¿Cómo se atreven?
Greta Thunberg y Ágatha Félix: las infancias mueren junto con las democracias
De forma deliberada, con método, Jair Bolsonaro mostró, en la abertura de la Asamblea General de la ONU, que es capaz de todo. La Amazonia ardió ante el mundo y el presidente contra Brasil le dice al planeta: “Nuestra Amazonia permanece prácticamente intacta”. Y su mentira se traduce a todas las lenguas. Después, cita un versículo de la Biblia: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Bolsonaro goza pudiendo decir cualquier cosa en una tribuna global. Es así como defeca por la boca, sí, pero defeca sobre la ONU. No está allí descalificándose a sí mismo, sino a todos los que están obligados a escucharlo mentir como quien respira. No está allí demostrando su ineptitud, sino volviendo ineptos todos los principios que la Organización de las Naciones Unidas representa. Abrió la reunión más importante del año defendiendo una dictadura que secuestró, torturó y ejecutó a ciudadanos en nombre del Estado. Bolsonaro sabía lo que hacía, hace e hizo lo que dijo que haría, hace e hizo lo que fue elegido para hacer. Brasil no tiene poder atómico. Sin embargo, es urgente entender que el país tiene el mayor poder que ha tenido en su historia: el poder de destruir la Amazonia. La mayor selva tropical del mundo le concede poder al país que, de otra forma, sería periférico. Es un gran poder en tiempos de emergencia climática, ya que la selva es esencial para regular el clima del planeta. Y Bolsonaro lo está ejerciendo, al cumplir de manera acelerada la primera etapa, que es la de desprotegerla, mientras prepara el terreno para la siguiente, que es permitir la explotación de áreas protegidas. Este es su objetivo al atacar a Raoni, el líder indígena que ha recorrido Europa para denunciar el proyecto de exterminio, y también al afirmar que no demarcará más tierras indígenas. No hay un modo más eficaz de faltarle al respeto a una casa que decir, en ella, en un lugar de honor, que la desprecia. Es cuando Bolsonaro alcanza el clímax: afirma que las llamas que todo el mundo vio no existieron. La ONU, una criatura parida por el mundo de la posguerra, representante de las democracias liberales hoy en crisis, no está preparada para lidiar con déspotas elegidos. No fue Bolsonaro quien pasó vergüenza. Fue la ONU. Bolsonaro no tiene vergüenza.
Ni límites. Si las imágenes de la selva en llamas no fueron suficientes para que Bolsonaro reconociera que está en deuda con la verdad, intentad imaginar hasta dónde puede llegar. Y pensad, porque es urgente pensar: ¿cómo se puede parar a alguien que lleva la mentira al nivel de la perversión, cuando las instituciones brasileñas fracasan y fracasan y fracasan otra vez? Lo que Bolsonaro hizo el 24 de septiembre fue una demostración de fuerza a nivel global. Sabe para quién habla y con quién habla.
Bolsonaro demostró en la ONU que es un falsificador de pasados, al defender la dictadura asesina como salvadora y su ascensión al poder como una victoria contra un socialismo que nunca ha existido en Brasil. Y anunció en la ONU, al mentir sobre la Amazonia, que será el creador de un futuro hostil. Es lo que sucederá si no se puede controlar el sobrecalentamiento global. Y, sin la selva en pie, no será posible. Brasil está en manos de un perverso. Pero no es solo Brasil, todo el planeta está amenazado.
El antipresidente de Brasil amenaza el futuro y la infancia que vivirá en el futuro. Y es de infancia y de futuro que quiero hablar aquí. Mostrar cómo el concepto de infancia se manipula para destruir a los niños. Quiero hablar de la sueca Greta Thunberg, de 16 años, y de la brasileña Ágatha Félix, de 8 años. Una acusó a los adultos de hoy de haberle robado la infancia a su generación. A la otra le exterminaron la infancia a balazos, posiblemente de la Policía Militar de Río de Janeiro. Por la espalda, en el transporte público, cuando volvía con su madre a casa, en el complejo de favelas del Alemão.
“Me han robado los sueños y la infancia con sus palabras vacías"
Desde que se dio a conocer en todo el mundo, con una huelga solitaria en nombre de la emergencia climática ante el parlamento sueco, en agosto de 2018, Greta Thunberg hace discursos memorables. El que hizo en la Cumbre del Clima de la ONU, en Nueva York, adonde llegó en barco de vela, fue el mejor. “Venís a nosotros, los jóvenes, en busca de esperanza. ¿Cómo os atrevéis? Me habéis robado los sueños y la infancia con vuestras palabras vacías. ¿Cómo os atrevéis?”.
