Negocios
La aspiración de Podemos de hacer oposición desde el Consejo de Ministros solo resultará una entelequia o un suicidio
Escribo esta columna con una pinza en el estómago. No me aprieta tanto como la semana pasada, pero se resiste a abandonarme. El miedo es un compañero pésimo para casi todo. Puede resultar un obstáculo casi infranqueable a la hora de pensar, y sin embargo, no puedo evitar que se me ocurran algunas cosas. Hace ya más de un año escribí que no creía que un Gobierno de coalición fuese un buen negocio para Podemos. Yo no soy más que una simple columnista sin poder alguno, sin responsabilidad de ninguna clase. No tengo ni capacidad ni ambición para influir en nada ni en nadie, pero la verdad es que sigo pensando lo mismo. No cuestiono la idoneidad de los o las dirigentes de Podemos para ocupar ministerios, al contrario. Personas indiscutiblemente más ineptas han alcanzado, o están a punto de alcanzar, mayores parcelas de poder. Lo que me inquieta es otra cosa. La Historia —de la humanidad, de España, de la política, de la democracia— es muy larga, y desde hace muchos siglos se repiten, una y otra vez, las mismas experiencias. Por una lealtad loable, instintiva, hacia quien se sienta y trabaja a tu lado, y por solidaridad ante el enemigo común, los partidos minoritarios que gobiernan en coalición acaban asumiendo a grandes rasgos la línea de los mayoritarios para no poner en peligro la existencia del propio Gobierno. Podemos ha optado por este camino. Está en su derecho, por supuesto, pero su aspiración a hacer oposición desde el Consejo de Ministros solo resultará una entelequia o un suicidio. En ambos casos, el campo a la izquierda del PSOE quedará desierto. O no. El aspecto más fascinante de toda esta historia es la reconversión de Rufián en hombre de Estado. Parece que, para él, sí es un buen negocio este Gobierno de coalición.
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