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IDEAS | UN ASUNTO MARGINAL
Columna
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Catalanes todos

Patriotas de uno y otro lado dicen que ser reaccionario es en realidad ser revolucionario, y que lo rancio es audaz

Enric González
Carteles electorales de Esquerra Republicana y Junts Per Catalunya en Barcelona.
Carteles electorales de Esquerra Republicana y Junts Per Catalunya en Barcelona.Massimiliano Minocri

La idea de catalanizar España viene de antiguo. Un somero rastreo cibernético revela que la esgrimieron Miguel de Unamuno en 1905, José María Carrascal en 1978 y Esperanza Aguirre (sí, ella) en 2013. En todos los casos se hizo referencia al “espíritu dinámico y emprendedor” de Cataluña. El tópico es viejo. Yo soy catalán y no tengo nada de dinámico ni de emprendedor, pero dudo que valga como ejemplo porque seguramente soy un mal catalán. En cualquier caso, nunca me pareció necesario catalanizar o españolizar a nadie. ¿Para qué?

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Recuerden lo que hizo la directiva del FC Barcelona en 1954, cuando el diario francés L’Équipe se puso a organizar una cosa llamada Copa de Europa. Los franceses invitaron al Barcelona de Kubala, pero los dirigentes del club dijeron que no porque preferían disputar la Copa de Ferias (en la que competían ciudades con Feria de Muestras), cuyo futuro era mucho más prometedor. L’Équipe acudió entonces al Real Madrid. El resto de la historia es bien conocido: en 1960, el Madrid sumaba ya cinco trofeos continentales; el Barcelona tuvo que esperar hasta 1992 para obtener uno. ¿Quién actuó a la española? ¿Quién actuó a la catalana? Son preguntas absurdas, ¿verdad? Pues eso.

Las actuales circunstancias subrayan lo mucho que nos parecemos. En Cataluña, la política gira desde hace algún tiempo en torno a las ideas de unas fuerzas patrióticas que veneran un pasado rutilante y milenario. En (el resto de) España, si hay que juzgar por la campaña electoral, el fenómeno asoma también.

Unos quieren mantener viva la esencia amenazada de la nación. Los otros, lo mismo. Unos y otros aman las fronteras y aspiran a encerrarse con sus juguetitos tradicionales, sean éstos un toro ensangrentado o un “trabucaire” recién comulgado. Los patriotas de uno y otro lado dicen que ser reaccionario es en realidad ser revolucionario, y que lo rancio es audaz. Propugnan la igualdad, pero entre ellos: los ajenos a su concepto de la patria son, digamos, desiguales, además de enemigos. No pueden equivocarse, porque para ellos la patria es el bien supremo y siempre la tienen en cuenta antes de hacer algo. No son mayoría, aunque lo parezca en las redes sociales y aunque logren impregnar el debate público.

Hay diferencias en los detalles. El programa social de Esquerra Republicana no se parece al de Vox. Pero tal como van por la calle, cubiertos con el sayo de la aflicción nacional y luciendo con orgullo una banderita roja y amarilla, resulta fácil confundirlos.

En el peor de los casos, acaban saltándose la ley porque la patria, valor supremo, lo exige. En el mejor, conducen el país a un diálogo para besugos. Cuando se les habla de pensiones, responden que el pueblo está con ellos; prefieren el gesto simbólico a la medida práctica; solo soportan la prensa entregada; detestan el escepticismo. Incluso cuando pierden, ganan. Siembran mentiras para cosechar enfrentamiento. Acaban contagiando al vecino. Ni gobiernan ni dejan gobernar. Son una auténtica pesadez.

En fin, paciencia. Unidos en la tabarra de los salvapatrias, ya somos españoles todos y catalanes todos.

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