Desfile de modelos
Los disparos de la policía de Chile matan tanto como los de Bolivia, y los gases lacrimógenos son iguales en Santiago y en Bogotá
Ya ven en qué va quedando el “modelo chileno” del que decían, hasta hace muy pocos meses, que suscitaba la envidia de toda América. A principios de este mismo año, el economista neoliberal Steve Hanke afirmaba que Chile estaba “tan por delante de sus vecinos que en muchos sentidos ni parece parte ya de América Latina”.
Estos días, sin embargo, los disparos de la policía chilena matan y hieren tanto como los disparos de la policía boliviana, y los gases lacrimógenos son iguales en Santiago y en Bogotá. En cuanto al éxito económico, tenía trampa: las famosas pensiones privadas condenaron a la miseria a millones de jubilados, la sanidad privada sale carísima (lo que hacen pasar por sanidad pública es directamente mortal) y los estudios universitarios implican un endeudamiento casi vitalicio. El vestido de lentejuelas del brillo macroeconómico ocultaba los privilegios sucios de la casta de siempre.
En el otro extremo de la pasarela, y si es posible utilizar el término “modelo” para el sistema que ha llevado a Venezuela a una situación calamitosa, se ve con claridad que el populismo de uniforme, la adicción al petróleo, la mentira como instrumento político y la delincuencia institucional conducen a lo que conducen: la gente escapa a donde puede.
En Bolivia se ha demostrado que un buen presidente, como lo fue Evo Morales, acaba pudriéndose con el tiempo. Y que la ultraderecha evangélica da miedo.
En Brasil, Jair Bolsonaro insiste en imitar el “modelo chileno” de neoliberalismo y porrazos: él sabrá. En Ecuador, un país tan dañado por el abaratamiento de las materias primas como el resto de sus vecinos, el desarrollismo populista de Rafael Correa desembocó en la asfixia presupuestaria de su antiguo aliado y hoy enemigo Lenin Moreno.
Veamos desfilar también los modelos europeos. En España, Vox proclama que el Estado autonómico que establece la Constitución es caro y disfuncional y quiere suprimirlo. Prefiere la discreta elegancia de un sistema centralista como el francés, que ha logrado convertir París y dos o tres ciudades más en fortines contra los que se alza una Francia suburbana y rural con servicios públicos de segunda clase. Muchos admirábamos el inefable montaje británico, que sin Constitución escrita y a base de tradiciones y sobrentendidos logró combinar durante muchísimos años los ideales de libertad y orden; ahora combina a Boris Johnson, Jeremy Corbyn y el duque de York con el salto al vacío del Brexit.
Al este de Alemania se llevan el nacionalismo, el autoritarismo y la xenofobia. Aún más al este, el neozarismo ruso. En Grecia, la quiebra no pasa de moda. De Italia no esperamos otra cosa que el definitivo striptease de los herederos de Mussolini. Y la democracia estadounidense, que al menos de puertas adentro fue siempre un ejemplo de eficiencia, está quedando hecha jirones en las manitas de un botarate como Donald Trump.
Nos queda Angela Merkel, que con todos sus errores (la obsesión por el ahorro, la desconfianza hacia el euro, cosas típicamente alemanas) constituye un modelo en sí misma. La añoraremos.
No hay modelos a imitar. Avanzamos a ciegas.
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