Sergio de Rico, el inventor del asiento salvavidas
Un accidente mortal de sus compañeros de colegio en autobús le marcó de niño. Se hizo ingeniero. Y lleva 12 años perfeccionando un sistema de seguridad vial multipremiado, que convierte las butacas de un autocar en camillas
EL TALLER es amplio y en su interior la voz de Sergio de Rico resuena con un eco cuando viaja a su infancia y recuerda el episodio que lo marcó para siempre. Tenía 11 años y era alumno del Liceo Francés de Madrid. Sus compañeros de la clase de al lado se fueron de viaje a esquiar en los Pirineos franceses. Tras su estancia en la estación de Saint-Lary-Soulan, el día en que emprendieron el regreso, en autobús, había temporal y la carretera estaba helada. Aun así, salieron. El trayecto duró poco. El autocar derrapó, se salió de la calzada, dio tres vueltas de campana y fue a caer al final de un barranco de 20 metros. Murieron cuatro niñas. Otras 14 personas resultaron heridas. De Rico, además, vivió de cerca el drama de las repatriaciones de heridos y cadáveres: su madre era entonces la médica del colegio. La tragedia dejó una huella imborrable en este ingeniero de 38 años. Y explica en gran medida los caminos que ha ido tomando y el invento al que ha dedicado los últimos 12 años de su vida: un sistema de seguridad vial con el que espera salvar muchas vidas. Él lo ha bautizado E-Rescue. Y resulta algo tan sencillo como un dispositivo que convierte cada asiento de un autobús en una potencial camilla.
De ojos claros y vivos, y vestido con un jersey de pico y sin mangas, al estilo de un chófer de autobús, De Rico se acerca a una mesa en el taller, abre la cremallera de una funda y de allí extrae un dummy de tamaño real que da bastante grima: tiene brechas, golpes, quemaduras. Y le falta un dedo. El ingeniero lo sienta en una butaca de autobús. Parece un asiento normal de un autocar cualquiera, pero le ha añadido su invento. En tres minutos, De Rico inmoviliza al muñeco, desacopla el asiento y, con ayuda de otra persona, se lo lleva en volandas como si fuera una camilla.
En esta era de apps mágicas y diseños sin aristas, la creación del ingeniero madrileño resulta decepcionante a simple vista: un cuadrado amarillo de metal con barras de aluminio reforzado, tornillos aquí y allá y una bolsa adherida. El cuadrado se instala entre la butaca del autobús y el bastidor. En caso de accidente, el rescatador puede liberar la silla y convertirla en una camilla. Y al accionar el mecanismo, del asiento también se desprende un paquete, similar al de los chalecos salvavidas de los aviones. Contiene un collarín y un arnés de inmovilización del paciente, con el que es posible sujetarlo al respaldo.
Un accidente es una carrera contra reloj: el traslado al hospital en los primeros 60 minutos resulta clave para salvar vidas
De Rico estudió Ingeniería Industrial. Pero durante los años de universidad se hizo técnico sanitario y recorrió Madrid en UVI móviles. Actuó en todo tipo de situaciones: sobredosis, navajazos, infartos. “Los accidentes de tráfico fueron lo que más me impresionó”, dice. “Son una carnicería”. Y también una carrera contra reloj: exigen el traslado de los lesionados a un hospital cuanto antes, a ser posible en los primeros 60 minutos, la hora de oro, clave para realizar las intervenciones médicas que evitan la muerte. Pero para posibilitar ese traslado, añade, hay que inmovilizar al paciente y sacarlo del vehículo despacio. A él, como técnico sanitario, le tocaba esa tarea. Y así, sobre el terreno, le surgió la idea. El dispositivo habitual para inmovilizar heridos es la férula de Kendrick, un corsé rígido que se le coloca al accidentado. Obliga a manipular a la persona y a sacarla a pulso para colocarla sobre la camilla. Cuando a De Rico le tocó elegir un tema para el proyecto de fin de carrera, pensó que merecía la pena agilizar esa labor.
La mayoría de soluciones en seguridad vial, explica, tratan de prevenir accidentes. Su enfoque es distinto: la “seguridad posaccidente”, la denomina. Su invento no evita una colisión. Y tampoco sirve de mucho si uno no se pone el cinturón de seguridad. Pero si los barcos llevan botes salvavidas, ¿por qué no buscar elementos similares para los vehículos de carretera?
Con esta idea ganó en 2009 el accésit del Colegio de Ingenieros de Madrid al mejor proyecto de fin de carrera, el Premio de la Fundación Barreiros en 2012 y el Premio Emprendedores y Seguridad Vial de la Fundación Línea Directa en 2018. Este año ha puesto en marcha la nave a las afueras de Madrid desde donde prevé comenzar a producir a gran escala. Ha instalado ya el sistema en 12 autobuses: 2 de la empresa ALSA (líder del sector) y otros 10 en autocares que usa Petronor para trasladar a sus empleados.
Su sistema, premiado por el Colegio de Ingenieros de Madrid y la Comisión Europea, ya ha sido instalado en 12 autobuses
Gracias a una ayuda del programa Horizon 2020 de la Comisión Europea, el año pasado organizó un simulacro para mostrar el potencial de su dispositivo. Un equipo del Servicio de Urgencia Médica de Madrid se enfrentó a la tarea de rescatar a los 55 ocupantes de un autobús con y sin su sistema instalado. El rescate tradicional se prolongó una hora y veinte minutos: los operarios se adentraron con dificultad en el autocar; apenas tenían hueco para manipular camillas y pacientes. Con su mecanismo, la evacuación duró media hora; los rescatadores volaron al ritmo de dos liberados por minuto.
Al ingeniero le tiembla la voz a medida que narra cada hito en este viaje: los prototipos, el lento avance prueba y error en el garaje de sus padres, las visitas a ferias del automóvil por Europa —“les presentaba una solución para un problema que ni se habían planteado”—, la elección de los materiales (propios de la industria aeronáutica), los ensayos y homologaciones oficiales, los papeleos de patentes, la búsqueda de inversores. En el origen, su invento iba destinado a los coches particulares, pero optó por arrancar con los autobuses para que vaya calando el concepto. Confía en que llegará a los turismos. “Quiero que esta idea se haga universal. Salvar cuantas más vidas mejor”. Y se le cuela un brillo en los ojos. De algún modo, da la sensación de que De Rico lleva desde los 11 años tratando de volver atrás en el tiempo.
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