La misión de un biólogo: salvar la planta posidonia para que no muera el Mediterráneo
Manu Sán Félix, investigador marino, buceador y explorador de National Geographic, está en primera línea en la defensa de una planta esencial en la salud de nuestras aguas
HACE UNA MAÑANA maravillosa de cielo azul y agua turquesa en Formentera. El puerto de la Savina resplandece en un brillo de plata deslumbrante. Los visitantes de la isla no lo saben, pero ahí al lado, junto al pantalán deportivo, un hombre lucha para que este paraíso del Mediterráneo continúe siéndolo. Y parte del secreto para ello tiene que ver con la suerte de una planta marina que muchos turistas, que desconocen su importancia, consideran un fastidio cuando la ven muerta en el borde del agua o apelmazada en capas en la arena.
En Vellmarí, su centro de buceo, en el que centenares de personas han aprendido a sentirse bajo el mar como en casa, tiene el cuartel general Manu San Félix (Madrid, 1964), biólogo marino, submarinista, fotógrafo, explorador de National Geographic (NG). Ha hecho 31 expediciones con la sociedad, en la que trabaja en proyectos de preservación de los ecosistemas marinos, en colaboración con otro de nuestros hombres-pez, Enric Sala. Justo ahora una joven exhibe ante él un frasco de cristal que parece lleno de aceitunas. En realidad, son frutos flotantes de posidonia (Posidonia oceanica), la planta clave del Mediterráneo (solo existe en nuestro mar) y, por su sensibilidad a la turbidez y la contaminación, su mejor bioindicador. Los frutos proceden de una playa en Mitjorn. San Félix toma uno y me lo pone bajo la nariz: huele a aceituna. “Se los llama olivas de mar, tienen un aceite que los hace flotar”. Su fruto es una de las cosas extraordinarias de la posidonia, que algunos confunden todavía con un alga pero que es en realidad una planta superior con raíces y flores, muy parecida a sus parientes terrestres, con hojas en formas de cinta y que conforman las extensas praderas llenas de vida de nuestro mar. Es una especie protegida, y sus grandes jardines en el parque natural de Ses Salines, aquí mismo, entre Formentera e Ibiza, son patrimonio de la humanidad desde 1999. Una sola planta de posidonia de la zona, de ocho kilómetros de largo y 100.000 años, está considerada uno de los organismos más grandes y longevos del mundo.
Con el fruto en la mano, meditando como Hamlet con la calavera de Yorick, tomo asiento en una silla junto a unas botellas de buceo y una foto de un caballito de mar amarillo. Toda la pared de al lado está ocupada por otra imagen, impresionante, de un hombre-rana (el propio Manu San Félix) fotografiando a un gran tiburón tigre, cara a cara. “No, no es aquí, es en las Bahamas”, dice, y uno suspira de alivio, aunque a él le parece estupendo encontrarse con escualos, y luego mostrará con una sonrisa la cámara que conserva y que le mordió el tiburón dejando la marca de los dientes, e incluso uno de ellos que el buceador lleva usualmente colgado del cuello. También mostrará una foto en la que se ve cómo una enorme morena se le introduce en el neopreno, “para jugar”.
San Félix es una leyenda en Formentera. Ha hecho de esta isla y de Ibiza su hogar, aunque en realidad es de Madrid, con raíces vascas. En el fondo (y valga la expresión), su casa es el mar. “Llevo 38 años de buceo y sigo pasando mucho tiempo en el agua”, explica. A sus 55 años tiene un aspecto fenomenal, se le ve en plena forma, con un aire de miembro veterano de un grupo de operaciones especiales. Se mueve con una ligereza casi líquida, como si siguiera bajo el agua. “Yo quería ser Cousteau y me hice instructor de buceo muy pronto, a los 21 años. Soy muy activo. He hecho muchas cosas. Mi tesis doctoral, por ejemplo, la hice sobre la foca monje”. Ahora es muy amigo de Pierre Yves Cousteau, hijo de Jacques Cousteau, uno de los personajes que aparecen a su lado en el impactante documental televisivo Salvemos nuestro Mediterráneo, que se estrenó en junio dentro de la programación especial Océanos de NG.
