Esos premios Nobel chiflados
La política es compleja, diversa y cambiante. Los errores conducen a los 'shocks' del pasado
El 12 de septiembre de 2008, justo tres días antes de que comenzase la crisis, JP Morgan, seguramente la primera institución financiera de EE UU, pronosticó que el crecimiento del PIB se aceleraría durante la primera mitad de 2009. La opinión de la mayor parte de los analistas profesionales y de los expertos en predicción era adecuadamente sintetizada en diciembre de 2006 por The Economist: “El capitalismo de mercado, la máquina que rige la mayor parte de la economía del mundo, parece estar haciendo muy bien su labor”. Esta descripción de un tremendo error corresponde a un trabajo publicado en 2013 por Alan Greenspan, el que fuera todopoderoso presidente de la Reserva Federal (Fed). Es un ejemplo de los fallos de pronóstico que cometen muchas veces los economistas en el ejercicio de su profesión.
Para comentar irónicamente estos yerros, la Harvard Business Review publicó un artículo que tituló “Estos Nobel chiflados”, en el que bajo el concepto de Premio Nobel se refería, en general, a los tantos economistas reputados que se han equivocado una y otra vez. Cuando se analiza el papel de cada uno de los sectores en la Gran Recesión se enumeran las responsabilidades de los golfos apandadores (los que robaron, los que abusaron, los que se enriquecieron), los reguladores y los políticos que lo consintieron, y las ideas erróneas que los economistas pusieron en circulación durante las décadas anteriores, que decían que era imposible que se reprodujesen los shocks del pasado. Una crisis que pocos pronosticaron y que el Nobel de Economía francés Jean Tirole —uno de los menos chiflados— describe del siguiente modo: nadie había imaginado el 9 de agosto de 2007, fecha de la primera intervención conjunta de la Fed y el BCE, que segmentos enteros del sistema bancario iban a tener que ser rescatados por los Estados; que los cinco bancos de inversión más importantes iban a desaparecer como tales; que otros de los principales bancos comerciales del mundo iban a zozobrar por haber adquirido riesgos disparatados; que una gigantesca compañía de seguros y dos entidades garantes de préstamos inmobiliarios iban a movilizar 350.000 millones de dólares; que los Gobiernos europeos y de EE UU iban a prestar directamente sumas importantes a la industria, y que los bancos centrales iban a utilizar políticas monetarias no convencionales e ir mucho más allá de su mandato acudiendo en socorro de los Estados y del sistema financiero (La economía del bien común; Taurus).
Buen resumen. Ahora aparece un muy interesante libro (Los economistas y la crisis financiera; Marcial Pons) en el que el profesor Antonio Torrero adquiere una posición “bastante crítica” del papel que han desempeñado los economistas en la crisis. Entre otros, por los siguientes aspectos: 1) porque nadie predijo la crisis (los que más se acercaron fueron economistas heterodoxos que advirtieron de los excesos, disfunciones y tendencias insostenibles en las finanzas); 2) porque la profesión de economista es muy gregaria (Tirole dice que la gente opina que todos los economistas piensan igual), y nadar en contra de la corriente no es fácil y conlleva costes: la asunción de la postura mayoritaria refuerza la solidaridad del grupo dominante y acentúa la marginalidad del minoritario; y 3) la dificultad de ser independientes en el momento de emitir juicios y proponer reformas (tan bien reflejada en el documental Inside Job). Recuerda Torrero que el novelista Upton Sinclair ha expresado una profunda intuición sobre la relación entre el mundo de las ideas y el pragmatismo de los profesionales: “Es difícil que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”.
Tener en cuenta estas limitaciones, además de que a la ciencia económica no se le puede pedir lo que no puede dar, es imprescindible para entender que en marzo de 2008, en plena crisis, el secretario del Tesoro americano, Henry Paulson, se pronunciara en estos increíbles términos: “Tengo una gran confianza en nuestras instituciones financieras y en nuestro mercado de capitales. Nuestras instituciones financieras y bancos de inversión son fuertes. Nuestros mercados de capitales son resistentes. Son eficientes. Son flexibles”. Premio.
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