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Juicio del procés
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Septiembre negro

Millo concretó heridas de los guardias y que hubo que “usar la fuerza en más de 30 colegios”. Pero no ofreció acreditación indubitable

El exdelegado del Gobierno en Catalunya, Enric Millo, se dirige a declarar al Tribunal Supremo.Vídeo: Marta Fernández (Europa Press) / EPV
Xavier Vidal-Folch

Septiembre de 2017 fue, políticamente, un septiembre negro: empezó los días 6 y 7 con las ilegales y autoritarias leyes de desconexión. Y desembocó en el referéndum del 1-O, que tanta desgracia, falso mandato político y heridas físicas, sociales y morales trajo.

¿Fue también un septiembre aciago para el pacífico orden callejero?

El exdelegado del Gobierno en Cataluña Enric Millo así lo pespunteó ayer. Con dureza. Ayudada por ser viejo democristiano nacionalista (la pelea familiar hiere sangres en el banquillo) y el único del área de Rajoy que acabaría pidiendo “disculpas” por los excesos policiales del 1-O.

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Ese mes negro de Millo fue jalonado por más de 100 acciones de “acoso, hostigamiento, agresión, violencia”, cercos a cuarteles, arrojo de objetos incendiarios, obstrucciones a comitivas judiciales, escraches a hoteles que alojaron policías.

Casi todas ellas se orientaban a impedir que se cumpliera la instrucción judicial de evitar la consulta, sostuvo. Y en ellas hubo de todo: “Unos se manifestaban pacíficamente, otros no”, estaban “mezclados”.

Muchas exhibían el aroma del “golpe posmoderno” radiografiado por Daniel Gascón: una capacidad de movilizar en minutos a centenares de personas a través de las redes sociales, de “células autónomas espontáneas”, pero bajo hábil coordinación.

Millo concretó heridas de los guardias (93 lesionados: dedos rotos, fracturas de piernas, chalecos antibalas rotos, la trampa del Fairy para que resbalasen); y que hubo que “usar la fuerza en más de 30 colegios”. Pero no ofreció, ni le pidieron, acreditación indubitable: esperemos las periciales.

La contundencia del testigo obtuvo una contrarréplica eficaz, pero acotada, del abogado Javier Melero, vía reducción al absurdo: si hubo tantos y tan graves desórdenes, ¿cómo apenas hubo detenciones en septiembre?, ¿cómo ninguna el 20-S? ¿Y cómo solo cinco el 1-O, y un solo pase a disposición judicial?

Interrogantes, pues, para perimetrar la gravedad de los hechos. De la que el exdelegado excluyó explícitamente a Jordi Sánchez, de quien aseguró que jamás se conocieron mensajes suyos alejados de “conceptos básicos como la no violencia, el civismo y el pacifismo”, sorprendiendo visiblemente a algunos acusadores.

Así que Millo se centró en la violencia de ciertos —e indeterminados— manifestantes y la correlativa responsabilidad política del entonces president de la Generalitat, Carles Puigdemont.

Mientras el otro gran testigo de cargo de la jornada, el coronel Diego Pérez de los Cobos —coordinador de fuerzas policiales para el 1-O—, se afanó casi exclusivamente en la crítica a los mossos.

Mejor dicho: en la denuncia de lo que consideró su “pasividad absoluta”; su actuación “bajo la finalidad contraria” a cumplir la orden judicial de impedir el referéndum ilegal; la “insuficiencia, inadecuación e ineficacia” de su despliegue; el “seguimiento” sospechoso que hacían de sus guardias civiles y policías nacionales. Pero ayer no había ningún rival para que le contradijese.

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