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Un vídeo porno y otras venganzas contra la periodista que se infiltró en el Gobierno indio

Rana Ayyub publicó un superventas que destapaba la implicación de altos cargos de India en la persecución de musulmanes en 2002 y ahora no para de recibir amenazas y ataques en noticias falsas que se ceban en su condición de mujer

Rana Ayyub, fotografiada en abril en Perugia.
Rana Ayyub, fotografiada en abril en Perugia.Ignacio Pereyra

Hace más de un año, Rana Ayyub (Bombay, 1984) estaba en un café de Nueva Delhi cuando un video pornográfico apareció en su teléfono y la dejó en shock: la mujer en pleno acto sexual tenía su rostro. El montaje se expandió como la peste. Ayyub quiso vomitar. Un aluvión de mensajes había convertido su teléfono en una cloaca de insultos y amenazas. “Estaba destinado a humillarme, a romperme”, reflexiona ahora la periodista, que edificó su carrera investigando al poder político y que ha publicado en medios como el Washington Post y el New York Times.

En realidad, la pesadilla de Ayyub —que más tarde pensaría en suicidarse— había comenzado antes del vídeo. Ese 20 de abril de 2018 Ayyub recibió el premio al ícono juvenil del año de la revista Outlook India. En la ceremonia expresó su alegría de que a su libro le estuviera yendo bien y mencionó la posibilidades de que se convirtiera en una película. Al día siguiente, una amiga la cuestionó: “¿Cómo puedes hacer esto?”. "¿Qué he hecho?", preguntó ella. Un tuit de una cuenta que simulaba ser de un canal de noticias incluyó una foto de Ayyub atribuyéndole una frase en la que ella defendía a violadores de niños. Era falso, pero los trolls hicieron su trabajo para llevarlo a más de un millón de pantallas. Y a ella le llegaban mensajes diciéndole que la iban a violar en grupo. Poco después, se sumó otro mensaje falso, donde Ayyub supuestamente decía: “Odio India, odio a todos los indios”. También se viralizó. Aumentaron las amenazas: “Vamos a arrastrarte desde tu casa y enviarte de vuelta a Pakistán, tu patria”.

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Ayyub advirtió a sus más de 730.000 seguidores en las redes sociales que los tuits eran falsos. Pero faltaba el siguiente golpe, el más inesperado para ella: un amigo le avisó de que había algo circulando y se lo envió. “Era un vídeo porno con mi imagen. Antes de que pudiera llorar, el vídeo ya estaba en el whatsapp de todo el país y las capturas de pantalla comenzaron a filtrarse en mis redes sociales... "Oh, ¿así que siempre fuiste una puta?', me decían”.

Esa misma noche, alguien publicó en Internet el número de teléfono y la dirección de la casa de Ayyub. Ella entró en pánico. Recibió una avalancha de mensajes con la captura de pantalla preguntando cuál era su tarifa. Temía que la lincharan si pisaba la calle. Terminó internada: “Pasé dos días en cuidados intensivos en el hospital. Mi presión arterial se disparó y los médicos no sabían qué hacer”.

Al tercer día logró ir a la policía a hacer la denuncia. “Los agentes miraron el vídeo y se reían. Volví a sentirme humillada. Sé que no puedes arrestar a las personas que hicieron ese vídeo, pero sí puede haber acciones legales contra las que me enviaban amenazas de violación en grupo. No hubo ni un solo arresto. Si a mí que soy periodista me pasa esto, ¿qué le sucederá a los demás?”. Ayyub también se pregunta qué evitará que entren a su casa y la maten.

—¿Ha pensado en irse de India?

— No. Nunca.

—¿Sus padres tampoco la animan a irse?

— Ni siquiera quieren que vaya a los festivales. Dicen que solo debo ir dos días. Incluso siete días es un problema. Para ellos todavía tengo 13 años.

La One Free Press Coalition, una coalición internacional de medios y organizaciones para proteger la libertad de prensa, la incluyó en abril de 2019 en la lista de los 10 periodistas que representan en sí mismos las amenazas “más urgentes” a la libertad de prensa en todo el mundo. Reporteros Sin Fronteras pidió al Gobierno y a la policía india que la protejan, y alertó que su caso recuerda al de su colega Gauri Lankesh, asesinada en 2017.

Ayyub también reclamó protección. “Lo único que me ofrecieron fue una licencia para usar una pistola. ¿Qué voy a hacer con un arma? ¡No voy a dispararle a la gente! Eres el Estado, tienes que protegerme, ¡pero no hicieron nada!”, se indigna. “Investigo al Gobierno, soy musulmana y soy mujer: tengo todo para ser criticada en un país como India, con una sociedad patriarcal”.

