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Tribuna
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La esperanza de Palestina está en su diáspora

La comunidad palestina en Chile, la más grande del mundo fuera de los países árabes, no puede seguir siendo un espectador del fallido proceso de negociaciones

Un palestino durante las protestas contra Israel.
Un palestino durante las protestas contra Israel. MOHAMMED SABER (EFE)

La comunidad palestina de Chile, la más grande del mundo fuera de los países árabes, ha comprendido que no puede seguir siendo un espectador del fallido proceso de negociaciones y del irrespeto sistemático al derecho internacional por parte de Israel. No podemos mirar con indiferencia cómo un Estado ignora con total impunidad las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tales como —242, 338, 446, 478, 2334— que buscan el término de la ocupación en Palestina y generar las condiciones para la paz. En vista de ello, y a diferencia de lo que algunos han intentado desvirtuar con ánimo de desacreditar la legitimidad de nuestro quehacer en Chile y Latinoamérica, nuestra tarea seguirá siendo promover el valor de las personas y el derecho que tienen todos los pueblos a la libertad.

Cuando el camino de la diplomacia fracasa no es una alternativa el guardar silencio

Nuestros antepasados palestinos, que llegaron a tierras lejanas como las de América del Sur, nos enseñaron el apego a nuestras raíces culturales y nos dieron una identidad amable, emprendedora y con capacidad de inserción social. Ellos, nuestros padres y abuelos, nos transmitieron el amor por Palestina y nos enseñaron a amar la tierra que nos recibió con generosidad. Por ello, las comunidades de origen palestino han sido un aporte importante al desarrollo de los distintos países en que se han insertado, aportando en todas las actividades de la sociedad desde la política hasta el mundo académico, pasando por las finanzas y las artes, pero ello no ha significado la pérdida de nuestra memoria y origen. En los hechos, el dolor que a diario viven los palestinos nos ha motivado a romper el silencio y a entender nuestro papel ante la Comunidad Internacional.

En este sentido nuestro trabajo, así como el de otras importantes comunidades palestinas de Latinoamérica, ha consistido en convocar la sociedad civil internacional, ya que hemos comprendido que cuando el camino de la diplomacia fracasa incluso en situaciones que están respaldadas por el régimen internacional de los Derechos Humanos y la propia Carta de las Naciones Unidas, no es una alternativa el guardar silencio. La situación actual nos obliga a buscar otros caminos para materializar el anhelo de libertad de un pueblo que por más de 70 años no ha conseguido que se respete su derecho de autodeterminación sobre la tierra en la que ha vivido desde siempre. La libertad es un anhelo compartido por todas las sociedades.

Sabemos que hay pueblos que han sucumbido de distintas maneras a la opresión, algunos esclavizados, colonizados (ocupados), y otros desterrados. Han sido esos pasajes de la historia los que nos han enseñado el valor de la libertad, puesto que ha sido el dominio de tiranías o imperios cuando reconocemos que siempre nuestros espíritus son libres, indomables, sin importar el nivel de la represión. De hecho, no hubo manera de doblegar a libertarios como Nelson Mandela o Mahatma Gandhi quienes justamente alientan la resistencia pacífica en contra del opresor. Son estos los testimonios que nos inspiran en nuestra esperanza por una Palestina libre, y es ese anhelo el que nos moviliza en Latinoamérica.

Las comunidades palestinas situadas en la diáspora nos conmovemos con el coraje de mujeres y hombres que resisten día a día por mantener su identidad, su memoria y su tierra. Es ahí cuando  Palestina adquiere especial sentido y compromiso, ya que han cargado una cruz con todo tipo de humillaciones; limpieza étnica y un sistema de apartheid que se va consolidando en Israel con leyes que, por ejemplo, imponen una lengua oficial –el hebreo– y descartan el árabe, entre muchas otras acciones que excluyen y diferencian entre ciudadanos según su religión y etnia, sumado a la conculcación de un Estado de derecho en Cisjordania y la Franja de Gaza, territorios en donde se infringen sistemáticamente los Derechos Humanos.

Al día de hoy, la situación en Palestina evidencia un fracaso del régimen internacional, y además se está trasformando en la evidencia del proceso de descomposición de los consensos mundiales alcanzados en 1945, ya que hay potencias como Israel que se arrogan el derecho a no limitarse en su actuar ante ninguna norma internacional, incluida la del ius cogens. En efecto, en Palestina se ha permitido que las evidencias de crímenes realizados por Israel queden sin ser investigadas, evitando así cualquier represalia o sanción a su conducta. Crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y violaciones sistemáticas a los Derechos Humanos se han permitido debido a la geopolítica contemporánea, al sistema de alianzas y amistades por parte de actores centrales en Medio Oriente, dejando a los palestinos en una orfandad.

Ante ello, la sociedad civil adquiere especial relevancia, porque no está condicionada a dichos intereses mezquinos que son capaces de vivir ajenos al dolor del prójimo. En los hechos, muchas diplomacias se complacen sólo con comunicados exhortando a Israel a frenar los ataques en contra de población civil, o lo conminan a que se respete el derecho internacional en vista a una paz justa y duradera, muletilla utilizada por los mandatarios en cada cumbre o encuentro para la búsqueda del fin de la ocupación en Palestina. Pero la realidad es que el drama se perpetúa y el Estado de Israel continúa su proceso de expansión territorial expresado en más confiscaciones de tierras y en el aumento del número de colonos (actualmente superan los 600.000).

Creemos que es tiempo de que cada ciudadano informado y con sentido de humanidad se manifieste y adhiera a la campaña pacífica del BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), tal como sucedió exitosamente en la Sudáfrica del Apartheid. Esta acción de la sociedad civil se debe seguir difundiendo e impulsando hasta que Israel modifique su conducta respecto a las detenciones arbitrarias (inexistencia de un debido proceso); leyes discriminatorias en uso de carreteras; transporte público segregado; controles a diario para palestinos (Checkpoints); existencia de un muro que anexa de facto territorio palestino; confiscaciones de tierra; prisión para niños y presos políticos; sufrimiento a través de castigos colectivos en Franja de Gaza; entre otras muchas violaciones a los Derechos Humanos.

La esperanza de Palestina está en la organización de su diáspora, en esos más de cinco millones de palestinos repartidos en todo el mundo que tienen un mismo anhelo y que han comprendido la importancia de su rol. En Chile, así como en toda Latinoamérica, no dejaremos de visibilizar ante la opinión pública la injusta vida que soportan los palestinos, promoviendo acciones pacíficas destinadas a crear las condiciones para que se les otorgue igualdad de derechos y se ponga fin a la ocupación. Sabemos que será un camino largo y difícil, pero mientras existan personas que se reconozcan a sí mismas como humanistas habrá esperanza en la libertad de los palestinos.

Jaime Abedrapo es doctor en Derecho Internacional y director de la Comunidad Palestina de Chile.

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