La noche más oscura de Edgar Allan Poe
El autor se propuso revelar la razón de la oscuridad de la noche en un ensayo de anticipación cosmogónica que responde a la paradoja del astrónomo alemán Olbers: en un universo astral eterno e infinito, el cielo no debería carecer de luz
Desolado tras la muerte de su esposa y obedeciendo a un impulso incontenible, Edgar Allan Poe se dispuso a explicar que la expansión del universo está escrita en la oscuridad del cielo nocturno.
Cuando su esposa aún estaba con vida, la pareja salía a pasear cada noche bajo las estrellas. Juntos observaban el vértigo de la oscuridad rotando alrededor de los cuerpos celestes y, por extensión, la incógnita que salpica los huecos negros del cielo. Esa fue la causa primera que llevaría al escritor a buscar de qué preguntas es respuesta el universo. Cuando su esposa murió, Poe se precipitaría también a la muerte, resumiendo su búsqueda en la siguiente proposición lógica: “Puesto que nada fue, en consecuencia todas las cosas son”.
Virginia Eliza Clemm y Edgar Allan Poe eran primos aunque eso no les impidió casarse cuando ella todavía era una niña que tan sólo contaba con 13 años de edad. Virginia moriría tiempo después, a los 24, víctima de la tuberculosis. Desde entonces, Poe se perdió buscando una ausencia que influirá no sólo en su poema Annabel Lee, sino también en el ensayo que hoy nos ocupa, titulado Eureka, y que el autor norteamericano prefería denominar poema en prosa.
Al quedarse viudo, Edgar Allan Poe se propuso revelar la razón de la oscuridad de la noche y para ello escribiría este ensayo de anticipación cosmogónica, en el cual dará respuesta a la pregunta formulada por el astrónomo alemán Heinrich Wilhelm Matthäus Olbers en su conocida paradoja donde se afirmaba que, en un universo astral eterno e infinito, como el aceptado por entonces, el cielo no debería carecer de luz, siendo totalmente luminoso y sin regiones oscuras. Pero esto no es así. ¿Por qué entonces, si el universo es infinito, el cielo de la noche es oscuro?
Olbers indicaba que el cielo es negro porque la materia interestelar absorbe la radiación de las estrellas, debilitando su luz. Por lo mismo, siguiendo el razonamiento de Olbers, el cielo nocturno no presenta una luminosidad tan plástica como la presentada por Van Gogh en su cuadro “La noche estrellada”. Poe, que no creía en la absoluta infinitud del universo astral, se dispuso a explicar los huecos negros, los “vacíos” de la noche salpicados por puntos luminosos.
A la naturaleza le gusta ocultarse, según dice el famoso aforismo de Heráclito. Y Poe, siempre favorable al contraste, decidió poner luz sobre ella. “Si la sucesión de estrellas fuera infinita, el fondo del cielo nos presentaría una luminosidad uniforme, como la desplegada por la Galaxia, pues no podría haber en todo ese fondo ningún punto en el cual no existiera una estrella (...) la única manera de comprender los vacíos que nuestros telescopios encuentran en innumerables direcciones, sería suponiendo tan inmensa la distancia entre el fondo invisible y nosotros, que ningún rayo de éste hubiera podido alcanzarnos todavía. ¿Quién se atreverá a negar que pueda ser así?” escribiría Poe con lucidez científica, poseído por esa capacidad visionaria que anticipa la incertidumbre del entorno, resolviendo a su manera la paradoja de Olbers que nos trae la incógnita de la oscuridad del cielo en la noche.
Con todo, la explicación de una materia absorbente formulada por Olbers resulta anémica, pues, la radiación estelar absorbida se tendría que volver a emitir de alguna forma, ya que la materia que absorbe la luz se calentaría con el tiempo y al final emitiría su radiación con brillo estelar. Con tales asuntos, Poe se presentó ante el editor Putnam.
Descubrimiento
En sus ojos llevaba el relámpago dorado de la locura y, bajo el brazo, las cuartillas de su poema en prosa. Ya le quedaba poco tiempo de vida y con la autoridad que da el saberse muerto, confesó que había escrito una cuestión de suma importancia que iba a provocar un interés científico tan significativo que se vería traducido en un gran negocio editorial. Lo que demostraban aquellas cuartillas venía a ser un acontecimiento de más importancia que el descubrimiento de la gravitación de Newton, aseguró Poe.
Dicho esto, el escritor propone una primera tirada de 50.000 ejemplares. Pero el editor neoyorquino, llevado por la prudencia, publicaría el libro reduciendo la tirada a 500 ejemplares. Estaba escrito que aquel trabajo de Poe pasaría sin pena ni gloria debido a la mentalidad de la época y, sobre todo lo demás, a la etiqueta que Poe cargaba como autor maldito, lo más parecido a la piedra de Sísifo cuyo peso es la medida de un castigo empujado cuesta arriba.
Al final, el ensayo Eureka se convertiría en ejemplo de cómo un literato con aficiones de investigador, es capaz de alumbrar teorías científicas mucho antes de que estas se hagan evidentes. Como escribiría ese otro poeta visionario, William Blake “Lo que ahora está probado, en su momento, alguien lo imaginó”.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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