Reconocida y premiada a nivel internacional, Ayyub encuentra apoyo cuando sale de su país. Como le ocurrió en abril pasado en la ciudad italiana de Perugia, donde fue ovacionada varias veces durante sus presentaciones en el Festival Internacional de Periodismo. Horas antes de regresar a India, se la ve relajada. Pero volver a casa no es fácil. Teme que se repitan los ataques de ansiedad, como pasó en el vuelo hacia Roma. “Respiraba de manera tan acelerada que quisieron hacer un aterrizaje de emergencia. Yo no podía hablar”, cuenta.

—¿Ha sufrido algún ataque en persona?

— Hace poco en Ginebra me robaron y resultó que no fue al azar. Al día siguiente todo estaba en el hotel, incluido mi pasaporte, sin que nadie tuviera la dirección. Sé que soy monitoreada en todos los lugares, incluso aquí (en Italia). Esta es mi vida cotidiana. Es muy difícil... He pensado en suicidarme... Pero es como si tuviera que vivir para la gente. Estos pensamientos llegan cuando la depresión es inmanejable con medicamentos. Los ataques de ansiedad pueden debilitarme. Esas horas pueden sacarte la vida. Pero he aprendido a lidiar con ello.

Entre 2010 y 2011, Ayyub se infiltró en el poder durante ocho meses haciéndose pasar por Maithili Tyagi, una estudiante de cine india-estadounidense que odiaba a los musulmanes

—¿Cómo?

— En el Islam, el suicidio es haram: básicamente, no se te permite quitarte la vida. Entonces, en esos momentos, me vuelvo religiosa y pienso: "Esta no es mi vida. Es un regalo". Miro a mis padres y pienso en todo el trauma y el dolor que les causaría.

Para entender cómo Ayyub llegó hasta esta situación hay que remontarse a 2010, cuando su trabajo en la revista Tehelka coincidió con el encarcelamiento del entonces ministro del Interior del estado occidental de Gujarat, Amit Shah. El funcionario quedó involucrado en el asesinato de un hombre musulmán, Sohrabuddin Sheikh, y su esposa, Kauser Bi. Además, Shah es señalado por las ejecuciones extrajudiciales de 2002 durante uno de los estallidos de violencia étnica más trágicos de la historia india, una masacre que causó la muerte de más de mil musulmanes. “Ahora es el segundo hombre más poderoso del país (es ministro del Interior y presidente del partido gobernante). Cuando lo arrestaron, las cosas se volvieron difíciles para mí”, sostiene la periodista.

Entre 2010 y 2011, Ayyub se infiltró en círculos del poder durante ocho meses haciéndose pasar por Maithili Tyagi, una estudiante de cine india-estadounidense que odiaba a los musulmanes y que seguía la ideología ultranacionalista y fundamentalista hindú de Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS). Con ocho cámaras en el cuerpo y usando documentos falsos, accedió a oficiales de policía, burócratas y políticos de alto rango en Gujarat, incluido Narendra Modi, entonces ministro Jefe de Gujarat y desde 2014 primer ministro de India. “Quería exponer la complicidad de Modi con el genocidio de 2002”, dice la periodista. “Mi identidad estuvo a punto de ser revelada y dos o tres veces, estuve cerca de ser asesinada. Al final, la revista se negó a publicar mi trabajo por presiones políticas. Me dijeron que era una gran investigación, para una portada, algo para la revista Time, pero que no lo podían publicar. Eso me destrozó”.

Ayyub dejó Tehelka. Intentó publicar la historia en otros medios pero la rechazaron. “Tuve dos ofertas para publicar un libro, que incluiría todas las conversaciones grabadas, pero los editores dejaron de responderme”. En 2016 autopublicó 500 copias de su libro: Los archivos de Gujarat. Anatomía de un encubrimiento. “Fue un éxito. Al inicio ningún medio local lo cubrió, pero después fue comparado con el Watergate”.

Al compás del éxito editorial, la vida de Ayyub se adentró en un túnel de complicaciones. “Ya se han publicado 500.000 copias en 17 idiomas. Me convertí en una persona pública pero tuve que pagar un precio alto: empecé a recibir amenazas de muerte”.

—¿Siempre ha querido ser escritora?

—Quería ser médico pero fracasé. Y mi padre dijo: “¿Por qué no estudias Literatura?”. Había personas cuyas historias podía contar. Y lo esencial del periodismo es dar voz a los que no la tienen. Estar viva en India haciendo ese tipo de periodismo es un privilegio.

— La comisionada para derechos humanos de la ONU, Michelle Bachelet, denunció que las minorías en la India son blanco de ataques a causa de políticas divisivas. Human Rights Watch dice que al menos 44 musulmanes fueron asesinados en los últimos tres años. ¿Cómo es ser musulmán en la India?

