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Columna
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Un ejecutivo a su pesar

Resultaba desmoralizador que Sánchez siguiera mendigando la abstención a la derecha, cuando sólo tenía y tiene una posibilidad de formar gobierno: Podemos, no hay otra

Josep Ramoneda
Pablo Iglesias pasa frente al presidente del Gobierno en funciones durante la primera jornada de la sesión de investidura.
Pablo Iglesias pasa frente al presidente del Gobierno en funciones durante la primera jornada de la sesión de investidura.J.J.Guillén (EFE)

La política no es una fiesta. Y quizás los ciudadanos esperan demasiado de ella. Pero los dirigentes políticos se han ganado a pulso la escalada en las encuestas hasta ser la segunda preocupación de los españoles después del desempleo. ¿Recuerdan que hace poco más de un año la sentencia de la Gürtel se cargó al PP vía moción de censura? ¿Recuerdan la sensación de alivio que generó la formación de un Gobierno paritario que se abría a personas ajenas a la profesionalización política? ¿Recuerdan las señales de distensión con Cataluña?

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Una vez rearmada la derecha, alineada en formación de tripartito, no tardó en volver la bronca. Pero Sánchez seguía administrando los tiempos. Y un calculado adelanto electoral le permitió salir triunfante en el intento de poner fin a la provisionalidad y emprender una legislatura que relanzara a la izquierda española y retornara la cuestión catalana a la política. Pero en vez de arrancar en positivo atendiendo a la respuesta del electorado progresista, que salía del letargo en que le sumieron los desencuentros de 2016, e intentando capitalizar una cierta esperanza, hemos asistido a un proceso de degradación que enmarca la investidura en un clima de frustración que costará revertir.

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¿Por qué Pedro Sánchez, en vez de emprender un proceso rápido de formación de un Gobierno de izquierdas con un programa ambicioso, ha ido mareando la perdiz hasta que su indecisión y la resistencia de los otros han llevado a ritualizar la desconfianza nada menos que en sede parlamentaria? Sánchez ha perdido dos meses practicando el centrocampismo del que se gusta entreteniendo el balón pero no encuentra a quién pasarlo. Y, sin embargo, las líneas de juego estaban claras desde el primer momento. Y resultaba desmoralizador (e inquietante como signo de inseguridad) que Sánchez siguiera mendigando la abstención a la derecha, cuando sólo tenía y tiene una posibilidad de formar Gobierno: Podemos, no hay otra. Un Gobierno a su pesar. Contra lo que le pide el cuerpo, contra la propia tradición de su partido que siempre ha mirado con recelo a lo que se mueve a su izquierda, contra la cultura bipartidista de gobiernos monocolor en la que se ha creado, contra la línea excluyente que los partidos tradicionales marcan entre populistas e integrados —como si sólo estos tuvieran licencia para gobernar— contra un partido que debajo de un liderazgo autoritario es una máquina de disensiones y fracturas en franco retroceso.

Resultado: dos socios a regañadientes frente a frente. Que han llevado un noviazgo fatal que garantiza que, pase lo que pase, gobierno de izquierdas o elecciones, la izquierda una vez más se vea atrapada en una gran frustración. Y se requiere mucho voluntarismo para pensar que, en caso de que finalmente se casen, serán capaces de hacer de la necesidad virtud y el interés común triunfará sobre el resentimiento.

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