Dani Rovira & Emilio Martínez-Lázaro, pareja de hecho
Turulato. Así se quedó Emilio Martínez-Lázaro (Madrid, 1945) cuando vio por primera vez a Dani Rovira (Málaga, 1980) sobre un escenario. “Era una función de dos horas con este señor delante del telón manteniendo al público haciendo lo que él quería”, recuerda el director. Aquel flechazo fue el comienzo de una relación que va ya por su tercera película, después de arrasar en taquilla con Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes. “Somos una pareja de hecho del cine. Además, en mi caso los tres largometrajes han sido seguidos. Eso quiere decir que soy más fiel que él”, bromea Martínez-Lázaro, mientras señala a Rovira. “Yo, como soy más jovencito, soy un poquito más casquivano. Necesito entre uno y otro mi picoteo”, apostilla el actor.
Bromas aparte, lo cierto es que aun cuando sus vidas discurren por caminos distintos, artista y director siempre vuelven a encontrarse. Lo hacen de nuevo en Miamor perdido, una comedia romántica que se estrena el 14 de diciembre. La trama cuenta con dos personajes nada románticos y concentra la tesis de Martínez-Lázaro sobre el amor: “Cuenta lo que yo creo de la relación sentimental, que es que es muy fuerte cuando es buena, pero no tiene una duración infinita”. Un escepticismo que encuentra en Rovira apoyo inmediato. “Muchas películas nos han hecho creer ciertas cosas que no son reales. Historias de amor que cortan en el momento álgido, pero ¿qué pasa 20 años más tarde?”, cuestiona.
Cuatro años después de su estreno en la gran pantalla, el exmonologuista de El club de la comedia ya no es el mismo actor que dio vida a Rafa, el andaluz estereotipado de Ocho apellidos vascos. Ha perdido en inconsciencia y cuenta con más herramientas ante la cámara, asegura. Aunque en opinión del director madrileño, los recursos ya los traía de antes: “En esta nueva película no hay ni gota de farsa, es comedia de la difícil. O sale en condiciones o no hay nada detrás, porque no se hace el gilipollas. Es necesario que el personaje esté bien y que tenga peso, y lo ha hecho tan bien como hacía la farsa”. Rovira tampoco escatima en elogios al cineasta. A su manera: “Trabajar con él es lo más parecido a trabajar en casa, porque como mi primera experiencia en el cine fue a su lado, es como volver a la cuna. Hay una sinergia bonita, de repente nos encontramos y se enchufa el wifi sin que le metamos el password, porque ya tenemos esa conectividad”.
Que el humor y las expresiones políticamente incorrectas no son solo una herramienta de trabajo, sino que forman parte de su código a la hora de comunicarse, es algo que se desprende rápidamente de una conversación con ambos. Aunque con algunas diferencias. Rovira, casi 40 años más joven que Martínez-Lázaro, se muestra más cauto en sus comentarios e, incluso, admite cierta autocensura. “Igual ya no me merece la pena, no solo soltar un chiste, sino que cada vez que hago una entrevista estoy con el culo apretado para al día siguiente no ser trending topic por un titular fuera de contexto o incluso tergiversado, que me ha pasado”, reflexiona el actor. Para él, la sociedad actual adolece de un exceso de susceptibilidad, que es necesario revisar cuando se habla de los límites del humor. Un debate en el que el director madrileño tiene muy clara su postura. “Si es sobre una institución o sobre algo colectivo o abstracto no hay ningún límite. Ni la religión obviamente, que es lo más risible que yo puedo encontrar en esta vida. No hay nada tan gracioso como que se caiga una estatua en una procesión de Semana Santa como yo he rodado en Ocho apellidos catalanes, a pesar de que se empeñó el alcalde de Sevilla, que por cierto luego fue ministro del Interior, en que no lo rodáramos”, sostiene Martínez-Lázaro, en referencia a Juan Ignacio Zoido. Y remata: “Lo que pasa es que podemos discutir qué es humor y qué no. Hay veces que pienso: el límite te lo has puesto tú porque no tienes ni puta gracia”.
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