Y sigue: “Todo esto está mal. Yo no debería estar aquí arriba. Debería estar en la escuela, al otro lado del océano. Y yo soy uno de los [niños, adolescentes] afortunados. La gente está sufriendo. La gente se está muriendo. Ecosistemas enteros se están colapsando. Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que podéis hablar es de dinero y de cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo os atrevéis?”.
Son muchas infancias. ¿Cuál es la de Greta?
Sí, Greta debería estar en la escuela. En vez de eso, está liderando huelgas escolares por el clima. ¿Y por qué?
Porque la irresponsabilidad de los gobernantes y de las generaciones anteriores ha obligado a su generación a intentar salvar la vida de nuestra especie en el planeta que se está sobrecalentando. No es solo su vida —es importante destacarlo—, sino la de todos, incluso la de los adultos. Greta también acierta cuando dice que es uno de los niños afortunados. Sí, porque Greta nació en Suecia, uno de los países con mejor calidad de vida, tiene acceso a las mejores oportunidades y a la mejor educación, tiene padres que han entendido el Asperger como una diferencia —y no como una deficiencia o una enfermedad— y que la escucharon y pudieron apoyarla cuando comprendió la dimensión de la catástrofe climática en curso y quiso luchar.
Greta llegó a los 15 años, edad en que inicia su movimiento global, con sus derechos infantiles asegurados. Por haber vivido en un país que tiene políticas públicas capaces de garantizar derechos, Greta es capaz de ver que su generación está amenazada. Inteligente, se da cuenta de la urgencia y la señala. Por eso afirma que es uno de los niños “afortunados”. La catástrofe climática ya ha empezado para los niños de partes del mundo donde las políticas públicas nunca han garantizado los derechos de la infancia.
Greta se refería a las catástrofes, a las sequías, a las inundaciones, a los éxodos, a los conflictos que ya se han iniciado. Como el periodista Jonathan Watts señaló en el diario británico The Guardian, lo que vivimos hoy —y viviremos con más intensidad— es un “apartheid climático”: los que menos han contribuido al sobrecalentamiento global, los países pobres y las partes pobres de los países ricos, son los primeros que están pagando, muchas veces con la vida, las consecuencias de la destrucción del planeta debido al consumismo desmedido y al uso de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón.
Otras infancias están sufriendo primero la irresponsabilidad criminal de las generaciones que hoy están al mando. Algunos dicen que Greta ha tenido una infancia privilegiada. No es verdad. Greta ha tenido una infancia con derechos garantizados. Y derechos no son privilegios. Greta utiliza su infancia en un país que garantiza los derechos de la infancia para denunciar la destrucción del futuro de todas las infancias, y denunciar que las infancias sin derechos ya las están destruyendo la acción u omisión —un tipo terrible de acción— de los adultos responsables de tomar medidas públicas para estancar el sobrecalentamiento global.
Negar la voz de los niños es una violencia contra la infancia
Greta también molesta por esto. Grupos e individuos han puesto en marcha un proceso de descalificación de la activista que ha conseguido lo que científicos del clima han intentado durante más de tres décadas sin éxito: popularizar la emergencia climática. Dicen que a Greta “la dirigen” o que “la explotan sus padres”. Además de expresar su propia crueldad, ¿qué es lo que estos adultos están diciendo?
Que los niños y adolescentes no tienen voz. Silenciar la infancia es una forma de destruirla: decir que un niño o adolescente no puede hablar por sí mismo o, si habla, que no sabe lo que dice o solo está reproduciendo lo que sus padres u otros adultos le mandan decir. Negarles la autonomía y capacidad de hablar de su propia experiencia es una violencia contra las infancias. Esta manipulación de lo que sería la infancia —una época de la vida sin derecho a tener voz propia— es de una precariedad asquerosa.
