Camarón en Montreux: crónica de un concierto inolvidable
Una evocación del irrepetible recital del 6 de julio de 1991 en Suiza, ahora 'resucitado' en CD y DVD
OYE, en el Festival de Montreux celebran una noche flamenca con Camarón y tal y cual. Vete y manda una crónica.
—Ya, os lo propuse hace tiempo y ni respondisteis. Ahora es tarde, las entradas están agotadas, el plazo de acreditaciones de prensa está cerrado. Y no hay una habitación de hotel en Montreux.
—Pues queremos que vayas.
La típica conversación entre la redacción de un periódico cualquiera y un corresponsal cualquiera. Así que el corresponsal cualquiera removió Roma con Santiago y Santiago con Montreux y, llorando llorando, consiguió la ansiada accréditation presse. Y una cama. No en cualquier sitio y no a cualquier precio: en el ultralujoso Montreux Palace —donde vivió Nabokov— y a lo que hoy serían cosa de 250 euros.
El periodista cogió el TGV París-Lausana y luego el trenecito que, bordeando los viñedos de Vaud y la orilla del lago Leman, lleva a Montreux, perla de la Riviera suiza. Era un 6 de julio de 1991. Montreux estaba hasta las trancas. Nada más llegar, alguien soltó al periodista que hacía de Nabokov: “¿Quieres subir a la casa de Claude Nobs?”. Nobs era entonces el director del Festival de Montreux (además de antiguo directivo de las compañías discográficas Warner y Atlantic y un excelente intérprete de armónica), labor que compartía con uno de los grandes genios de la producción musical, Quincy Jones.
Así que a eso de las cinco de la tarde, una furgoneta de cristales tintados depositaba al periodista y otros tres colegas en el impresionante chalet alpino sobre el lago Leman. Era la famosa casa en la que Nobs atesoraba su colección de sinfonolas, única en el mundo, y sus 200.000 vinilos. Al director de Montreux le gustaba llevar allí a los periodistas para que charlasen con las estrellas antes de los conciertos. Nada más entrar vi a José Monge Cruz. Camarón de la Isla estaba sentado junto a Tomatito, su inseparable amigo y guitarrista. Tomatito charlaba animadamente con Quincy Jones. Camarón estaba callado, con un vaso de agua en la mano, el rostro entre pálido y verdoso medio escondido detrás de su melena de león y la mirada perdida.
—Maestro, ¿qué le parece cantar por bulerías en un sitio como Suiza?
Tomatito hizo un gesto rápido, interponiendo su mano entre el informador y el cantaor. Pero el genio de la Isla de San Fernando dijo: “Está bien, está bien”, y contestó con una voz casi inaudible:
—Pues está muy bien, ¿no? Ya va siendo hora de que suene el flamenco por ahí, ¿no? Que no haya tanto tópico, hombre, que sepan fuera lo que es una bulería, ¿verdad?
Eso fue todo, la conversación duró como medio minuto. Ni el físico ni la cabeza de Camarón parecían en buena disposición para la charla. Y mucho menos para dar un recital aquella noche.
El show fue inolvidable, apenas 40 minutos de Camarón en vena, pero inolvidable. En el abarrotado Casino de Montreux —reconstruido tras el incendio de 1971, inmortalizado en el tema de Deep Purple Smoke on the Water—, Camarón se quedaba sentado dando palmas sin fuerza y con la mirada igual de perdida que horas antes en el chalet alpino, pero de repente, y sin que nadie se lo explicara, aquella voz, que antes no se escuchaba, salía disparada al aire de la noche, de aquella extravagante Noche flamenca en Montreux.
Lole y Manuel, El Pele (el cantaor que embrujó a Prince y a Bowie), Manolo Sanlúcar, Charo Manzano, Antonio Carbonell, Moraíto Chico, Vicente Amigo y Tino di Geraldo acompañaron a Dios aquella noche al borde del lago. Al final, Dios se arrancó por sevillanas antes de desaparecer entre sombras. Un año después, el 2 de julio de 1992, el cáncer de pulmón se lo llevaba por delante.
Aquella noche irrepetible quedó grabada en sonido y en imagen. Que hoy, 27 años después, vea la luz en forma de un disco y un DVD es un acto de justicia poética.
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