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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Sundar Pichai, el hombre que ordena el mundo

Las decisiones del nuevo máximo ejecutivo de Google afectarán a millones de personas

Pablo Ximénez de Sandoval
Luis Grañena

La expansión de Google en 20 años, desde una web de búsquedas hasta todos los aspectos de la vida, ha tenido cinco cabezas visibles. Dos cabezas ideológicas, los fundadores Larry Page y Sergey Brin. Son los que imaginaron que, cualquiera que fuera el tamaño que alcanzara Internet, siempre se podría ordenar con una serie de variables para medir la calidad del contenido. Dos cabezas económicas: Eric Schmidt, fichado como CEO en 2001 para manejar una empresa que se hizo inmanejable muy pronto; y Susan Wojcicki, la mujer que vio el futuro de YouTube. Y una cabeza técnica, Sundar Pichai, un ingeniero informático fichado en 2004 para trabajar en el navegador Chrome. El pasado 3 de diciembre, la empresa anunció que Pichai será el único máximo ejecutivo de Alphabet, la matriz de todo el imperio Google.

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En la primera edición del libro Cómo trabaja Google, escrito por Schmidt en 2014, Pichai aparece mencionado dos veces. Schmidt se refiere a él como “uno de nuestros inteligentes creativos”. Al año siguiente, era el CEO.

La biografía de Pichai es la de un inmigrante hecho a sí mismo. Nació en Madurai, India, hace 47 años, en una familia humilde. Se graduó como ingeniero en la universidad en la India y luego logró ir a Stanford para un posgrado. Estudió un MBA en Wharton (Pensilvania) y trabajó en la consultora McKinsey antes de entrar en Google. Primero, logró instalar el buscador en navegadores de la competencia. Después se hizo cargo de Gmail. En 2013 le encargaron la expansión del sistema Android para móviles. En 2015, le nombraron consejero delegado de Google. Por encima de él, Larry Page era consejero delegado de Alphabet y Sergey Brin presidente.

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Cuando ascendió a la cúspide, el periódico Hindustan Times se fue a entrevistar a antiguos compañeros de colegio de Pichai en Chennai, India. Un compañero lo recordaba “callado” y “estudioso”. “Un hijo dedicado a sus padres”, decía otro. The Hindu Business Line aseguraba que estaba “tan metido en sus estudios que la mayoría de sus compañeros no recuerdan que participara en ningún deporte o actividad extraescolar”. Era retraído y “muy competitivo”. Su abuela, que vive en la casa donde él creció, lo recordaba jugando al críquet en la calle y muy metido en los estudios.

Hoy cultiva una imagen parecida. Pero cualquier palabra suya tiene consecuencias. Está a la cabeza de una empresa que ingresa 115.000 millones de dólares al año y gana 23.000, y cuyo nombre se ha convertido en verbo. Su matriz domina la publicidad online y los mercados de móviles y navegadores. Con la gigantesca cantidad de datos que recibe cada segundo, su algoritmo está ordenando el conocimiento de una forma sin precedentes en la historia.

Se considera un optimista. Cree que este es el mejor momento de la historia de la humanidad para nacer

Pichai se considera un optimista. Cree que es el mejor momento de la historia de la humanidad para nacer y tiene una visión calmada y estratégica de los grandes problemas. “Después de este ruido todo se calmará”, decía el año pasado sobre el Gobierno de Donald Trump, al que ha criticado especialmente su actitud contra los inmigrantes, con los que se identifica. “Van a ser razonables en temas de Estado”.

En una entrevista con EL PAÍS hace dos años en la sede de Google, en California, Pichai mostraba algunas preocupaciones. Primero, cómo van a encajar millones de personas en la economía de la revolución digital, de la que Google es un motor clave. Una de sus obsesiones es facilitar que la gente se recicle a través de becas, ayudas, haciendo la tecnología lo más democrática y accesible posible. Pichai considera que la inteligencia artificial es “el mayor reto y la mayor oportunidad que tiene ante sí la humanidad”.

En aquella entrevista también dejaba ver que comprende el poder que tiene Google para influir en la sociedad a través de un conocimiento de las personas que nunca ha tenido otra empresa. Pichai, por ejemplo, se lamentaba de no haber hecho nada en la epidemia de adicción a los opiáceos en Estados Unidos. “La tendencia de búsqueda, de recetas, la información… Todo estaba ahí hace 10 años. Si lo hubiésemos visto a tiempo podríamos haber ayudado”, afirmaba.

Ya hay algunos ejemplos de cómo reacciona Pichai ante retos que tienen que ver con el poder de Google. En abril de 2018, se enfrentó a la primera disyuntiva, al menos en público, entre la realidad de Google y la imagen que la empresa tiene de sí misma. Alrededor de 4.000 empleados, incluyendo ingenieros de alto nivel, firmaron una carta en la que protestaban por la colaboración entre Google y el Departamento de Defensa para aplicar inteligencia artificial a programas de reconocimiento facial. “Google no debería meterse en el negocio de la guerra”, decía la carta.

Esta vez ganaron los principios. Pero se trata de una rama de negocio que, aunque tenía mucho potencial futuro, significaba unos ingresos muy pequeños. En Google, el lema original de la compañía, no hagas el mal, ha quedado relegado a un entrañable recuerdo fundacional. Las acciones y respuestas de Pichai permiten deducir que considera que la empresa es demasiado grande y complicada como para que se la mida por la visión idealista de Internet que inspiró a las compañías que revolucionaron la Red hacia el cambio de siglo. La información, la publicidad, los datos que revelan las tendencias más profundas de la sociedad están en manos de un inmigrante que ha visto la pobreza, optimista y del Barça.

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Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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