Esta arma de descalificación se traviste de protección de la infancia, lo que la vuelve todavía más abyecta. Primero, acusaban a Greta de parecer un “robot” cuando hablaba en público. En su discurso antológico en la Cumbre del Clima de la ONU, el 23 de septiembre, su cuerpo menudo estaba afectado por la urgencia y la indignación. Fue suficiente para que algunos adultos, los mismos a los que ella llama infantilizados, hicieran comentarios pretendidamente preocupados con las expresiones cristalizadas por las cámaras, supuestamente “alarmados” con el exceso de exposición de la “pobre” niña “explotada”. Estos adultos saltarines se han acostumbrado tanto a publicar sus caritas sonrientes y photoshopeadas en el “Face” y el “Insta” que se han olvidado de la intensidad de las expresiones humanas.
Hasta entonces, Greta era la niña “manipulada” con cara de muñeca. Después, la niña con la cara afectada por el sentimiento de indignación se convirtió en la niña “explotada”. Greta no tiene voluntad propia en ningún caso, como puede verse. Utilizan la imagen de la infancia para atacarla, la infancia como una cara bonita, incapaz de tener sentimientos humanos como la indignación o la rabia. Utilizan una infancia de postal para decir que es una niña perturbada. La infancia solo es infancia si sirve para dar gozo a los adultos, la imagen del niño feliz. A Greta tampoco le perdonan que haya roto esta idealización. La infancia feliz inventada por esta época es la infancia amordazada. Solo hay felicidad absoluta si se prohíbe a los niños decir lo que sienten.
Llaman a Greta “enferma mental” para asociarla a los prejuicios odiosos que sufre esta parte de la población
Pero es todavía peor. Como Greta asume y declara ser Asperger, una condición del espectro autista, empezaron a asociar fotografías con su cara distorsionada, difundidas a propósito, a los prejuicios odiosos contra las enfermedades mentales. Como se sabe, los que tienen una enfermedad mental sufren la misma violencia, la de que no saben lo que dicen y que por eso no se les puede tomar en serio. La infancia y la enfermedad mental se ponen en el mismo lugar simbólico, el de no poder hablar. O el de hablar y no poder ser escuchado porque, supuestamente, ni un niño ni una persona con una enfermedad mental saben lo que dicen.
El objetivo de llamar a Greta “enferma mental” es, de nuevo, silenciarla. Y, así, silenciar el contenido de lo que dice. Lo que molesta de Greta, como está claro, es este dedo que nos señala. Y que señala con mucha justicia. Lo urgente, entonces, no es el clima, la extinción masiva de especies que ya está en curso. Es urgente descalificar a la adolescente que ha conseguido lo que parecía imposible: romper la parálisis global ante la catástrofe climática.
Greta se afecta. Y, por afectarse, ha inspirado a millones de niños, adolescentes y también adultos a ocupar las calles del mundo en nombre de la emergencia climática. Sugiero a los adultos del salón, a estos “preocupados” con la “sobreexposición” de Greta, que se preocupen de levantar el culo del sofá y moverse. El tiempo para conversaciones educadas de salón ha terminado. La Amazonia ardió de verdad, a pesar de que el mentiroso patológico que gobierna Brasil diga lo contrario.
En serio. ¿Cómo se atreven?
Se atreven porque Greta amenaza intereses poderosos. Como los de la industria del petróleo en el mundo, como la agroindustria predatoria y las corporaciones transnacionales de extracción minera que tienen en su punto de mira la Amazonia en Brasil. La fuerza del proceso de descalificación de Greta es proporcional a la fuerza de su voz. Y es imperioso silenciarla precisamente porque sabe lo que dice y porque ha hecho que el mundo la escuche. Parte de este ataque es extremamente organizado y profesional. Otra parte proviene de esos individuos que quieren conseguir fama y seguidores, lo que significa dinero, convirtiéndose en portavoces de la derecha más despreciable. Otra parte la llevan adelante los idiotas inútiles de siempre, que rebuznan en las redes sociales.
Estas son las infancias atacadas de Greta. No es Greta, la adolescente, la que está siendo manipulada. Son los conceptos de infancia los que están siendo manipulados para silenciar su voz y neutralizar la potencia del contenido de lo que dice. Se están utilizando los conceptos de infancia contra la niña.