—No tan pesadilla para mí como lo es para los menos privilegiados. Vivo en una habitación con aire acondicionado. Soy la clase media alta. Pero los hay que están siendo linchados en las calles todos los días por supuestamente comer carne de vaca. Nunca ha sido peor momento para ser musulmán en la India. Tus propios amigos te dan la espalda.

Píldoras noche y día

Si bien, el último año ha sido especialmente duro para Ayyub, las tensiones ya habían afectado su salud a fines de 2015, cuando los ataques de ansiedad y de pánico crecieron. Los combatía con nueve píldoras por la noche y seis por la mañana. Se sentía desamparada. Tras la publicación del libro comenzó a recibir más atención. Para 2020 y 2021 espera que se emita una serie sobre su vida (la está haciendo Netflix), y dos adaptaciones del libro: una película india y un documental realizado por un grupo de sudafricanos y canadienses. “Lo que me mantiene en marcha es el esfuerzo constante del mundo que me rodea por socavarme y denigrarme. También la esperanza de los indios que han confiado en mí. No puedo defraudarlos”, afirma. “Hay personas que me envían un correo diciendo que tuvieron una hija y la llamaron Rana. Ese tipo de amor es para lo que vivo. India es mi país, es donde pertenezco, es mi gente. Sea que me quieran o me odien, me quedaré”.

Ayyub sostiene que incluso la Justicia la ataca. En 2003 fue asesinado Haren Pandya, exministro del Interior de Gujarat. En una de sus grabaciones secretas, la periodista había accedido a la información de que Asghar Ali, el principal acusado del asesinato, fue torturado para dar una confesión falsa. “Tenían que culpar a cualquier hombre musulmán”, le contó a Ayyub el policía Shaikh, el primero en investigar el caso. En 2011, la corte de Gujarat declaró inocentes a los 12 musulmanes acusados. Pero esa sentencia fue anulada el último 5 de julio por la Corte Suprema. “El libro de Rana Ayyub no sirve de nada. No tiene valor probatorio”, escribió en su sentencia el juez Arun Mishra. Y hubo otra ola de ataques en las redes. “El tribunal ha aumentado mi pena, causándome una agonía inmensa y un trauma mental", relató esta misma semana Ayyub en la revista The Caravan, a la vez que solicitó que sus grabaciones encubiertas y su libro sean incluidas como pruebas por la Corte Suprema.

Cuando hay dos coches cerca, en un atasco, pienso: “¿Ese que me está mirando tendrá una pistola?”

Mientras, para salir adelante, Ayyub ha estado yendo a un terapeuta. “Es el mejor momento: una hora en la que puedo llorar y hablar sobre mi aislamiento. Por supuesto está mi familia, que ha visto esta mierda”. Cuando no está escribiendo, su padre le pregunta por qué. “Si cada periodista mujer tuviera un padre como él, no habría que preocuparse. Cuando pasó lo del vídeo, pensé que diría 'deja la profesión'. Pero dijo: 'Me sorprende que no haya sucedido antes'. No es muy común en India. Él viene de una familia conservadora musulmana muy religiosa”. Su padre, que ha sido parte del movimiento de escritores progresistas en Urdu, cree que ningún indio se casará con su hija porque los hombres la encuentran intimidante y no quieren meterse en problemas. “Para él la única respuesta que puedes dar a estas personas es seguir escribiendo”.

De hecho, en septiembre Ayyub publicará Being her. Su próximo libro será el más personal hasta ahora: “La vida siempre ha sido dura para mí. De niña tuve polio, la mano izquierda y la pierna derecha no me funcionaban... Será un libro de memorias, sobre ser musulmana, sobre lo que pasó conmigo durante los levantamientos de Bombay, sobre mi carrera periodística, sobre ser odiada, sobre estar aislada, sobre qué es lo siguiente que planeo hacer”.

—¿Se siente en riesgo?

—Especialmente con Modi en el poder. La gente se siente empoderada. Cuando hay dos coches cerca, en un atasco, pienso: “¿Ese que me está mirando tendrá una pistola?”. Mi amiga Gauri Lankesh fue asesinada en la puerta de su casa en 2017. Dos semanas antes ella había publicado mi libro traducido a su idioma regional (Kannada). Podría suceder en un año, en diez o nunca. Siempre vivo con miedo.

—¿Cómo imagina su vida en el futuro?

—Soy optimista, y confío. Tengo muchas ganas de tener un hijo. Es una sensación de felicidad. Tengo ocho sobrinos y sobrinas. Llevo el legado de mi padre y quiero que alguien lleve el mío, el periodismo, y que cuente las historias que hice. Será hermoso.

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