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Migrados
Coordinado por Lola Hierro

Mi futuro no está en Palestina

Cada vez más jóvenes palestinos dejan de buscar soluciones colectivas a una situación heredada e insoportable y tratan de construir su propio futuro fuera de su tierra

Cuatro jóvenes simpatizantes del Frente Popular de Liberación Palestina participan en una protesta en Gaza el pasado 7 de diciembre.
Cuatro jóvenes simpatizantes del Frente Popular de Liberación Palestina participan en una protesta en Gaza el pasado 7 de diciembre. Ashraf Amra
Territorios palestinos -
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Omar está en su último año de Periodismo en la Universidad de An-Najah, en Nablus. Su sueño es conseguir una beca para ir a Hollywood. Su segunda opción es Turquía, la meca cinematográfica del Medio Oriente. Omar forma parte de una generación de jóvenes palestinos muy cualificados y con ambiciones que pretenden superar el combate desigual heredado de sus abuelos de la única manera que les parece posible: dejando atrás la tierra de la discordia.

El día a día en Cisjordania, donde vive Omar, es difícilmente soportable: la existencia del muro que excluye a la población palestina y dificulta su acceso a los cultivos y a recursos básicos como el agua, el incremento de asentamientos ilegales, las restricciones de movimiento, la asfixia de una economía cada vez más dependiente de Israel y una inmensa población refugiada en su propio país son cargas demasiado pesadas. A ello hay que añadir el conflicto que enfrenta a los grupos palestinos de Fatah, que domina la Autoridad Palestina en Cisjordania y Hamas, en Gaza. La situación en Palestina, documentada por organizaciones internacionales como Human Rights Watch, tiene también graves consecuencias para la salud mental. La incertidumbre empaña cada momento de la vida. Por eso, no es de extrañar que, según la Iniciativa Palestina de Neurociencia, la tasa de depresión en la población de Cisjordania ronde el 36%.

Omar tiene 20 años. Nació siete después de la firma de los Acuerdos de Oslo, pero la paz ni ha llegado ni se la espera. La sociedad ha cambiado en este tiempo: Alaa AbuDheir, del Departamento de Relaciones Públicas de dicha Universidad, considera que en los últimos años se ha vuelto más individualista, fruto de la entrada de los bancos tras los Acuerdos, y con ellos, la generalización de los préstamos y las deudas. Además, entre los más jóvenes, afirma AbuDheir, existe una gran desconfianza en la política y ninguna esperanza de que la situación mejore. Después de tantos años de conflicto y sacrificios, en los que no se ha conseguido ningún avance en los derechos del pueblo palestino, la juventud se pregunta: ¿qué es lo más importante? Y lo más importante es vivir, concluye. Aunque sea fuera de Palestina.

La tasa de depresión en la población de Cisjordania ronda el 36%

En Palestina, los niveles más altos de desempleo se dan entre quienes tienen más años de educación, especialmente en el caso de las mujeres. Según un informe de la Oficina Central Palestina de Estadística, la tasa de desempleo entre las personas graduadas se eleva al 35,6%. Las diferencias entre las mujeres y hombres son abismales: mientras el porcentaje de hombres desempleados no llega al 20%, el de las mujeres supera el 54%. Es decir, más de la mitad de las mujeres universitarias no accederá al mercado laboral.

En el campo de refugiados de Balata, el más grande de Cisjordania, casi el 60% de sus 27.000 habitantes tiene menos de 25 años. A pesar de la pobreza que lo inunda todo, hay un número considerable de personas con estudios superiores. Algunas han podido encontrar trabajo en organizaciones humanitarias de la zona, pero la mayoría solo tiene como opción la elaboración de productos de artesanía. En el caso de las mujeres, las opciones se reducen todavía más, y lo más habitual es que acaben asumiendo el rol doméstico tradicional.

Balata ha crecido en el reducido espacio que se destinó a quienes tuvieron que abandonar Yaffa y otras ciudades tras la ocupación y la creación del Estado de Israel en 1948, en lo que se llegó a denominar como Nakba, o la gran catástrofe. El pequeño museo de la Universidad An-Najah conserva en sus vitrinas las llaves de hierro de las casas a las que las personas refugiadas siempre esperaron volver. 68 años después, sus descendientes siguen allí, cada vez más hacinados. Las tiendas de campaña dieron paso a viviendas precarias, y hoy en día los edificios de cemento crecen verticalmente separados por estrechas calles en las que apenas entra la luz. A la entrada del campo, se alza el edificio de UNRWA, la agencia de Naciones Unidas para las personas refugiadas palestinas, que gestiona la educación, la sanidad y los servicios sociales. También concede becas para estudios universitarios. En 2019 dejó de recibir fondos de EE. UU., su principal donante, y en la actualidad tiene un déficit de 211 millones de euros, que afecta al día a día de la vida de más de cinco millones de personas.

