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Votar o no votar, ésa es la cuestión

En esta época marcada por la resaca de la crisis, las elecciones resultan más impredecibles que nunca. El politólogo Pablo Simón analiza por qué vamos (o no vamos) a las urnas

Papeletas en un almacén municipal de Barcelona para las elecciones generales del 28 de abril.
Papeletas en un almacén municipal de Barcelona para las elecciones generales del 28 de abril. ALBERT GARCIA
Pablo Simón

De entrada, los ciudadanos van a votar si disponen de los medios para hacerlo. Por ejemplo, en general está documentado que los individuos con más recursos y con más nivel educativo suelen ser más propensos a votar. Disponen en general de los ingresos, el tiempo o el “capital cognitivo” para poder implicarse el día de la elección. Pero estos recursos no tienen por qué ser exclusivamente individuales, sino que también pueden ser grupales. Aquellos sujetos que están más asociados o afiliados a partidos, por ejemplo, tienden a votar en mayor medida porque están más expuestos a redes que les ayudan a movilizarse en el momento concreto. Por lo tanto, cuanto más insertos estén los ciudadanos en la sociedad, más proclives serán a votar. Como se ve, esta dimensión material está bastante ligada con la actitudinal; es decir, se vincula a que los individuos también quieran participar. Los que tienen más recursos también suelen ser aquellos ciudadanos que se suelen identificar políticamente con alguna opción en liza o demuestran cierto interés por la política.

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Un ejemplo ideal para ver ese ligamen entre recursos y actitudes está en el abstencionismo de los jóvenes. Está bastante contrastado que esta dinámica es universal, se da en todos los países, pero también que es algo vinculado al ciclo vital del individuo: a medida que los jóvenes van madurando, cumpliendo años, tienden a asemejarse a sus mayores. Esta explicación es relativamente intuitiva. Cuando uno es joven suele tener menos ataduras, un puesto de trabajo menos estable (o ser estudiante), menos ingresos, suele vivir con sus padres o no tener vida en pareja. Esto genera una aproximación más difusa a la política. Sin embargo, a medida que el joven se va volviendo adulto y debe pagar impuestos, emanciparse, tener un círculo de relaciones estable, asentarse en una comunidad… esto le hace más consciente de la importancia que tiene la política en su vida y le conecta más con la sociedad que le rodea. Por lo tanto, a medida que va creciendo, se va volviendo un ciudadano más concienciado y proclive a tener un comportamiento político institucional mediante el voto (…). Un elemento interesante que también modula la participación en unas elecciones es la mayor o menor existencia de vías alternativas para influir en política. Cuando hay referendos con frecuencia, hay muchos canales para implicarse a través de diferentes grupos de interés o mecanismos de democracia directa; los ciudadanos dan menos importancia a las elecciones legislativas ordinarias. Éste, por ejemplo, es el caso de Suiza. Como allí hacen referendos sobre infinidad de temas y forman gobiernos de gran coalición permanente entre los cuatro principales partidos, la participación es bajísima en las legislativas, casi siempre rondando el 50%. No porque el sistema esté deslegitimado, sino simplemente porque la gente prefiere implicarse en política de otras maneras.

No se puede negar que, con todo, el voto encierra una paradoja. Si cada ciudadano hiciera un cálculo individual sobre si es racional o no votar, la gente se abstendría masivamente

Por último, hay que recordar que el tamaño importa. Está relativamente documentado que en aquellos lugares en los que la comunidad política es pequeña y relativamente concentrada territorialmente, la participación electoral suele ser mayor. La razón es muy intuitiva: como todos se conocen en un lugar reducido, bien por el sentimiento compartido de comunidad o bien por presión social, casi todo el mundo se acerca a votar. (…) Tiende a haber más participación en aquellos países en los que hay registro automático en el censo, existe voto obligatorio o, en su defecto, hay facilidades para poder votar, allí donde las elecciones son el sistema principal para participar en política y los ciudadanos residen en municipios pequeños. Pero a partir de aquí es cuando empieza a jugar el contexto específico de la elección.

