica.
Se puede observar que el mito del mestizaje como igualador social que resultó de las supuestas “democracias raciales” empezó a ser desenmascarado apenas a principios de los 90. En algunos países, la aceptación de sus raíces africanas se sigue poniendo en duda en los imaginarios nacionales, como es el caso de Argentina y México. Esta falta de ver el racismo y nombrarlo es un problema severo que conducirá no solo a faltas morales, sino que tiene una repercusión real en las economías locales, nacionales y la economía internacional: repercusiones en la implementación de las políticas públicas, la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente, entre otros.
La doctora Candis Watts Smith, profesora de Ciencias Políticas de la universidad de Duke, asegura que uno de los problemas más importantes a la hora de combatir el racismo está relacionado con la falta de una definición precisa y una comprensión colectiva de lo que es. Esta falta de entendimiento es más espinosa cuando ni siquiera se acepta que exista la discriminación racial, en especial a personas negras de pieles más oscuras. Y es un reto mayor, cuando hoy por hoy vemos que existen países que aseguran no tener ningún vestigio de la diáspora africana que llegó en la época de la colonización entre su población. El presidente de Argentina, Alberto Fernández, afirmó en unas polémicas declaraciones el año pasado: “Los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos. Eran barcos que venían de Europa”, sacando de contexto una cita del escritor Octavio Paz y desdeñando así la ascendencia indígena y negra de Argentina. La constante negación de la negritud en las naciones de Latinoamérica es un factor que evita la medición, aceptación y eventual erradicación del racismo. La imperante necesidad de trabajar por la erradicación del racismo está cimentada en la justicia, pero ciertamente no es la única razón para seguir encarando este problema. Los costos del racismo son muchos y en estos días en los que la inflación parece cada vez más alta y las monedas tienen comportamientos más drásticos y ambivalentes, es oportuno revisar qué otras prácticas económicas es necesario implementar para salvaguardar el bienestar financiero de las personas.
En su texto Lo que nos cuesta el racismo a todos, Joseph Losavio, especialista en ciudades, infraestructuras y servicios urbanos del Foro Económico Mundial, asegura: “El racismo sistémico es un problema global. (...) El racismo sistémico tiene importantes costos económicos. Una sociedad menos racista puede ser una sociedad más fuerte desde el punto de vista económico. Por ejemplo, se estima que, entre 2019 y 2028, la brecha de riqueza entre estadounidenses blancos y negros tendrá un costo para la economía del país de entre 1 billón y USD 1,5 billones de dólares en consumo e inversiones no realizadas. Se prevé que esto se traduzca en una penalización para el PIB de entre 4% y 6% en 2028″.
El solo hecho de que hasta el año 2020 la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) y el Fondo de Población de las Naciones Unidas no hayan logrado compilar en un solo documento los retos, los datos estadísticos y las realidades a las que se enfrentan las comunidades afrodescendientes de América Latina y el Caribe ya nos dice mucho. El libro titulado Afrodescendientes y la matriz de la desigualdad social en América Latina: retos para la inclusión nos da luces sobre la situación de las personas afrodescendientes en la región y es una pauta importante para entender que las diferencias fenotípicas han sido utilizadas en procesos de racialización y discriminación también en este lado del mundo.
En este documento, por ejemplo, se analiza cómo las mujeres afrodescendientes siguen en procesos de disparidad que las dejan en condiciones poco favorables para el desarrollo de sus carreras: “Los mercados laborales latinoamericanos se caracterizan por una acentuada segregación y segmentación, como consecuencia de los elevados grados de heterogeneidad estructural y de los nudos constitutivos de la desigualdad de género”, se lee en el texto. “Además, como se ha señalado, existen profundas desigualdades étnico-raciales que derivan en una mayor concentración de personas afrodescendientes en ocupaciones de baja calificación, informales y con mayor precariedad e inestabilidad laboral. La vivencia simultánea de esos dos ejes estructurales de la desigualdad, además de la persistencia del racismo y diversas formas de discriminación racial en el mercado de trabajo, hace que las mujeres afrodescendientes sean las más afectadas”.
De manera muy precisa, el trabajo realizado en este informe señala que estas brechas no serán cerradas adecuadamente sin que haya primero un registro riguroso del racismo estructural y sistemático de la región. Y se hace una invitación a entender la anti-negritud como parte del problema a nivel estadístico que ha resultado en la invisibilización y la falta de reconocimiento de la población afrodescendiente.
Frente al fenómeno de la negación del racismo y su impacto en las esferas económicas, John Kolmos, extitular de la cátedra de Historia Económica de la Universidad de Munich, afirma: “El fundamentalismo de mercado no tiene que ser abiertamente racista para ser estructuralmente racista. Esta es la esencia del racismo daltónico, encubierto, implícito, institucional, estructural. Esto hace que la teoría económica neoliberal sea encubiertamente racista como consecuencia indeseada de los supuestos en apariencia neutrales en los que se basa. Sus supuestos injustificados subyacentes contribuyen a mantener en desventaja a los grupos desfavorecidos”, afirma. Se trata, según él, de un “racismo sin racistas” con “grandes implicaciones”. “Las teorías económicas tienen un impacto poderoso, pues se filtran en los medios de comunicación y dominan el discurso popular en las calles, así como en los pasillos del Congreso”, afirma. Tanto Kolmos como Candis advierten que la neutralidad puede ser una desventaja que perpetúe no solo el racismo sistemático, también el decrecimiento económico de las comunidades negras y, por tanto, de la gente en Latinoamérica y el Caribe.
Es urgente atender no sólo a reconocer el racismo rampante de nuestros países, sino a ver en las políticas económicas la complicidad que han tenido con ese silencio y esa abogacía por el discurso del mestizaje que sigue dejando a millares de personas negras desprotegidas y al mundo con menos herramientas para hacerle contrapeso a una posible recesión.
Carolina Rodríguez Mayo es profesora, escritora y viajera. Ha publicado en revistas colombianas como Literariedad, Sombralarga, Sinestesia, Volcánicas y Manifiesta. Fue elegida como parte de una antología de jóvenes poetas, Afloramientos, los puentes de regreso al pasado están rotos publicado por Fallidos Editores. Produce el podcast Manifesto Cimarrón donde conversa sobre negritudes, diversidad y resistencia.
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