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Ideas | transformaciones
Columna
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Solitud, sin soledad

Ortega y Gasset decía que quien fuera capaz de meditar sobre un tema 10 minutos al día podría ser el amo del mundo

La primera ministra británica, Theresa May, en 2018 durante una visita a un centro social londinense que lucha contra la soledad.
La primera ministra británica, Theresa May, en 2018 durante una visita a un centro social londinense que lucha contra la soledad.
Andrés Ortega

La soledad, como el colesterol, la hay buena y la hay mala. Para la buena, podemos hacer uso, como los ingleses que diferencian entre solitude (raíz latina) y loneliness (raíz sajona), del término solitud, que estaba en el castellano, pero que ha caído en desuso, aunque la Real Academia lo mantiene para significar “carencia de compañía” o “lugar desierto”. La solitud, tal como la entendemos, es mucho más rica que eso. Estos tiempos, debido a la constante conectividad (aunque no sólo a ella), nos están robando nuestra esencial, radical y benéfica solitud, para, paradójicamente, imponernos una nada deseable soledad.

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La solitud se podría definir, con Raymond Kethledge y Michael Erwin, como “un estado subjetivo en el que tu mente está libre de inputs de otras mentes”, y también de inteligencias artificiales y otros artefactos. Ortega y Gasset, usando un único vocablo para ambas ideas, consideraba la soledad (en nuestro sentido de solitud) como una condición radical del ser humano, que, al cabo, está solo ante sus decisiones, ante su vida y ante su muerte, por mucha compañía que tenga. Hay que defender esa solitud. El filósofo la valoraba para meditar, no en el sentido de mindfulness, sino de concentración en temas. Decía que el que fuera capaz de meditar de verdad, de pensar en un tema con profundidad diez minutos al día, podría hacerse el amo del mundo.

Cal Newport, en un libro de gran interés con ese título, aboga por un “minimalismo digital”, por dosis de solitud, lo que implica poder y saber desconectar. Para estar solo sin que nos roben nuestra atención, junto a la solitud, el bien más preciado y escaso en esta era digital. En otros tiempos analógicos, escribió Blaise Pascal que “toda la miseria de los hombres proviene de una única cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación”. Es decir, no saber estar solo. Estar siempre alterado, por usar otra expresión orteguiana. Para Newport, la solitud puede ser importante tanto para la felicidad como para la productividad.

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Incluso el ruido o música constante —que tan nervioso ponía a ese erudito que fue Julio Caro Baroja, que tanto gozaba de sus solitudes— nos altera, nos saca de nosotros, como el móvil, especialmente el smartphone permanentemente conectado a Internet, nos priva de la solitud. Newport define la privación de solitud como “un estado en el que no empleas casi tiempo solo con tus propios pensamientos ni estás libre de los inputs de otras mentes”. La gente se acostumbra a vivir sin solitud. Los más jóvenes nacen y se desarrollan sin solitud, con consecuencias aún insospechadas. No es que la conectividad sea mala en sí, mientras la controlemos a voluntad, y no nos volvamos adictos a ella. Pues es un nuevo tipo de adicción.

Pese a las adictivas redes sociales, que también tienen su lado bueno y malo, esta conectividad no mejora la soledad, sino que puede empeorarla. Estamos viviendo una carencia de solitud junto a lo que se ha llamado una pandemia de soledad. Esta, además, es mala para la salud, como demuestran diversos estudios.

La BBC llevó a cabo el año pasado una gran encuesta (50.000 personas en varios países) sobre la soledad (loneliness), con algunas conclusiones sorprendentes: los jóvenes son los que se sienten más solitarios (40%, frente al 27% entre los mayores de 75 años); y no es vivir solo lo que le hace a uno sentirse así.

Estos son tiempos de soledad, más en unas sociedades que en otras. En España, casi seis millones de personas vivirán solas dentro de 15 años, según las proyecciones del INE. En Suecia hubo protestas de mayores a los que se les retiraron las ayudas de familiares y amigos para que el Estado se encargara de todo. Por no hablar de los robots para cuidados. En el Reino Unido, ante la gravedad del problema, May creó un Ministerio de la Soledad (Loneliness), liderado por Tracey Couch. Y en esta soledad, pese a las redes o debido a ellas, faltan marcos sociales para conocerse directamente. Proliferan las webs de citas de todo tipo. Aunque no son ellas las que nos devolverán la solitud.

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