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IDEAS | CUESTIÓN DE FONDO
Columna
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Demografía o historia

Si la humanidad fuera una especie natural como las demás, la historia no sería necesaria. Bastaría con las cifras

Mapa en el MOMA de Nueva York (2016).
Mapa en el MOMA de Nueva York (2016). Spencer Platt (Getty Images)
Amelia Valcárcel

Vivimos y pertenecemos a un planeta migrante. Nuestra especie no es la única que tiende a extenderse y proliferar. Nuestro modo de crecer, observado en un gráfico, siempre nos ha acercado, milimétricamente, al comportamiento reproductivo de cualquier especie natural. La demografía se ocupa de los decrecimientos, expansiones, poblamientos y demás modos y maneras en que los humanos ocupamos el espacio. Es un saber que nunca se está quieto. Como suele bromear una amiga demógrafa, cuando otros profesores quieren que los exámenes no se los traigan hechos de casa, cambian las preguntas; ella no lo necesita porque la demografía lo que hace es variar constantemente las respuestas. Nos dice dónde, cómo y a veces hasta por qué un grupo humano aumenta o disminuye. No juzga: simplemente presenta sus cifras. Sus previsiones son otro asunto. Porque las respuestas, como queda dicho, cambian bastante.

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Demografía o historia. Si la humanidad fuera una especie natural como las demás, la historia, ese relato del devenir propio, no sería necesaria. Bastaría con las cifras. Ocurre que ellas, las cifras, son capaces de explicar muchos de los acontecimientos que estudiamos en los libros de historia. Los museos son lugares de máximo interés, y los arqueológicos especialmente. El de Sevilla posee una inscripción que nos informa de estos asuntos: Gayo Valio fue distinguido con un monumento porque venció a “los moros” que asolaban la Bética allá por el siglo II. Trajo sus tropas desde el norte, el actual Marruecos, entones Tingitania. Y devolvió la paz a la ahora Andalucía. Sabemos por esa inscripción que los saltos demográficos en el sur de Marruecos son antiguos y que en ocasiones terminaban por llegar a la península Ibérica cruzando el Estrecho. Sabemos también que durante la existencia de la España musulmana diversas invasiones fundamentalistas derrocaban a los monarcas andaluces y los sustituían. Almorávides, almohades o benimerines los llamamos cuando hacemos historia. Del mismo modo Norman Cohn afirmó que los cientos de movimientos milenaristas surgidos en el centro de Europa tenían como principal raíz la fuerte demografía de algunas de sus áreas. El tinte simbólico se adquiría con posterioridad. En este caso, los éxitos reproductivos terminaban por hacerse políticos usando el lenguaje común religioso del cristianismo. Los muchos triunfos medievales del milenarismo revolucionario y el anarquismo místico desde el siglo XI al XVI tuvieron su base en la masa creciente y desubicada de Bohemia sin encaje en la sociedad urbana ni en la campesina. La demografía de nuevo se resolvió en historia. 

Sin el conocimiento de la demografía no podríamos explicar ni la fulgurante expansión del islam en su siglo inicial ni tampoco la reforma protestante. Cualquier acción humana depende de la solidez de lo que solemos denominar como sus “condiciones materiales”. Es un asunto cuantitativo. Europa pudo dar rienda suelta a su crecimiento porque colocó en América sus excedentes demográficos durante al menos cuatro siglos. Desde dentro lo llamaríamos emigración. Para la demografía son números y espacios. Quizá fue Malthus quien, en esta frontera entre ciencia y relato, dio la pincelada más sórdida y cruel. Educado por un padre que creía en todos los progresos, no heredó sus opiniones. Escribió que sólo las calamidades naturales o la guerra como tremenda forma de control eran capaces de frenar que la especie obedeciera sin tregua al mandamiento de “creced y multiplicaos”. Porque en realidad no sabíamos hacer bien ninguna otra cosa. Hay tantas posibilidades de que nos perfeccionemos moralmente como de que nos convirtamos en avestruces. Por tanto, habrá que tomarse en serio que los recursos serán siempre limitados, y el número de humanos, por el contrario, creciente. Esto nos lleva a una senda imparable de catástrofes poblacionales que, casi seguro, asumirán la forma de historia. Pero solamente para quienes no quieran ver la triste verdad de base.

Para nuestro asombro, aquí y ahora asistimos a un mundo, el nuestro, en el que la población disminuye. No digo en el planeta. En él habitan muchos mundos, pero no son el nuestro. Si es una acción histórica, únicamente tiene un significado: decadencia. ¿Pero qué pasa si es una novedad radical? ¿Qué significaría que fuéramos capaces de decrecer? Los nuestros son además “tiempos de relato”. La narrativa de esta novedad todavía no se ha establecido. La demografía incluso se ha puesto al pairo. Ya no quiere hacer predicciones que excedan un quinquenio. 

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