Un aspecto a tener en cuenta es el tipo de votación a la que se convoque a los ciudadanos. Cuando los ciudadanos consideran que el resultado de esa elección tiene un impacto decisivo en políticas que le afectan en el día a día, entonces tienden a participar en mayor medida. Esto explica la conocida dinámica de las “elecciones de segundo orden”, las cuales impactan en las elecciones europeas y, en menor medida, las regionales. Como se considera que estas elecciones tienen menos importancia, bien porque la UE está lejos o no forma gobierno, bien porque las regiones no tienen tanta relevancia como la arena nacional, la abstención suele ser mayor. Hay que hacer mayores esfuerzos por parte de los actores políticos para que los votantes se acerquen a las urnas. Las elecciones generales son, por antonomasia, las que más interés captan del votante, tanto por su importancia como por la atención que se les presta desde los medios, así que en ellas suele haber mayor participación. Otro elemento clave tiene que ver con el contexto de la competición electoral. En general está bastante claro que cuando hay una competición reñida entre los partidos políticos, una en la que por muy pocos votos el resultado pueda ir en un sentido u otro, el ciudadano tiende a participar en mayor medida. El ciudadano considera que puede, en ese contexto, ser más decisivo, así que tenderá a acercarse a las urnas para decantar la balanza. Sin embargo, por lo que toca al menú de opciones y en qué medida eso favorece el voto o no, hay bastante más disputa. Es verdad que más partidos permiten una mayor pluralidad, y eso debería poder atraer a más ciudadanos a votar. Sin embargo, también es verdad que una mayor fragmentación obliga a formar más gobiernos de coalición, y ahí es competencia de los partidos y no de los ciudadanos el poner y quitar ejecutivos, algo que consecuentemente podría desmovilizar. En general está más claro que un sistema proporcional, en el que ninguna opción se penaliza frente a otras, suele favorecer la participación electoral (en los mayoritarios, muchos votos se quedan sin representación), si bien esto es especialmente así entre los ciudadanos con más recursos. Así pues, cuando la elección es nacional, está relativamente competida y hay, a grandes rasgos, un sistema proporcional con suficientes partidos, la participación electoral tiende a ser mayor (…).

¿Tiende a ser la abstención más de izquierdas que de derechas? Se sabe que en general los votantes menos acomodados tienden a abstenerse más, por lo que una subida en la participación significaría que estos sectores se están movilizando. Unos sectores que podrían ser más proclives a votar a partidos de izquierda. Sin embargo, subidas en la participación también suelen indicar que la gente se moviliza por insatisfacción, con lo que el ejecutivo puede perder votos, y la oposición, imponerse. Por lo tanto, es verdad que parecería a primera vista que una mayor participación ayuda a la izquierda, pero depende del contexto (si es gobierno u oposición) y, sobre todo, de la movilización diferencial. Es decir, de quiénes son los que finalmente se quedan en casa (…). No se puede negar que, con todo, el voto encierra una paradoja. Si cada ciudadano hiciera un cálculo individual sobre si es racional o no votar, la gente se abstendría masivamente. Al fin y al cabo, es muy poco probable que un simple voto sea decisivo y cambie el resultado de la elección, con lo que no compensaría desplazarse a un colegio electoral. Sin embargo, las tasas de participación en nuestras sociedades son notables, incluso con el descenso que se está produciendo en tiempos recientes en algunos países. La razón última es el papel fundamental que tiene la concepción de votar como un deber cívico. En las encuestas se indica de manera sistemática que para muchísimas personas votar es un acto de compromiso ciudadano, es una señal de apoyo al sistema y es un deber como miembro de la comunidad política.

Pablo Simón es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid y editor del colectivo de sociólogos y politólogos Politikon. Este texto es un extracto de su último libro, ‘Votar en tiempos de la Gran Recesión’, que se publica el 15 de abril (Gedisa).

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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