Perderlo todo
Las cifras y la realidad de las personas sin hogar deprimen, sobre todo porque es un infierno que podría evitarse
CUANDO LLEGAN las primeras heladas del invierno a mordernos las manos y la cara, los vecinos del barrio que viven en la calle siempre se me hacen más evidentes, como ateridas golondrinas que vuelven cada año a concienciarme del frío y de la desigualdad en la que vivimos. Y fíjate bien en lo que he dicho: las manos y la cara. Calentita y abrigada voy en el resto del cuerpo. Ahora imagina lo que es dormir al raso y mal pertrechado. No me extraña que su esperanza de vida sea 30 años menor que la de la población general, y su tasa de mortalidad, entre tres y cuatro veces superior (datos de la asociación Aires). Por no hablar de la violencia de la que son objeto: según un informe de 2017 del Ayuntamiento de Madrid, el 42% de la gente sin hogar ha sufrido alguna agresión. Y aún peor si eres mujer (alrededor del 20% del colectivo). Frío, soledad, angustia y miedo.
Es una tragedia que se desarrolla ante nuestros ojos, pero que no vemos. El médico Francisco Javier Barbado ha hecho un precioso y conmovedor estudio de lo que él llama la “literatura de cartón”, los escritos que la gente sin hogar pone en sus carteles. Junto al Templo de Debod, en Madrid, vio un cartón enmarcado y colocado encima de un banco vacío: “Aunque no me veas estoy aquí. Soy invisible”. Supongo que el ingenioso individuo al que se le ocurrió escribir ese afilado dardo se hartó de que la gente lo ignorara; y escalofría pensar que es muy probable que así saque más dinero que estando presente. Es la creciente aporofobia, esa gran palabra acuñada por la filósofa Adela Cortina para definir el miedo o rechazo a los pobres.
Pero lo más terrible es que cada día tenemos que empeñarnos en cerrar más los ojos, porque el incremento de los que viven en la calle es vertiginoso: en Europa hay 700.000 personas sin hogar, un 70% más que hace 10 años (en España son entre 30.000 y 40.000). Según datos del INE de 2018, los albergues tienen una media de ocupación de 18.000 personas al día, lo que supone casi un 10% más que en 2016. Al menos 8.000 personas duermen en las aceras, y el 44% de ellas llevan más de tres años. El último censo de la gente sin hogar del Ayuntamiento de Madrid muestra que en diciembre de 2018 había 2.772 personas (713 más que en 2016), y 650 de ellas vivían en la calle.
Son cifras que deprimen, sobre todo porque es un infierno que podría evitarse. Finlandia, ya se sabe, lo está consiguiendo; creó en 2007 el plan Housing First (La Casa Primero), una idea obvia y luminosa: no había que esperar a que los sin hogar dejaran de beber o de drogarse para darles una vivienda, sino hacerlo al revés. Un hogar les da la dignidad y la fuerza para recomenzar su vida. Mientras en todo el mundo ha subido la cifra de los sin techo, en Finlandia la han reducido un 35%.
En España hay una ONG, Hogar Sí que está haciendo lo mismo. Han conseguido facilitar más de 300 viviendas en toda España, y el 95% de los que entraron en ellas siguen residiendo ahí dos años después y han mejorado significativamente en salud, seguridad y calidad de vida. Pero se necesitan muchos más pisos. Por eso Hogar Sí se ha unido a un movimiento internacional que intenta reunir a 50.000 personas en 50 ciudades de todo el mundo para que duerman una noche en la calle y recaudar fondos. El evento será el próximo 7 de diciembre y contará con el apoyo de artistas como Will Smith o Helen Mirren. En Madrid será en el Matadero; habrá actuaciones musicales, lecturas de escritores, una auténtica fiesta; luego los que quieran pasarán la noche al raso en la explanada. Para inscribirse, donando 30 euros, hay que entrar en La noche sin hogar. También hay un crowdfunding para dar dinero si no vas. El 50% de lo recaudado en el mundo irá a un proyecto de refugiados a través de Unicef y Malala Foundation. El otro 50%, a proyectos de viviendas para gente sin hogar. Déjame citarte algunos de los desgarradores textos que recogió de los humildes cartones el doctor Barbado: “Estoy en la calle mal, los últimos días de mi vida”, “Todo lo que tengo lo llevo conmigo”, “Es que no tengo nada, solo el hambre grande”, “Perdido trabajo, perdida casa, perdido todo. Una ayuda, gracias”. Pues eso: ayudemos.
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