Saint Louis por sorpresa
Así fue el segundo viaje de la redacción de Planeta Futuro a la ciudad senegalesa para el especial en el que narramos durante todo un año cómo se vive allí
Sucedió de un día para otro. Un martes llegué a la redacción por la mañana sin tener ni idea de que saldría por la tarde con un billete para el vuelo Madrid-Dakar que partía al día siguiente. Otras cinco compañeras de Planeta Futuro habían regresado de Senegal hacía apenas 10 días para poner las bases de lo que sería el proyecto Un año en Saint Louis, que trata de retratar la vida de una ciudad media africana a lo largo de 365 días. La idea era que todos fuéramos visitándola a lo largo de 2019, buscando historias de sus habitantes y contándolas en este espacio; pero yo no esperaba que me tocase tan pronto.
La ocasión se dio porque Pepe Naranjo, el corresponsal de EL PAÍS en África Occidental, había planeado visitar Saint Louis justo ese jueves, así que él podría hacerme de cicerone, además de ayudarme con el idioma. Porque no hablo francés, algo indispensable (o eso, o un traductor) para narrar la vida de esta urbe.
Normalmente, para preparar un viaje periodístico a otro continente se necesitan semanas de contactos previos, conversaciones con ONG que te puedan ayudar sobre el terreno, preparación de logística, agendar reuniones y entrevistas… En mi caso, nada de eso: en 24 horas estaría en Dakar y, un día después, en Saint Louis, buscando historias enfocadas en temas de salud, lo que podríamos decir que es mi especialidad. Sinceramente, pensaba que iba a ser un desastre, que no conseguiría nada interesante con tan poca previsión y que volvería con las manos vacías. Pero me equivoqué.
En España, sin contactos previos, para hablar con prácticamente cualquier organismo oficial al que quieras sacar en el periódico necesitas pasar por una serie de filtros que comienzan con el gabinete de prensa respectivo. Ellos estudian tu petición y, si lo consideran, te agendan una cita, que no suele ser precisamente para el día siguiente. En Saint Louis, todo fue distinto.
Gracias a los contactos que mis compañeras habían hecho, gracias a la indispensable ayuda y labores de traducción de Pepe, llegué con algunos números de teléfono. Nos reunimos con unas cuantas personas, algún periodista de la ciudad y gente de la ONG Hahatay, que está colaborando con el proyecto. Cuando les contábamos lo que buscábamos, en seguida nos dieron ideas: la jefa de la Región Médica, el presidente de la asociación de diabéticos, los responsables de un centro de investigación en la universidad, un investigador de esquistosomiasis (una enfermedad olvidada que abunda en Senegal)... Y cuándo hablábamos con ellos, todo eran facilidades. Desde casi el primer minuto estuve haciendo entrevistas. Una me llevaba a otra. Un entrevistado me facilitaba el teléfono de un tercero, que me atendía con apenas horas de preaviso.
Normalmente, para preparar un viaje periodístico a otro continente se necesitan semanas. En mi caso, nada de eso: en 24 horas estaría en Dakar y, un día después, en Saint Louis
Estuve una semana recorriendo la ciudad de arriba abajo, en taxi, andando, con la ayuda de Coco, de la ONG Mon-3, que me llevó en su maltrecha camioneta, con la que nos quedamos atrapados en la arena dos veces. Con su ayuda en las traducciones, y con las de unos estudiantes de español de la Universidad Gaston Berger (UGB), solventé la imperdonable tara de no hablar francés en Senegal.
En Saint Louis pude ver cómo las aguas fecales están poniendo en peligro la salud de sus vecinos, cómo una depuradora natural en la UGB trata de solucionar (en parte) este problema; hablé con médicos, pacientes y funcionarios del sistema sanitario para contar cómo es ponerse enfermo allí, con qué atención se encuentran sus habitantes cuando llegan a un centro de salud o a un hospital; estuve en un centro de investigación de células falciformes, una enfermedad genética que protege de la malaria, pero puede poner en peligro la vida de quienes la padecen; estuve con pacientes de esta misma afección y con otros que sufren diabetes, un creciente problema en esta parte del mundo. Conocí a una familia de pescadores, al artista que ha compuesto el himno oficioso de la ciudad, a Jay, que tiene uno de los hoteles-restaurantes más populares de Saint Louis; visité las increíbles instalaciones que Hahatay levantó en mitad de la nada en Gandiol, cerca del lugar donde los camiones vacían las cisternas de aguas negras de los pozos ciegos de la ciudad y se mezclan con los cultivos… Incluso el fin de semana conseguimos que nos concedieran entrevistas.
Cuando una semana después un taxi me llevaba hacia el moderno aeropuerto de Dakar, iba con un cuaderno cargado de notas, de conversaciones, de correos electrónicos y teléfonos. El resultado, dentro del especial Un año en Saint Louis.
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