Emilio Martínez-Lázaro, hombre de éxito
Entre los taquillazos de este director se encuentra la película 'Ocho apellidos vascos'
Este cineasta madrileño de 70 años está viviendo una época de esplendor. Recientemente ha tenido dos éxitos apabullantes, Ocho apellidos vascos y Ocho apellidos catalanes, que le reconfortan, dice con buen humor, “entre otras razones porque superaron en taquilla a las grandes superproducciones americanas… con lo que me deben odiar muchísimo en Estados Unidos. Y especialmente porque le demostraron al ministro Montoro que se equivoca cuando declara que el cine español no gusta. Decir eso es de paletos”.
A estos dos grandes triunfos se suman los que obtuvo en 2002 y 2005 con las comedias musicales El otro lado de la cama y Los dos lados de la cama, así como con el drama histórico Las 13 rosas (2007), que él sigue recordando con gran cariño. “Es la película que más emociones me ha dado viéndola con el público y oyéndoles llorar”. Y no han sido estos sus únicos aciertos. Al comenzar su filmografía logró el Oso de Oro del festival de Berlín con Las palabras de Max, que compartió con Las truchas de García Sánchez. Y en 1980 con la modesta película Sus años dorados no solo triunfó, sino que sigue manteniéndose de actualidad: habla de la incertidumbre de los jóvenes, del paro…
Pero no siempre ha cosechado éxitos en su trayectoria Emilio Martínez-Lázaro. De La voz de su amo (2000) en la que hablaba de corrupción y terrorismo, comenta: “Es la película que menos ha recaudado de todas las mías aunque sea el guion más completo que he escrito en mi vida. También me gusta mucho Amo tu cama rica y puedo decir con seguridad que es la segunda mía que menos éxito ha tenido”. Por no hablar de La montaña rusa (2012) “que gustó a algunos que la vieron pero escandalizó a otros porque trata de una chica que no encuentra placer sexual en sus relaciones… hasta que finalmente lo logra clarísimamente. Me pregunté si es que ha vuelto a España el puritanismo de los años cuarenta o el del siglo anterior. Se sabe que muchos distribuidores son del Opus Dei… pero no si esa fue la razón. El caso es que el productor la mantuvo en cartel solo durante dos semanas. Y esto me lleva a decir que una película no existe si no tiene la distribución adecuada. Puede que por esa razón se nos estén perdiendo algunas muy interesantes. Las reglas del espectáculo no consisten solo en el valor intrínseco de lo que se hace sino en el valor que le da la comercialización, el saber dirigir la promoción al público adecuado para que sobreviva en esta jungla”.
Martínez-Lázaro no tiene prisa en este momento para dirigir otra película: “No quiero hacer una tercera parte de los apellidos. El público tiene una conciencia colectiva muy acerada y diría 'jodeeer, no os paséis'. No existen en otros lugares de España situaciones parecidas a las de Cataluña y el País Vasco. Ya está todo hecho y repetirlo de nuevo sería de idiotas. En cualquier caso habría que esperar".
Aún así, “despacito, despacito”, está trabajando en dos proyectos, uno es una comedia, y el otro va “sobre un tema que a mí me ha interesado siempre mucho, una película situada en la posguerra española durante la II Guerra Mundial. Sé que es difícil hacerla porque hay gente a la que le da grima oír hablar de franquismo o de posguerra. ¿Pero cómo vas a hacer en España en este momento películas románticas, ni siquiera como Casablanca, con todo lo que está ocurriendo? Hay que hacer como Todos a la cárcel, de Berlanga. Los americanos llevan años y años hablando de su guerra civil, ¿por qué aquí no se puede hacer? Pues porque la derecha no nos deja. ¿Y por qué? Porque los muertos siguen en las cunetas. Hay un marco de silencio ominoso para no hablar de los muertos en la Guerra Civil. Bueno, de algunos sí porque sus nombres los hemos tenido colgados en los campanarios de todos los pueblos, los muertos por Dios y por España nos los sabíamos de memoria. No es casualidad que no quieran que se hagan películas sobre esa época, pero yo quiero rodarla, no haciendo sociología –odio las películas sociológicas o políticas, creo que son un camelo de arriba abajo porque en hora y media no puedes desarrollar un discurso medianamente coherente mientras tratas de cautivar al espectador emocionalmente–, lo que pretendo contar es una historia que transcurre en ese contexto, eso es todo. Si llego a mostrar en Las trece rosas algo parecido a lo que fueron las detenciones y cuanto ocurrió en realidad, el público no lo hubiera podido aguantar. Toda esa época fue terrible”.
¿Y cómo es la presente? “Este país es de izquierdas pero eso no sirve de nada. La izquierda no sabe trabajar en política, solo sabe hacerlo en ideas. Ahora estamos en lo de siempre, con una izquierda que no se arregla mientras la derecha habla de España como de una propiedad privada, como si fuera algo solamente de ellos”.
Pero nos queda la risa. “Haber metido en la cárcel a dos titiriteros me parece una cabronada enorme. Pero pienso que la razón estuvo en que el público no se reía, si los niños y los padres se hubieran descojonado no habría pasado nada pero es que los niños lloraban y los padres se mosquearon. En El otro lado de la cama había risa y la risa lo mata todo, como las cuestiones políticas en Ocho apellidos vascos. Una carcajada del público anula cualquier sensación incómoda que pueda haber por cualquier incorrección y eso querría hacer yo siempre, pero reto a mis colegas a hacer una película donde haya una carcajada continua durante 90 minutos. Es muy difícil. Yo no tengo la formula, si la tuviera la seguiría aplicando, pero no me cabe duda que acertar con el público es magnifico aunque siempre que no tengas de qué avergonzarte, naturalmente. La risa es una manera estupenda de hablar del nacionalismo vasco y la kale borroka (violencia callejera) o de los catalanes independentistas, entre otras cosas".
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