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Activismo para combatir el homicidio de menores en Brasil

Patrick tiene 17 años, vive a las afueras de Río de Janeiro y quiere estudiar Derecho. Su mayor miedo es perder a algún amigo a causa de la violencia 

PATRICK ES un adolescente de 17 años con hechuras de señor. El bigote le crece tupido. También las patillas. Hoy se ha puesto una camisa azul de manga larga, mocasines y un foulard colgado al cuello a pesar del calor asfixiante de Río de Janeiro. Viste así porque acude a una reunión del consejo provincial para debatir sobre el mayor problema que envuelve su vida: el asesinato de menores. 

Patrick posa delante de una de las paredes de su colegio.
Patrick posa delante de una de las paredes de su colegio.Gorka Lejarcegi

“Brasil es el país en que más menores son asesinados, por delante de los países en guerra”, empieza su intervención. De la reunión sale feliz. Normalmente suele ser el único adolescente que acude, pero esta vez la sala contaba con cerca de una decena. En Brasil, cada día mueren 32 niños y adolescentes víctima de la violencia, según datos de Unicef. Es su mayor temor, perder a un amigo a causa de la violencia. “Tengo miedo de perder a mis amistades, de salir a la calle y descubrir que un amigo mío sufrió. Tengo conocidos que viven en comunidades donde las situaciones de riesgo son mucho mayores, los conflictos son más frecuentes, las cuestiones raciales, del color de la piel… Ser negro en Brasil te pone en riesgo”. Él se sabe privilegiado. Los más expuestos a este peligro son los afrodescendientes: 299 niños de los 377 asesinados en Río de Janeiro capital en 2017 lo eran. Tan solo dos días después del encuentro, Patrick lamentaba en sus redes sociales la muerte de Ágatha Vitória Félix, una niña negra de ocho años, por una bala durante un tiroteo. 

Patrick nació con carisma y sensibilidad. Desde niño ha mirado a su alrededor con ojos analíticos para detectar las injusticias en su entorno e intentar eliminarlas. “Tuve un amigo que perdió a su madre, seguramente víctima de violencia doméstica. Su padre desapareció y mi amigo tuvo que irse a vivir con una tía que no lo trataba muy bien. Ella quería que fuera a la calle a vender empanadillas y dejó el colegio. Tenía dos primos mayores que le pegaban. Yo tenía unos nueve años y le insistí muchísimo para que regresara a la escuela. Los únicos momentos de alegría que él tenía eran con sus amigos en el colegio. Insistí tanto que creo que conseguí convencerlo”. El niño volvió, pero no duró mucho. Al poco tiempo se mudaron de casa y de escuela. Patrick no volvió a saber de él.

Patrick tarda dos horas en llegar al colegio. Tiene que coger dos autobuses.
Patrick tarda dos horas en llegar al colegio. Tiene que coger dos autobuses.Gorka Lejarcegi

Con 11 años, Patrick empezó a participar en un consejo de su colegio formado por padres, profesores y alumnos. Él era el representante de los estudiantes y debía, junto con los demás miembros, decidir cómo gestionaba el centro sus recursos: comprar libros, pintar las paredes… Una de sus conquistas recientes fue conseguir que instalaran aire acondicionado en las aulas porque el calor era insoportable. A este adolescente le gusta involucrarse. Sabe que es más fácil cambiar el mundo a base de pequeñas acciones que con un gran gesto. Ahora forma parte de la plataforma de centros urbanos de Río de Janeiro, una iniciativa de Unicef, acude a todas las manifestaciones que puede y expone su ideología política en sus redes sociales.

El día de este activista comienza sobre las ocho. Su madre, asistenta social en paro que colabora como voluntaria en una ONG, le despierta al marcharse de casa. Su padrastro sale sobre las cuatro al trabajo y su hermana pequeña a las seis pone rumbo al colegio. Así que Patrick suele pasar las mañanas solo. Ve la tele, hace deberes y a las diez de la mañana se pone a cocinar porque come a las 11. Podría comer más tarde, en el colegio, pero prefiere almorzar en casa porque tarda cerca de hora y media en llegar a la escuela. El primer tramo lo hace andando, coge un bus, se baja a la media hora, hace otra parte andando en la que cruza un puente sobre la vía del tren y toma un segundo bus que le deja cerca del colegio. “Podría ir a pie, no está tan lejos. Pero hay muchos asaltos porque el camino sigue la vía del tren y la zona del río. Dentro del bus me siento más seguro”.

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Patrick es buen estudiante, pero sufre un problema muy común en Brasil: el absentismo de los profesores. Estuvo un año entero sin dar matemáticas y más de un día ha recorrido el largo camino a la escuela para volverse a casa sin haber tenido una sola clase. “Es una situación bastante habitual”, cuenta. Además, Patrick quiere ingresar en una universidad pública y la ausencia de maestros le perjudica. “Para mí es más difícil que para otros alumnos que pueden ir a un colegio privado donde las aulas son más pequeñas, no falta el profesor o se pueden permitir pagar cursos preparatorios para entrar en la universidad”. Estudiar Derecho en la pública es su única opción, su empeño, y por eso forma parte de un grupo de estudio de su escuela en el que varios alumnos se ayudan para superar la prueba de acceso. Él tiene un año menos que el resto; le correspondería estar en el grupo de estudio el año que viene, pero quiere prepararse antes. Sabe que sin estas clases de refuerzo le será mucho más difícil entrar. Y, si consigue hacerlo, el reto será otro. “Me pone triste no poder ofrecerle más oportunidades de educación”, explica su madre. “La escuela no le da todo lo que necesita. Él sueña con ir a la universidad y, si lo consigue, tendrá que valerse por sí mismo porque yo ya no podré ayudarle. No podré pagarle el transporte, la comida, un piso de alquiler más cerca del centro, los libros… El problema es que aquí los cursos están hechos para un estudiante que no necesite trabajar. Yo querría encontrar empleo, estabilizar mi situación económica para poder ayudarle, para que pueda estudiar y yo hacerme cargo de lo demás. No quiero que él lo intente conseguir, no pueda y se frustre”.

Fachada de la casa de Patrick.
Fachada de la casa de Patrick.Gorka Lejarcegi

Patrick quiere estudiar Derecho porque siente que esta carrera le puede aportar herramientas para hacer cambios efectivos en su sociedad. Muchas veces, cuenta, quien más lo necesita no sabe qué derechos tiene, por eso su propósito es contribuir a democratizar la justicia. Patrick tendrá que pelear más duro que el resto. El reto será complicado, pero su madre conoce su potencial: “Si tiene la oportunidad, volará”.

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