Lechugas para una ensalada en Marte
El científico Francesc Gòdia ensaya un ecosistema para misiones espaciales largas en las que los astronautas cultiven su propia comida y reciclar sus residuos.
QUIEN VAYA a cenar con el científico Francesc Gòdia debe estar avisado: puede sacar el móvil y enseñarle vídeos de “sus” ratas con la emoción con la que un abuelo presume de sus nietos. Gòdia, catedrático de Ingeniería Química en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), dirige la planta piloto del proyecto MELiSSA, siglas de Micro-Ecological Life Support System Alternative, un laboratorio de la UAB financiado por 15 países que trabaja en un ciclo ecológico artificial que podría dar autonomía a los astronautas en misiones espaciales largas —como a Marte— y permitirles cultivar su comida y regenerar sus residuos. Con su orina, por ejemplo, se generaría el nitrato que fertilizaría las plantas. Las ratas, de momento, actúan en sustitución de los astronautas: al respirar generan el CO2 que unas algas convierten en oxígeno a través de la fotosíntesis y permite que los roedores continúen respirando.
Además de cultivar esas algas, “con las que te podrías hacer una sopita de espirulina”, explica Gòdia, en otros cinco biorreactores crecen lechugas, se descomponen residuos y se obtienen oxígeno y agua potable. Las lechugas (más adelante tienen previsto investigar también con trigo y remolacha) forman parte de los 23 alimentos que seleccionó un equipo de la Agencia Espacial Europea (ESA) como ingredientes para una alimentación “sana y un poco divertida”. En el proyecto participaron nutricionistas y el equipo del chef Alain Ducasse, que diseñaron ciclos de menús de 10 días que los astronautas podrían prepararse en el espacio.
“Hasta ahora, una parte esencial del trabajo que se hace en las misiones espaciales es seguir instrucciones. Hace un año tuvimos en la planta piloto a un excomandante de la Estación Espacial Internacional y nos lo dijo, que lo importante es saber obedecer. Pero eso cambiará. Marte está muy lejos y los astronautas deberán tener una capacidad de toma de decisiones y una autonomía superior a la que poseen ahora”, explica Gòdia.
A sus 61 años, el científico no se plantea la jubilación. “Siento que estoy en la frontera del conocimiento y eso me mantiene alerta”. En los 25 años que ya ha dedicado al proyecto ha vivido varios momentos eureka, como cuando comprobó que las algas y las ratas podían funcionar en un circuito cerrado. Y aunque al programa aún le quedan muchas fases hasta que se pueda testar con seres humanos en un simulador espacial, no le gustaría retirarse hasta haberse respondido (preferiblemente con un sí) a su pregunta fundamental: “¿Podemos ingenierizar un ecosistema cerrado en el espacio?”.
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