Cuéntenme un cuento
NUESTRO DESORDEN mental es el reflejo del caos en el que se desenvuelve la realidad. Somos espejos involuntarios de las tinieblas exteriores. Está uno tan tranquilo (o no) en su casa, pensando en el futuro de este gran país en el que los ricos se hacen cada vez más ricos a costa de las clases medias y las pobres, cuando tropieza con la noticia de que un hijo de Isabel II de Inglaterra (el de la foto) tenía relaciones de amistad con un pederasta que servía niñas a domicilio. A ver: ¿cómo integro yo esta noticia en mi existencia? ¿Dónde la coloco? ¿En qué apartado de mis afanes diarios la archivo? ¿Serviría como materia de conversación durante la comida familiar del domingo? ¿Qué hace uno, en fin, con esa información suelta que le ha alcanzado como un dardo mientras leía el periódico sin meterse con nadie?
(Por cierto, que el sujeto se llama Andrés y es duque de York, quede constancia).
Pues bien, no le encuentro el encaje. Veo sin embargo The Crown, la serie de televisión sobre la monarquía británica en la que este hombre ni aparece (o yo no lo recuerdo) y tengo la impresión de que esa serie (con altas dosis de ficción, supongo) me explica perfectamente el mundo, el de ellos y el mío. De hecho, la veo porque me lo explica. He devorado las tres temporadas emitidas como si me contaran mi vida tanto como la de los Windsor, pues tal es el nombre de esta empresa de la que viven un montón de botarates.
Por favor, no me informen más sobre las atrocidades del mundo, ni sobre las de este señor, me las sé todas. Cuéntenme un cuento para que las comprenda.
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