La Luna ya no es una misión
El Tratado del Espacio Exterior de 1967 fue firmado por 107 países e impide que nadie pueda reclamar un cuerpo celeste
Hará 50 años el próximo 20 de julio: Neil Armstrong dio los primeros pasos de un ser humano en la Luna. Madrugamos mucho para, emocionados, verlo en la televisión prácticamente en directo. Fue un momento estelar para la humanidad, aunque fuera fruto de una confrontación (la Guerra Fría), en un mundo plagado de problemas, en plena guerra de Vietnam. Pero “se pueden hacer grandes cosas en tiempos terribles”, señala Clara Moskowitz en Scientific American.
EE UU consiguió su objetivo en un tiempo relativamente breve, dedicando un 4,5% de su presupuesto nacional a la NASA. Tres años después, en 1972, la misión Apollo 17 llevaría a los últimos astronautas a la Luna, aunque expediciones no tripuladas de unos y otros han seguido. Ahora, de nuevo, se trata de llevar hombres y mujeres a la Luna y de vuelta. Pero esta nueva carrera es muy diferente, con múltiples actores estatales. EE UU con Trump quiere volver a poner humanos allí en cinco años. China ha llegado en vuelo no tripulado a la cara oculta y tiene todo un programa lunar en desarrollo. India también se lo plantea, como Rusia o los intentos fallidos de Israel. Hay empresas privadas que empiezan a programar tales viajes, como SpaceX de Elon Musk, o que exploran como Moon Express posibilidades mineras —que todos buscan—.
Es importante quién llegue primero y adónde. El Tratado del Espacio Exterior de 1967, del que son parte 107 países, incluidos China, Rusia y EE UU, impide que nadie pueda reclamar parte de un cuerpo celeste. Pero también estipula en sus cláusulas de no interferencia que si alguien se instala en algún lugar, ningún otro podrá hacerlo en las cercanías. Los más poderosos, los más rápidos, incluidas empresas, se pueden instalar y quedar con las partes más interesantes para explotar.
De vez en cuando los países o grupos de países se embarcan en misiones, muchas veces con un contenido científico o tecnológico de alcance geopolítico. La de América, para lo que empezaba a ser España, fue una. La de la Luna de los Apollo, para EE UU —el moonshot que muchos buscan ahora emular— fue otra. Aunque volver a la Luna ya no signifique lo de entonces, ¿no necesitaría Europa algún tipo de misión a este respecto? Es lo que propuso la economista Mariana Mazzucato en un informe de 2018 para la Comisión Europea, en el que planteaba que la UE se dote de misiones —“ciencia grande para resolver problemas grandes”— que tienen que ser osadas, activar la innovación a través de sectores, actores y disciplinas, de modo que se genere crecimiento económico, inclusión y sostenibilidad. Mazzucato apuntó tres: ciudades neutras en emisión de carbono para 2030, océanos sin plástico y la lucha contra la demencia en los mayores.
Las misiones pueden cumplir un papel importante en los devenires colectivos. El mundo tiene ahora su Agenda 2030 de 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible a los que la tecnología puede contribuir. China, según Kai-Fu Lee, tuvo su “momento Sputnik” (descubrimiento repentino de la capacidad tecnológica de un adversario) en 2017, cuando el ordenador de Google AlphaGo ganó a un maestro coreano de este complejo juego considerado como una institución nacional por los chinos, aunque su plan para convertirse en superpotencia tecnológica empezó antes. Trump quiere hacer grande a EE UU de nuevo, también en la Luna. La UE anda bastante perdida, aunque, impulsora de una colaboración con la NASA, ahora propugna un “pueblo multinacional en la Luna”. Impulsar la cooperación internacional en la Luna es quizá su papel.
A la UE le faltan misiones, y visiones. El loable Programa 2020 se ha quedado corto ante lo que pasa en el mundo. Incluso para lo que propone Mazzucato hay grandes divisiones en Europa, sobre todo por la falta de fondos europeos necesarios, aunque ya no podrán ser sólo públicos, sino que requieren el concurso privado. Europa no necesita ir a la Luna, al menos por sí sola. Pero sí dotarse de una capacidad de autonomía estratégica, y no estamos hablando sólo ni principalmente de la dimensión militar. También tecnológica. Podría. Realmente ¿quiere?
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