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IDEAS | UN ASUNTO MARGINAL
Columna
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El hombre que acabó con la verdad

Roger Ailes hizo de las 'fake news' un arte y demostró que en el éxito político pesan poco las ideas y mucho la crispación

Roger Ailes, en Fox News en 2005.
Roger Ailes, en Fox News en 2005. Catrina Genovese (GETTY IMAGES)
Enric González

Roger Ailes murió hace dos años hundido en la ignominia. Los desmanes sexuales, los abusos y los chantajes cometidos durante décadas brotaron súbitamente y acabaron con su carrera. El productor cinematográfico Harvey Weinstein suele considerarse el emblema de la basura denunciada por el movimiento MeToo, pero Weinstein era, en comparación con Ailes, un pequeño trapisondista en el mundillo del espectáculo. Ailes fue el hombre que colocó en la Casa Blanca a Richard Nixon, Ronald Reagan, George Bush padre, George Bush hijo y Donald Trump; fue el hombre que creó Fox News, una máquina formidable de agitación y propaganda conservadora; fue el hombre que hizo de las fake news un arte; fue el hombre que demostró que en el éxito político pesan poco las ideas y mucho la crispación y el espectáculo. 

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Anti
Flujo de consciencia

Su teoría sobre la comunicación política quedó resumida en una frase célebre: “Tienes dos tipos sobre un escenario. Uno de ellos anuncia una solución para los problemas de Oriente Próximo. El otro se cae en el foso de la orquesta. ¿Cuál de los dos crees que aparecerá en el telediario de la noche?”. 

Solía precisar que él nunca fue periodista. Se reía, con cierta razón, del periodismo. Para él, interesado en ganar dinero y en favorecer determinados intereses políticos, no era más que un instrumento. Pero cuando creas un mundo de fantasías televisivas (disculpen la redundancia), el viejo periodismo puede llegar a convertirse en un obstáculo. Resulta molesto que alguien intente demostrar que lo que cuentas es mentira.

Ailes detectó el flanco más débil de la prensa tradicional: el elitismo. Los medios que (con mayor o menor éxito) intentan ser rigurosos y fiables, como este que usted lee, se dirigen a una élite. Por favor, no lo tome como un insulto. Es así. Solo una pequeña franja de la sociedad está realmente interesada en la información; la gran mayoría prefiere consumir un tipo de infoespectáculo que se adapte a sus prejuicios y le entretenga.

Durante la década de los noventa, la liberalización del comercio condujo a la deslocalización industrial. Las fábricas se fueron a Asia, donde producir era más barato. Grandes zonas de los países más desarrollados cayeron en la pobreza, la desesperanza y la irrelevancia. Eso generó un lógico resentimiento contra los dirigentes del nuevo mundo sin fronteras. Las élites eran culpables. Y uno de los principales instrumentos de las élites era la prensa seria, que había bendecido de forma bastante acrítica el nuevo orden. A los ojos de millones de ciudadanos, y de votantes, la conexión resultaba automática: la prensa seria les había engañado y les había marginado; no hablaba de ellos, sino de los otros, fueran magnates o inmigrantes misérrimos; se refería a estadísticas y a hechos remotos, no a su realidad. La prensa formaba parte del enemigo.

A través de Fox News, a la que impuso el sarcástico lema fair and balanced (justa y equilibrada), Roger Ailes socavó de forma casi fatal la credibilidad de la prensa tradicional. Sin un referente comúnmente aceptado, la realidad se hizo maleable. Dejaron de existir la verdad y la mentira: todo son ya simples opiniones. 

Esta confusión no va a curarse renovando la fe en la prensa. Al contrario. La solución pasa por un saludable escepticismo. Solo un público crítico puede conseguir que los periodistas sean críticos consigo mismos y cumplan con su trabajo.

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