Vuelta en 80 días
Para evitar nuevas contradicciones en la legislatura, Moncloa debe reajustar su tono comunicativo, utilizando términos menos taxativos.
Pedro Sánchez ha hecho como Willy Fog: le ha costado 80 días volver al sitio de partida, esa noche electoral en la que los militantes más entusiastas le reclamaban gobernar con Unidas Podemos. Desde entonces, Sánchez ha dado toda una vuelta al mundo de los argumentos con el objetivo de gobernar en solitario. Pero el sacrificio televisado de Iglesias, propio de un mesías posmoderno, ha deslegitimado la posibilidad de un Gobierno monocolor. Gobernar en solitario ya no es solidario.
Concluido el giro de 360 grados, Sánchez se enfrenta a dos incoherencias: una discursiva y una programática. Aunque los electores tengamos memoria de pez, resulta complicado vender ahora como un hito el primer Gobierno de coalición de la historia reciente de España cuando, hace unos días, se nos intentaba convencer de que incorporar a ministros de UP en el Gobierno era meter el zorro en el corral de las gallinas. Ese Gobierno, razonaban, asustaría a los mercados y a otros socios necesarios, como el PNV. Es revelador que fueran los nacionalistas de derechas quienes tuvieran que ir quitando hierro a la posibilidad de un Gobierno con UP, mientras los socialistas de izquierdas avivaban las llamas del recelo. Para evitar nuevas contradicciones en la legislatura llena de baches que se avecina, Moncloa debe reajustar su tono comunicativo, utilizando términos menos taxativos.
Y Sánchez afronta también un problema de congruencia programática. La vía danesa, pactando un acuerdo con un número de fuerzas parlamentarias suficientes para implementarlo en cuatro años, era muy costoso. Los independentistas se hubieran resistido a comprometerse, pero, dada la incertidumbre y división en la que viven, habrían aceptado un pacto de mínimos. Ya lo han hecho a otros niveles. Por ejemplo, resulta curioso que, en las comarcas catalanas, Junts per Catalunya ha llegado a más acuerdos de gobierno con los socialistas que con ERC.
Con un pacto Frankenstein, Sánchez pagaría un alto precio en la investidura. Sería atacado por romper España. Pero más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo, que es lo que le ocurrirá a Sánchez cuando tenga que justificar las acciones imprevisibles de los ministros de UP. Los programas quedan atados y bien atados; las personas no. Y en Moncloa deberían saber que Durmiendo con su enemigo da más miedo que Frankenstein. @VictorLapuente
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