Determinados niños, generalmente negros, se interpretan en el paisaje urbano como matables
Pero de infancia no hay solo una. Hay varias. Es lo que la psicoanalista Ilana Katz señaló en un programa de CPFL Cultura. En determinadas condiciones, los niños no son vistos como niños. En los semáforos, vendiendo caramelos o haciendo juegos malabares, son pordioseros. Cuando son negros adoptados por padres blancos, como sucedió en el centro comercial de Higienópolis, en São Paulo, el guardia de seguridad viene a preguntar al adulto si lo están molestando. Son indeseables. Si son negros y están solos en los centros comerciales, los guardias de seguridad los sacan y la policía los detiene porque son delincuentes. Si son negros y están delante de tiendas de marca, los sacan porque “ensucian” los escaparates, como sucedió en la calle Oscar Freire, la más rica de la capital paulista. Determinados niños se interpretan en el paisaje urbano como restos. Determinados niños, generalmente negros, son incluso amenazadores para otros niños, los “verdaderos”, generalmente blancos. Y hay que proteger a la sociedad, cerrando todas las ventanas y levantando muros alrededor de las escuelas privadas y los edificios residenciales.
A estos niños se les niegan los derechos de la infancia legalmente garantizados. No solo los silencian, los invisibilizan como niños, destituidos de sí mismos. Ser niño en Brasil, como indicó el periodista Fausto Salvadori, en un texto esencial publicado en Ponte Jornalismo, es una cuestión de color. Pero eso no significa que los niños pobres y negros no tengan infancia. Afirmarlo también sería una violencia contra ellos. Lo que no tienen son los derechos de la infancia garantizados. Negarles estos derechos garantizados por ley y por tratados internacionales ratificados por Brasil es un crimen de Estado. Y el Estado debe ser responsabilizado.
Y así llegamos a Ágatha. Asesinada. La quinta niña muerta en Río de Janeiro por una “bala perdida” solo este año. Antes de que una bala la silenciara a los 8 años, una bala posiblemente disparada por un policía militar, Ágatha tuvo una infancia. Rota por el dolor, su familia se empeñó mucho en mostrar que tuvo la mejor infancia que podían darle, que recibió sus mejores esfuerzos. “Mi nieta hacía balé, clases de inglés, clases de todo. Era estudiosa”, dijo su abuelo a la prensa. La violencia contra él contenida en esta declaración es el reconocimiento introyectado de que existen infancias más matables que la de Ágatha. La violencia contra él es el reconocimiento de que incluso con una infancia más parecida a la de los niños blancos de clase media, “a pesar de” ser negra y vivir en una favela, a Ágatha la trataron como a los niños que las balas encuentran. Ágatha murió contra todos los esfuerzos de la familia de hacer de ella una niña no matable.
Ágatha tuvo una infancia. La importancia que se da a este hecho está en la foto que se escogió para difundir la noticia, la de una Ágatha sonriente disfrazada de Mujer Maravilla. Los niños de las favelas juegan, fantasean, imaginan, inventan. Las favelas y las periferias están entre los lugares de Brasil donde más resiste la imaginación, la inventiva, la alegría. Si no fuera por esta enorme fuerza de vida, se produciría un suicidio colectivo, dada la violencia que el Estado, las milicias compuestas por agentes del Estado y el tráfico infligen en el día a día de la población.
Lo que les falta a los niños de las favelas y periferias, como Ágatha, la mayoría negros, como Ágatha, son los derechos de la infancia garantizados por ley. Lo que los sitúa en el lugar de los restos, de los matables, es la negación de los derechos. Es la policía, el brazo armado del Estado, la que explicita esta condición. Saben qué niños y qué infancias deben proteger. ¿O alguien cree que un policía dispararía contra un coche en un barrio de clase alta de Río, como Leblon o Ipanema, corriendo el riesgo de darle a un niño blanco y rico? El policía refleja la ideología de quien gobierna, y gobierna para una parte de la sociedad que determina quién puede vivir. Actualmente, en Río, el gobernador contra Río, Wilson Witzel. En Brasil, el presidente contra Brasil, Jair Bolsonaro.
Cuando los diputados y el presidente defienden la reducción de la mayoría de edad penal, lo que hacen es escoger qué infancia puede ser encarcelada. Cuando defienden la política fallida de la “guerra a las drogas”, que solo aumenta las ganancias de muchos de sus patrocinadores, están determinando quiénes son los matables. Cuando el ministro contra la Justicia, Sergio Moro, envía al Congreso un proyecto que absuelve a los policías que maten “bajo una violenta emoción”, está determinando quiénes son los matables.
