Un delirio eficaz
ESTOS ROSTROS TIENEN un denominador común: su inexistencia. No corresponden a nadie, son mapas sin territorio creados por una inteligencia artificial. Y pese a ello transmiten una impresión de verdad alucinante. Nos los creemos por su realismo, incluso por su hiperrealismo. No poseen un solo poro de mentira. He ahí el resultado de borrar las fronteras entre el original y la copia. El segundo paso consistirá en que las prestaciones de la copia superen las del original. Sucede ya con las noticias de la prensa: las falsas están con frecuencia mejor articuladas que las verdaderas. Y son tantas, por otra parte, que no hay policía capaz de desenmascarar más de un 5% o un 10%. Con las noticias falsas acabará ocurriendo lo mismo que ocurrió con las drogas: que su persecución estimuló su tráfico.
Pero, así como sabemos que el peor enemigo de las drogas sería su legalización, no tenemos ni idea de cómo frenar la avalancha de verdades ficticias, valga el oxímoron. De hecho, la verdad falsa más grande de todas es el dinero circulante, ya que su único respaldo es nuestra fe en él, una fe que mueve montañas y gracias a la cual el mundo se pone en marcha cada día. Un delirio, vale, pero un delirio que funciona. Gracias a él se apagan y se encienden los semáforos y abren sus puertas los grandes almacenes y se fabrica el pan. La vigilia ha comenzado a falsificar el sueño y el sueño a la vigilia con tal fidelidad que no sabemos cuándo nos encontramos en el lado de allá y cuándo en el de acá. ¿Qué distingue a estos rostros de aquellos con los que nos cruzamos cada día?
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