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Los niños se usan para mantener la economía bélica de las guerras

Virginia Gamba, representante especial de la ONU para la Infancia y los Conflictos Armados, quiere sacarlos de allí para romper el ciclo de la violencia

Un visitante observa los retratos de algunos de los niños asesinados durante la guerra de Kosovo, entre 1998 y 1999, en la exposición
Un visitante observa los retratos de algunos de los niños asesinados durante la guerra de Kosovo, entre 1998 y 1999, en la exposición Armend NIMANI ( AFP)
Isabel Ferrer
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Los niños han pasado de ser las víctimas más vulnerables de la guerra a convertirse también en el centro de las luchas armadas. Los choques entre Estados, y entre grupos paramilitares o de resistencia, necesitan menores para mantener su propia economía bélica. Reclutados a la fuerza como soldados, o bien vendidos, en especial las niñas, como esclavas sexuales o sirvientas, los menores son hoy “el combustible que mantiene viva la contienda en África, Oriente Medio y Asia”. Lo dice Virginia Gamba, representante especial del Secretario General de la ONU para la Infancia y los Conflictos Armados, que ha dedicado tres décadas a la búsqueda de la paz y seguridad mundial, y sostiene: “Hay que sacarlos de allí para acabar con este ciclo violento”.

Gamba estuvo la pasada semana en el Palacio de la Paz, en La Haya, durante el lanzamiento de la campaña internacional de Save the Children para parar la guerra contra los niños, y describe con claridad la evolución de los que están inmersos en las luchas de los adultos. “En las dos guerras mundiales había sobre todo huérfanos. Muchos, pero ahora las víctimas son todavía más numerosas, porque los conflictos duran más años. Participan actores estatales y no estatales, y necesitan menores que luchen. Que hagan de informantes y pisen las minas enterradas para proteger al comandante que les oprime, y a sus mandos. El 30% de estos niños muertos saltaron por los aires con una mina; son carne de cañón en el sentido más literal. Asimismo, los líderes guerrilleros precisan niñas y jovencitas que trabajen en las comunidades inestables que crean. Son casadas a la fuerza, violadas y vendidas, y todo eso es dinero en una guerra. Tal vez la gente no lo vea, pero al negociarse con ellos, los niños mantienen vivo el conflicto contra su voluntad”, dice.

En los países más afectados por las luchas, la población es muy joven. Como en la República Centroafricana, donde el 50% tiene menos de 20 años [de 4,6 millones habitantes]. O en Sudán del Sur, donde el 70% tiene menos de 20 años, y un 40% menos de 16 [de 13 millones de habitantes], según indica la propia experta, que califica de “amorfa”, la expresión “comunidad internacional”. Se apela a ella para que responda en momentos de emergencia, “cuando seguimos inmersos en el concepto de Estado nación, y podemos acudir a una misión de paz a un territorio sin ver que el problema es regional, y no solo local”. “Se opera dentro de una frontera, cuando en la propia frontera entre dos Estados también pasan cosas, pero carecemos de las herramientas para actuar”.

Después de las vidas segadas, la gran perdedora es la educación

La experta de la ONU tiene un problema añadido de difícil solución, porque afecta a la percepción de seguridad de los países con yihadistas que viajaron a Siria e Irak con sus hijos, o bien los tuvieron allí. Gamba quiere convencer a los distintos Gobiernos de que repatrien a los menores que han estado en manos del Estado Islámico (ISIS), para rehabilitarlos y facilitar su reinserción. Si cabe, también para juzgar sus actos. Sabe que no es fácil, porque es un grupo que no parece encajar en la categoría de niño soldado, considerado siempre una víctima de los adultos. Sin embargo, mientras el niño soldado “clásico”, por así llamarlo, ha padecido secuestros y alistamientos forzosos, el adoctrinamiento a que han sido sometidos los que han vivido en territorios controlados por el ISIS los convierte en un peligro nacional para las autoridades y ciudadanos occidentales. “Nadie quiere hacerse cargo de ellos por temor a lo que han visto, y sobre todo, porque han podido ser adiestrados en el odio y el uso de armas desde los nueve años. Pero Naciones Unidas, Cruz Roja y las ONG humanitarias no tienen dudas: son víctimas y tienen el derecho internacional a su favor. Si hay que juzgarlos, que sea en un país de origen, más cuando tienen un sistema judicial de larga data. Hay que buscar una solución entre todos”, dice.

Después de las vidas segadas, en estos conflictos la gran perdedora es la educación, con escuelas destruidas o cerradas y maestros perseguidos, huidos o muertos. Si los niños salen del entorno brutal, el problema inmediato es disponer de fondos para cubrir sus necesidades educativas. Según Virginia Gamba, “suele haber dinero para ayudar a los excombatientes, pero los menores no entran en esa categoría, y hay poco para su reintegración”. “Unicef es la primera puerta a la que se llama, y luego a las ONG, aunque entre tres y ocho meses, que es el promedio de seguimiento de uno de estos niños, apenas se les puede hacer un análisis psicológico y enseñarles un oficio”. De ahí que esté preparando tres estudios específicos para averiguar, por este orden, si se quebró el ciclo violento que arrastró al menor, cuál sería el programa adecuado para su reinserción [cree que debería durar cinco años como mínimo], y el presupuesto disponible. Lo llama educación de emergencia.

La voz de los niños soldado

I.F.

Ishmael Beah tiene 38 años, y entre los 13 y los 16 fue un niño soldado en Sierra Leona, su tierra natal. Arrancado de su familia, que fue asesinada, las tropas gubernamentales le obligaron a luchar contra los rebeldes y le pusieron un apodo: Serpiente Verde. Drogado por sus superiores y armado con un fusil AK-47 (Kaláshnikov), no recuerda a cuánta gente tuvo que matar, y reconoce que sin la ayuda de Unicef y sin su madre adoptiva, Laura Simms, una escritora estadounidense, no sería hoy embajador de buena voluntad de la agencia de la ONU para la infancia. Es una labor que hace con gusto porque dice que "a los niños soldado se les ponen etiquetas, como si no supieran pensar".

Él pudo ir a la universidad, ha escrito un libro de éxito sobre sus recuerdos del pasado, titulado Un largo camino. Memorias de un niño soldado (Rba Libros), y asegura que sacarlos de la guerra es algo más que una parte obligada de los acuerdos de paz. "Es muy difícil recuperarse, porque hay que aprender que no hay vidas que valgan más que otras. Que toda la vida es valiosa, y cuando se hacen cargo de nosotros, a veces nos marginan de nuevo. Con la mejor intención, te llevan a un centro en tu propia región o cerca de su antigua casa, donde hay comida y agua corriente, cosas que puede no tener el pueblo vecino. Y la gente te señala. Piensan que nos tratan mejor que a ellos, después de lo que hicimos. Recibes un poco de ayuda psicológica y otro poco de educación, y sales meses después, así que reintegrarse puede ser muy difícil".

Beah estuvo en Holanda apoyando la campaña de Save the Children para librar a los niños de las guerras, y pide que se escuche a los menores. Cuenta que en Sierra Leona llegó a ser teniente y tenía mando en una situación espantosa, "y para sentirte útil y no recaer en la violencia, necesitas una oportunidad". Lo que pide para los antiguos niños soldado son los mismos derechos que para el resto de los menores. "Que se les pregunte qué quieren ser, en lugar de enseñarles a reparar coches donde se necesitan médicos, abogados o arquitectos. Solo con una educación primaria no se llega lejos". Su labor en Unicef es un intento de darle voz a una infancia maltratada, pero con los mismos sueños del resto, "porque el silencio es terrible", concluye.

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