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“Viajo sin mi marido, trabajo y gano dinero”: cómo las cooperativas están mejorando la vida de las mujeres del Rif marroquí

Las asociaciones exclusivamente femeninas se abren hueco en sectores como el textil y el agroalimentario, con más de 50.000 miembros en todo Marruecos. Estas son algunas historias de éxito en el norte del país

Saida Chouli, presidenta de la cooperativa de Tanafet, mostraba a principios de abril un 'mendil', la sobrefalda y velo que llevan las amazigh, tejido por sus compañeras.
Saida Chouli, presidenta de la cooperativa de Tanafet, mostraba a principios de abril un 'mendil', la sobrefalda y velo que llevan las amazigh, tejido por sus compañeras.Chema Caballero

“Yo nunca había salido de estas montañas. Y ahora, a mi edad, he ido a ferias y reuniones en Tetuán, Tánger, Marraquech, Rabat. Incluso a Dajla. He conocido a muchas mujeres que hacen cosas semejantes a las nuestras y, aunque no hablamos el mismo idioma, nos hemos apañado para comunicarnos y compartir experiencias”, cuenta Fátima Hayou, vicepresidenta de la cooperativa textil de Khizana, en la región del Rif, en el norte de Marruecos. Esta mujer de 60 años no deja de sonreír mientras habla: “Voy sola, sin mi marido, con otras mujeres de la cooperativa. Ahora se ha acostumbrado, pero al principio le costaba. Le dije que iba a viajar con su permiso o sin él y tuvo que aceptarlo. Esto es lo mejor que me ha pasado”, asegura.

Las cooperativas desempeñan un papel vital en el desarrollo económico y social de Marruecos. Son esenciales en el sector agrícola, artesanal y turístico. En las últimas décadas, su número ha aumentado, de menos de 3.000 en 1998 a las 53.856 actuales, según la Oficina para el Desarrollo de la Cooperación (ODCO). Son una herramienta fundamental de la hoja de ruta del país hacia un desarrollo sostenible, verde e inclusivo en 2030, además de reforzar la cohesión social. Permiten a sus miembros compartir los medios de producción, optimizar los costes de los materiales y hacer inversiones que individualmente no podrían permitirse.

Las marroquíes se benefician particularmente de esta política. En los últimos años, las cooperativas dirigidas por mujeres han prosperado por todo el país, hasta las 7.360 actuales (el 13,6% del total), la gran mayoría en los sectores agroalimentario y artesanal, que suman entre ambos más de 50.000 miembros. Sin embargo, la pandemia de covid-19 y la guerra de Ucrania pusieron en riesgo la continuación de muchas de ellas y, una vez que empezaban a superar sus efectos, algunas se enfrentan a la sequía.

La falta de lluvias ha reducido la producción y la calidad de la miel de la cooperativa Ithri, en Taounil, una población enclavada en pleno parque nacional de Alhucemas. “Hay menos flores y el sabor de la miel no es tan bueno como antes”, afirma Farida Azzouzi, de 46 años, presidenta de la asociación de 10 mujeres. “Debido a la sequía, el año pasado cada miembro solo consiguió 200 euros de beneficio”. En años anteriores consiguieron algo más: “Lo suficiente para invertir en nuestras casas, mejorarlas o hacer algunas compras”, reconoce Azzouzi. “Pero 200 euros son mejor que nada”. Ahora, la cooperativa se ha visto obligada a trasladar sus colmenas a una zona donde domina el araar, una conífera muy presente en el parque, en busca de que su floración primaveral atraiga a las abejas y la producción aumente.

Marruecos es muy patriarcal todavía. Este trabajo nos permite comprobar que el hombre no es mejor o más fuerte. Yo también soy fuerte y puedo trabajar y progresar
Dina Asrih, presidenta de la cooperativa de venta de miel Asrih

Las mujeres de la cooperativa Asrih comercializan sus productos a través de redes sociales. Muchos compradores, asegura la presidenta, Dina Asrih (30 años), en perfecto español, son marroquíes que viven en Europa y vienen de vacaciones. “La miel es cara, un litro puede llegar a costar 50 o 70 euros. Por eso nuestros vecinos no la compran, solo si la necesitan como medicina. Los dulces tradicionales que antes se hacían con miel ahora se hacen con sirope de agua y azúcar”. Asrih destaca “el valor emocional” de la cooperativa para sus socias. “Marruecos es un país muy patriarcal todavía. Este trabajo nos permite comprobar que el hombre no es mejor o más fuerte que nosotras. Yo también soy fuerte y puedo trabajar y progresar y hacer muchas cosas que antes solo hacían ellos”.

