Un reloj de la quinta extinción
El impacto que barrió a los dinosaurios puede datarse con una precisión de minutos
Un asesino no se puede ocultar así pasen 66 millones de años. En aquella época, el asteroide más famoso de la prehistoria colisionó contra la actual península de Yucatán, en el golfo de México. Un minuto después, la roca fundida por el colosal impacto se depositó sobre los bordes del cráter. En una hora más, cayó una amalgama de fragmentos de brecha y vidrio que los geólogos conocen como suevita, una de las rocas singulares que se generan en los impactos de objetos celestes (impactitas). En unas pocas horas más se posaron los sedimentos más finos que flotaban en el aire, y en un día empezaron a llegar a la zona cero los materiales arrastrados por el agua desde zonas más lejanas, con grandes cantidades de hongos y hullas. Así comenzó, según la mejor teoría disponible, la quinta extinción masiva desde el origen de los animales (la sexta es la que estamos organizando ahora los humanos, según muchos investigadores). No solo se llevó por delante a los dinosaurios, sino al 75% de las especies que existían justo antes de la catástrofe. Lee todos los detalles fascinantes en Materia.
La extinción de los dinosaurios por una piedra de 12 kilómetros de diámetro es una de las historias más cautivadoras de la ciencia del siglo XX
El grado de precisión que está alcanzando la geología es verdaderamente asombroso. Hace un decenio o dos era normal aceptar un error de 10 millones de años en cualquier estudio del pasado remoto. Ahora estamos hablando de minutos, como si dispusiéramos de una máquina del tiempo. Es cierto que éste es un caso de estudio óptimo. Los científicos no solo sabían muy bien dónde perforar para obtener sus valiosas muestras de roca profunda, sino que conocían la física de un impacto y, por tanto, qué clase de estratos y minerales cabía esperar encontrar en ellas. Hay gente que se aburre cuando una observación revela exactamente lo que habían predicho los teóricos, pero también somos muchos los que nos congratulamos de ello. Como dijo o debió decir Darwin, la observación solo tiene sentido bajo el manto de una teoría. Busca pruebas de la evolución y las encontrarás. Lo demás son paseos por el campo.
La extinción de los dinosaurios por una piedra de 12 kilómetros de diámetro es una de las historias más cautivadoras que nos ha legado la ciencia del siglo XX. Evolucionistas como Stephen Jay Gould se recrearon en ese episodio para predicar su fe en la contingencia de la historia de la vida. Mueve una fracción de un ángulo de la órbita de aquel asteroide y verás que la vida sería muy distinta hoy. Los dinosaurios seguirían dominando la Tierra, y nosotros seguiríamos sin pasar del tamaño de un ratón ni de la inteligencia de una carpa listada. Como en It’s a wonderful life (Qué bello es vivir), la peli de Frank Capra, basta rebobinar la cinta de la historia, solo que suprimiendo a James Stewart, para comprobar que el resultado sería totalmente distinto, y que la vida de ese banquero había servido para algo, después de todo. Gould tituló su libro más popular igual que la película de Capra (en inglés). La referencia quedó algo ocluida en español, al menos en la versión del mundo en la que estamos viviendo.
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