Otra historia de amor
Cuando saqué del buzón un sobre con el logotipo de Tusquets, la emoción me dejó sin aliento. Era 1989, y desde entonces no he cambiado de editorial.
TODO EMPEZÓ el 11 de enero de 1989, a las 15.30.
Cuando saqué del buzón un sobre con el logotipo de Tusquets Editores, la emoción me dejó sin aliento. Ya había perdido las esperanzas de tener entre las manos un sobre como aquel. Sabía que la entrega del XI Premio La Sonrisa Vertical tendría lugar el 31 de enero de 1989, y calculé por mi cuenta, sin consultarlo con nadie, que la editorial tendría que informar a los autores de las obras finalistas antes de Navidad. Sin embargo, casi un mes más tarde, supe que mi novela competiría por el premio. Hasta aquel momento, mi objetivo había sido ser finalista. A partir de entonces, sólo quería ganar.
Unos días más tarde, recibí una extraña llamada telefónica a media mañana, en mi puesto de trabajo. Por aquel entonces, me ocupaba de coordinar, a media jornada, al equipo que producía una colección de guías turísticas para el grupo editorial Anaya. Cuando descolgué, una voz masculina, grave, inolvidable, me informó de que estaba hablando con Antonio López Lamadrid, de Tusquets. A Beatriz le ha gustado mucho tu novela, me contó, como si yo supiera de quién me estaba hablando, y a mí también. Vamos a publicarla aunque no ganes, y queremos invitarte a Barcelona, a la entrega del premio, para conocerte y hablar de todo…
El 31 de enero de 1989 fui a comer con mi marido a un restaurante de la Barceloneta. Había recibido los billetes y el bono del hotel, pero no había vuelto a hablar con nadie. En aquel local para turistas, lo que aún era yo a aquella hora, apareció un cantante peculiar, un hombre mayor, bajito, calvo, que aporreaba una guitarra barata mientras cantaba rumbas fatal, desafinando de lo lindo. Voy a darle dinero, me dije, para tener suerte… En aquellos momentos, el jurado estaba reunido en un restaurante mucho mejor, deliberando sobre mi destino, y yo soy así de supersticiosa, hago esa clase de cosas. Pensaba darle por lo menos 20 duros, pero aunque el comedor estaba bastante vacío, aquel cantante no se acercó a mi mesa, como si el azar no estuviera dispuesto a dejarse sobornar en él. Mientras le veía marcharse con el monedero en la mano, pensé, ya está, seguro que he perdido. Y ni siquiera me acordé de que, en la Navidad anterior, Cacharel había sacado al mercado un perfume que se llamaba Loulou, como si el destino quisiera guiñarme un ojo.
Cuando volví al hotel, el recepcionista me dio una nota. Que llamara a la editorial, decía. Y llamé. Y Antonio López Lamadrid me dijo que había ganado el premio. Y una hora después, con un traje prestado, porque en mi armario no había nada que pudiera ponerme para la ocasión, entré en una torre de la calle de Iradier, con un jardín interior donde reinaba un perro que levantó la cabeza y me olisqueó un poco, como a la desconocida que era. Recuerdo que el pasillo por el que se entraba al jardín estaba extrañamente entelado de blanco. Cuando se daba una fiesta, las estanterías se recubrían con sábanas para que los invitados no se llevaran los libros. Recuerdo también que Beatriz de Moura me preguntó si tenía alguna relación con Javier Grandes, el antiguo inquilino parisiense, actual amigo madrileño, de Marguerite Duras, que se encargaba de revisar las traducciones al español de la escritora francesa y, sobre todo, el hermano pequeño de mi padre. Recuerdo que, gracias a mi tío Javier, al perro y al jardín, tuve la sensación de que estaba en casa.
Han pasado 30 años y un montón de cosas, pero esa sensación no ha cambiado. La editorial se ha mudado tres veces. Toni murió, para dejarme huérfana por segunda vez. Mi amigo Juan Cerezo, el editor principiante que se encargó de Malena es un nombre de tango en 1994, se ha convertido en director editorial sin dejar de ser mi amigo. Tusquets dejó de ser independiente, pasó a formar parte de Planeta, y yo sigo trabajando con Natalia, con Delia, con Alex, con Albert, con Josep Maria, otra familia para mí. Desde enero de 1989, he publicado una docena de novelas, dos libros de cuentos, otros tantos de artículos, y he cambiado de pareja, de casa, de vida, pero nunca de editorial.
He escrito muchas historias de amor, pero sin la que cuenta este artículo, todas habrían sido distintas.
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