Varios alumnos se dirigen a la facultad de Periodismo en la Universidad de An-Najah, en Nablus.
Varios alumnos se dirigen a la facultad de Periodismo en la Universidad de An-Najah, en Nablus.Begoña Santos Olmeda

Ramsis, residente en el campo, sabe que un día se irá de su tierra. Su única duda es cuándo. Desde que era niño, comprendió que tendría que conseguirlo todo por sí mismo, así que no ha dejado pasar una sola oportunidad. Participa como voluntario en el Programa de Intercambio Internacional de la Universidad An-Najah y ha conseguido establecer una red de contactos que sabe que serán su mejor baza cuando de el salto. “La necesidad aviva la inteligencia”, dice, en un perfecto inglés y con una sonrisa irónica en los labios. Ahora ya solo le falta un semestre de la universidad para enfrentarse a su futuro.

Pero todavía quedan obstáculos por recorrer y, mientras tanto, debe sobrevivir. Cuenta que hace pocos meses a uno de sus primos lo mataron de un balazo en un checkpoint cuando se dirigía al trabajo y, otro, de 13 años, fue encerrado en la cárcel sin cargos definidos. Sabe que cualquier día le puede tocar a él. Según UNRWA, las incursiones del ejército israelí en Balata son frecuentes y el Ministerio de Salud Palestino ha reconocido que ha matado a 200 residentes a lo largo de los años. Hace poco entraron en su casa por la noche y se lo llevaron detenido. En esos momentos se arrepintió de no haber solicitado asilo en España, donde había pasado unos meses en un intercambio estudiantil.

De las casi 250 solicitudes de asilo procedentes de personas de Palestina resueltas en 2018 en España, más de 200 obtuvieron algún tipo de protección, según datos del Ministerio del Interior. Pero Ramsis lo tiene muy claro; para él, el asilo es la última opción. Si lo consigue, no podrá volver a Palestina: solicitar asilo significa renunciar a su tierra, a su familia, no poder mirar más atrás. También está al corriente de que España no respeta la obligación de acoger a los solicitantes de asilo que no tengan medios materiales suficientes para sobrevivir mientras se tramita su solicitud. Y no quiere verse viviendo en la calle, así que busca otras opciones. Mientras tanto, sigue en la cuerda floja, y aunque esta vez fue liberado a las pocas horas de detención, ¿quién sabe lo que ocurrirá la próxima?

Más de la mitad de las mujeres universitarias no accederá al mercado laboral

Kayan, una estudiante de 21 años, en cambio, ni siquiera conoce el significado de la palabra “asilo”. “¿Qué es eso?”, pregunta con curiosidad. Su mirada perspicaz está enmarcada por el pañuelo islámico. Se lo explico y afirma con rotundidad: “eso no tiene nada que ver conmigo”. Kayan es una estudiante brillante de biotecnología y tiene la mirada puesta en Alemania, donde le gustaría trabajar como investigadora. Cree que puede conseguir la ansiada beca para hacer un máster allí pero, ¿y después? Cuenta que cuando acabe el curso no podrá quedarse y tratar de encontrar un empleo, como seguramente harán sus compañeros varones. Deberá volver a la casa paterna hasta que se case. Después de su matrimonio, prosigue Kayan, las decisiones importantes de su vida dependerán también de su marido. “Quizás quiera vivir en Alemania, quizás no”, concluye.

De una manera u otra, el futuro de cada vez más jóvenes en Palestina parece no encontrar cabida en la sociedad hecha jirones que han heredado. A ello se une la falta de igualdad de una sociedad en la que las mujeres siguen teniendo graves limitaciones para tomar sus propias decisiones. Sus vidas brotan como tallos verdes, frágiles, en el grueso tronco de los agravios y la violencia infinita de su día a día. Tienen sueños, más allá de la supervivencia, y Palestina, más o menos amada, más o menos sentida, no entra ya en su futuro

Begoña Santos Olmeda es consultora e investigadora en migraciones, asilo y desarrollo.

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