Argentina en el medio del río
La tercera experiencia neoliberal de los últimos cuarenta años llevó al país hacia los bordes del infierno
Los dos debates presidenciales que tuvieron lugar en las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires dejaron un sabor amargo. Fueron un constreñido talk show, hecho a la medida de quien tuviera menos argumentos convincentes y más cuota de frases hechas. Y privaron a la audiencia de un verdadero intercambio de ideas entre los seis aspirantes a gobernar la Argentina.
Los debates se pergeñaron para los medios, no para la ciudadanía. La saturación de criterios de mercadotecnia, publicidad y tiempo acotado son el reflejo del clima cultural que hoy, luego de cuatro años de gobierno de Cambiemos, impera en la Argentina. Nos hemos atomizado, hemos destruido lazos sociales y cada uno, esmerado en el sálvese quien pueda, se concentra exclusivamente alrededor del aislado ombligo de sus pares. Hemos renunciado al bien común y hemos destruido los lazos sociales. Con ayuda de los medios, esmerados no en rescatar la libertad de prensa sino la libertad de empresas concentradas como solo puede existir en América Latina, hemos renunciado al diálogo, al debate de la opinión pública.
En estos últimos cuatro años se ha sembrado el odio con el fin de exterminar al peronismo kirchnerista como si fuera una maleza. Como los campos de la soja transgénica, los argentinos somos un pueblo fumigado por el odio. Sobre las vapuleadas mentes de una población carente de defensas contra la mercadotecnia se propalaron frases hechas de un mundo pletórico de promesas evangélicas de futuro inexistente. Mientras tanto, se acrecentaban la indigencia, la miseria, escasez de vivienda, el control policial siempre al compás de una misma cantinela mediática: necesitamos de tu esfuerzo para llegar a la otra orilla. Como si cruzar las aguas de ese río metafórico significara arribar a una orilla de esplendor, de bienaventuranza bíblica, el jardín del Edén.
Cosas veredes Sancho que non crederes. Novedades tuvimos que ver, escuchar y padecer en la Argentina de los últimos cuatro años: el incremento geométrico de familias enteras arrojadas a la intemperie en pleno centro de la ciudad más rica del país, Buenos Aires, que cuenta con un presupuesto similar al de Madrid. Vimos familias nunca registradas por estadísticas oficiales para quienes, por iniciativa de organizaciones civiles, tuvieron que abrirse los estadios de fútbol con el fin de alimentarlas y abrigarlas en invierno. Vimos la mano férrea de la policía metropolitana apaleando a vendedores de emparedados, chocolatines o paltas por ocupación indebida del espacio público. Asistimos a la venta de 450 hectáreas públicas de la ciudad de Buenos Aires entregadas sin miramientos a los mismos especuladores de la construcción que habían financiado la campaña de Macri primero como intendente de la ciudad, luego como presidente de la Nación. En 12 años de gestión macrista en la capital vimos construirse 20 millones de metros cuadrados de inmuebles para lucro financiero mientras la población de Buenos Aires es la misma desde 1946: tres millones de habitantes con una población en villas miseria que creció en un 60%. Vimos que se unificaron cinco hospitales públicos neurálgicos para la salud de la población, que se subastaron centros deportivos municipales y espacios verdes.
Ciudad jibarizada; país jibarizado. Quien hubiese estudiado a fondo la gestión de Mauricio Macri como intendente de la capital habría podido deducir fácilmente como sería su actuación frente a la presidencia de la Nación. No fue así porque a nosotros, envalentonados y orgullosos porteños, la cuestión municipal nos parece cosa menor. Y así fue que nos dejamos seducir por las promesas de cemento, los kilómetros de autopistas que nunca llegaron, las aerolíneas low cost, las bondades de la soja transgénica y la promesa jamás cumplida de una lluvia de inversiones que nos iban a sacar del marasmo. No hubo lluvia. Sí una relación carnal con el FMI y un tsunami de fuga de capitales financieros que otra vez nos ponen al borde de la cesación de pagos.
No se cruzaba un río. Navegábamos sobre la Laguna Estigia y quien nos conducía era Caronte hacia el Hades. El mundo de los muertos. La tercera experiencia neoliberal de los últimos cuarenta años nos trajo hacia los bordes del infierno.
¿Y ahora? Ahora hay un candidato en las antípodas de Macri. Conoce al dedillo las aristas del estado, sus años como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner le confirieron experiencia, nos promete transformaciones en la estructura productiva mediante acuerdos estratégicos para el desarrollo. La gran pregunta sería ¿de qué desarrollo se trata? En la agenda de Fernández no existen las energías renovables, ni el peligro de la deforestación, ni un modelo alternativo al agroindustrial, ni los tremendos peligros del fracking. La agenda ambiental, un tema cada vez más importante en la agenda política global, es -como casi en todo el mundo- y más allá del hambre, la gran asignatura pendiente.
Gabriela Massuh es una escritora argentina, doctora en Filología por la Universidad de Erlangen-Núremberg (Alemania).
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