Llegó a Formentera hace 28 años y aquí se convirtió en “una máquina de agua”, pasando todo el día en el mar hiciera buen o mal tiempo. Para él, el mar es nuestro medio, y sumergirnos, una experiencia que nuestro cuerpo no ha olvidado desde el vientre materno. Una teoría que recuerda a la del hombre-delfín, Jacques Mayol. “No lo conocí, pero soy amigo de su discípulo Umberto Pelizzari y hemos hecho apnea juntos”. Ha tenido algunos sustos buceando de los que prefiere no hablar —el mayor, apunta, es perderte—, pero subraya que siente más peligro en la carretera.
Manu San Félix se enamoró de la posidonia, de larga cabellera de sirena, en octubre de 1992, cuando un día, recién llegado a Formentera, saltó al agua en Punta de Sa Pedrera y contempló inesperadamente “una pradera inmensa, interminable, que irradiaba una sensación de pureza y salud como si entraras en un mágico jardín botánico o en una gigantesca floristería”. Esa “belleza escondida”, descubrió, “contiene propiedades récord dignas de un Usain Bolt vegetal”. Y enumera: una longevidad increíble, la capacidad de crear grandes ecosistemas y zonas de producción de oxígeno, de dar hogar a multitud de especies, vegetales (más de 400) y animales (un millar), entre ellos el erizo y la nacra. Las praderas, continúa, funcionan como enormes filtradoras que ayudan a que el agua marina esté transparente y limpia. La posidonia, que se encuentra desde la cota superficial hasta los 30-40 metros de profundidad, tiene además un alto contenido en yodo. Se está estudiando cómo aprovechar comercialmente sus propiedades medicinales —las hojas se usan para la irritación y la inflamación— e incluso gastronómicas. Tradicionalmente se ha usado la posidonia como aislante y para embalar, además de como alimento del ganado. Es que hasta en descomposición en la arena, donde tanto fastidia a los bañistas que ignoran sus virtudes, está cumpliendo una labor al proteger la playa contra la erosión. Todo lo que explica el biólogo rezuma admiración. “No es un alga, es una planta superior, más fuerte e inteligente evolutivamente, muy desarrollada, descendiente de plantas terrestres y que reconquistó el agua como lo hicieron a su manera las ballenas y los delfines”. Las posidonias son, pues, como los atlantes de las plantas.
Durante años, el biólogo ha observado a la verde y ondulante hija de Poseidón amante de la luz y el agua cristalina aprendiendo. Las preciosas playas de Ibiza y Formentera, subraya, son como son gracias a la posidonia. La planta se enraíza y protege la arena, es fuente de vida. Es belleza y riqueza. Pero está amenazada y en regresión y ya hay grandes áreas de posidonia muerta como tristes cementerios submarinos. “Por los vertidos de aguas insuficientemente depuradas que contaminan el agua, la enturbian y dificultan la fotosíntesis; por la presión de los barcos, que al fondear dañan la pradera con sus anclas”, clama el buceador. “Todos somos culpables”, afirma, “por ejemplo, al tirar de la cadena del váter nos despreocupamos de lo que pasa; y es que generamos mucha mierda, con perdón”. Un momento dramático en el documental de NG es cuando el biólogo y el hijo de Cousteau observan un emisor submarino del que brota una insalubre nube marrón de residuos sobre la posidonia y los peces. “No podemos estar lanzando aguas residuales sin tratar al mar y hay que cambiar el sistema de anclaje de los barcos, cuando la gente ve lo que pasa ahí abajo se horroriza”.
Uno de los proyectos en que ha trabajado el biólogo y buceador es la cartografía de las praderas de posidonia con un sonar de barrido, un mapa que es público, se puede consultar en el iphone e indica dónde está la planta para que no fondees encima. No es raro que a San Félix le hayan llamado Posidonia Warrior, el guerrero de la posidonia (y con más humor aunque menos tino Mister Alga). Pero él no está por la guerra. Remarca que es más de comunicar y de explicar que de denunciar. “Hay que ponérselo fácil a la gente, inspirar, usar el conocimiento y la tecnología, y propagar el amor al mar”.
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