Las mujeres de estas dos cooperativas han recibido formación y apoyo de RODPAL, una organización marroquí para el fomento del emprendedorismo y la conservación del entorno natural. Como los demás proyectos de este reportaje, han sido financiados por el programa Best Africa.

Cerca de Chauen se encuentra La maison de l’abeille (la casa de las abejas). Aquí son los hombres los que cuidan de las colmenas y recolectan la miel. Sus esposas han formado una cooperativa para envasarla y fabricar velas, jabones o cremas. Hanan Ben Ali, de 39 años, casada y madre de dos niños, está orgullosa: “Todavía dependemos de nuestros maridos para muchas cosas, porque estamos empezando. Hacemos este esfuerzo para que nuestros hijos estudien y tengan las oportunidades que nosotras no tuvimos”. Todas las entrevistadas destacan la independencia que les da el trabajo, tener ingresos propios y viajar.

En Tanafet, una aldea en las montañas del Rif a la que se accede a pie, tras conducir en una pista de tierra, algunas mujeres lavan ropa en el arroyo que desciende de las cumbres aún nevadas. En la escuela, niños y niñas juegan al fútbol. Los hombres están sentados contra las paredes, aprovechando su sombra. En la cooperativa, algunas mujeres manejan los telares, tejiendo la sobrefalda y velo que las amazigh portan, el mendil de lana o algodón que identifica, con franjas de colores, a los distintos pueblos de la zona. Saida Chouli, de 37 años, soltera, como la mayoría de sus compañeras, describe su vida antes de formar la asociación: “Se reducía al trabajo doméstico y al campo. No teníamos ingresos propios. Ahora somos independientes”. Los turistas europeos que hacen senderismo son sus principales clientes.

Supone el doble de trabajo, hay que hacer las tareas de la casa, pues el marido no las va a hacer, y luego venir a trabajar aquí. Pero vale la pena
Fatima Stitou, presidenta de la cooperativa textil de Khizana

Fatima Stitou, de 55 años, presidenta de la cooperativa Khizana, lamenta que las jóvenes no quieran aprender el duro oficio del telar. “Supone el doble de trabajo, porque hay que hacer las tareas de la casa, pues el marido no las va a hacer, y luego venir a trabajar aquí. Pero vale la pena por lo mucho que nos aporta estar todas juntas, hablar de nuestros problemas y conseguir un dinero que tanto nos ayuda”. Lo que más venden son los productos nuevos que han aprendido a elaborar en talleres de la ONG Dexde Design for Development: fundas, bolsas o manteles. La cooperativa ha recibido un ordenador del Instituto Nacional de Desarrollo Humano de Marruecos como premio por su buen hacer, pero nadie sabe utilizarlo. Aalae Bou Khajjou, trabajador de Dexde, lo enciende por primera vez y las mujeres miran asombradas los diseños en pantalla. Él se encargará de formar a las más jóvenes para que lleven las cuentas de la asociación.

Las hermanas Zohra y Hajida Aziat.
Las hermanas Zohra y Hajida Aziat.Chema Caballero

Las que no ven la necesidad de innovar son las componentes de la cooperativa Nissae Badis, que usan palmito y lana para fabricar cestos, sombreros, salvamanteles... Hakima El Fateh, de 43 años, presidenta, explica que siempre realizan los mismos diseños, porque es lo que demandan sus clientes: turismo local que acude a la playa de Badis al que le gustan las cosas tradicionales. El Fateh, ayudada por una aguja, recubre de lana las tiras de palmito. “Soy diabética y las medicinas que necesito son muy caras. Gracias a estos ingresos puedo adquirirlas y pagar el taxi, 20 euros, que me lleva hasta Alhucemas cuando tengo que ir al médico. Antes me era imposible”.

Las hermanas Aziat han formado a los miembros de más de 30 cooperativas textiles por todo Marruecos incluso han viajado a España para mostrar su arte con los telares. Están al frente de Talassemntane, una asociación de seis mujeres que tiene su taller y tienda en el centro de Chauen. La mayor, Zohra, de 49 años, dice que su marido está enfermo y no puede trabajar: “Si no fuera por este oficio, mis hijas estarían en la calle”. La más joven, Hajida, de 43, está soltera y cuida de su madre y una hermana con discapacidad intelectual. Las dos ríen continuamente. Están felices a pesar de la dureza de su trabajo: “Mira mis manos, parecen de un hombre de duras que están”, comenta Hajida. “Pero no me importa, con ellas me gano la vida y no dependo de nadie”.

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