En las declaraciones, normalizan que hay una categoría de personas matables, y que en Brasil la mayoría son negros. “La policía apuntará a la cabeza... y fuego”, ya declaró Witzel tras ser elegido gobernador de Río. “Cambia esta política de disparar”, claman los padres de Ágatha. “Parad de matarnos”, reivindican los habitantes de las favelas. ¿Cómo puede existir una “política de disparar”? ¿Cómo es posible que las personas tengan que pedir al Estado que pare de matarlas? ¿Qué tipo de normalidad es esta?
Una sociedad que permite que el Estado determine que hay niños “matables” está muy cerca del punto sin retorno
Una sociedad que permite que el Estado determine que hay niños que pueden morir, infancias a las que se les pueden denegar todos los derechos, está muy cerca del punto sin retorno. Si Brasil no estuviera profundamente enfermo, habría parado por Ágatha. Nuestro presidente no tiene vergüenza. Nosotros tampoco. Por eso, es nuestro presidente.
De nuevo, el ejemplo viene de Greta y los niños y adolescentes que luchan por el clima. Ella y otros 15 jóvenes activistas de diferentes países presentaron el 23 de septiembre una queja en el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Han denunciado a cinco países, entre los que se encuentra Brasil, por no hacer lo suficiente para impedir el sobrecalentamiento global. La omisión —o acción, en el caso del Brasil de Bolsonaro— constituye una violación de los derechos de la infancia, una convención firmada hace 30 años. Los jóvenes activistas exigen que los países tomen medidas urgentes para proteger a los niños de los impactos devastadores de la crisis climática. “Los líderes mundiales no han cumplido sus promesas”, afirma Greta. “Prometieron proteger nuestros derechos y no lo han hecho.”
La omisión frente la emergencia climática les arranca a los niños el derecho fundamental de imaginar un futuro donde quieran vivir
Como los adultos no se mueven, los niños y adolescentes están exigiendo a los líderes mundiales que garanticen y protejan los derechos de todos los niños. Ellos entienden muy bien que se trata de derechos. Y que en la protección y ampliación de derechos es donde puede haber alguna oportunidad. Como en Brasil los adultos parecen incapaces de moverse, quizá sea necesario que los propios niños y adolescentes denuncien que la política de Wilson Witzel, a nivel estatal, y de Jair Bolsonaro, a nivel federal, es genocida. De manera trágica, los niños brasileños que han visto como morían sus colegas de clase, muchas veces en manos de la policía, necesitarán entender que no pueden contar con los adultos para exigir que se protejan sus derechos. Ellos mismos tendrán que contar al mundo que están siendo ejecutados por el Estado, porque en Brasil hay una infancia que es matable. Los niños brasileños están solos.
Atacan tanto a Greta Thunberg porque su mensaje es poderoso. Y peligroso para los que quieren mantener un contingente de matables. La emergencia climática expone y amplía las desigualdades sociales y raciales. Los más pobres serán los primeros afectados. Pero la emergencia climática es una enormidad sin precedentes también porque nos afecta a todos. Como explican los niños y adolescentes, “no hay un planeta B”. Y, así, todas las infancias, incluso las que tienen acceso a la mayoría de los derechos, se vuelven matables y desposeídas de derechos, al perder el derecho más fundamental, el de imaginar un futuro donde quieran vivir. La falta de políticas públicas globales para contener el sobrecalentamiento condena a la totalidad de los niños a un futuro hostil. Y ya empieza a cambiar el concepto de infancia que se construyó en la modernidad.
Asumiendo el protagonismo ante la omisión de sus padres, Greta Thunberg y los jóvenes activistas climáticos tejen lo común en la casa común. Señalan la causa por la que todo el planeta debe unirse. No hay nada más peligroso para los déspotas elegidos y sus nacionalismos hechos para beneficiar no a la nación, sino a su familia. “El futuro pertenece a los patriotas, no a los globalistas”, dice Donald Trump. “No estamos aquí para borrar nacionalidades y soberanías en nombre de un ‘interés global’ abstracto”, afirmó Bolsonaro.
Bolsonaro fue a la ONU justamente a destruir la posibilidad de lo común. Y lo común es principalmente la Amazonia.
Estamos en una guerra global por la vida de nuestra especie. ¿Cómo os atrevéis a no tener un lado?
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum.Facebook:@brumelianebrum
Traducción de Meritxell Almarza
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