Hemos comprado la idea de éxito que nos han vendido (y nos han engañado)
La fórmula del éxito tiene en cuenta el tiempo libre y nosotros lo estamos olvidando
Es una lata el trabajar. Todos los días te tienes que levantar y desayunar a toda prisa, exponerte al consabido atasco o a un largo trayecto en transporte público, y hacer funambulísticos equilibrios para encajar las docenas de tareas de la jornada. Pero de eso se trataba, ¿no? "El que algo quiere, algo le cuesta", le dirán. Todo sea por medrar, por prosperar, por conseguir ese ansiado ascenso que trae pareja una sustancial subida de sueldo. Ya descansará cuando pueda poner los pies sobre la mesa de su despacho en la planta noble del edificio. Porque, aparte de esto, la vida pasa felizmente si hay dinero, reconocimiento profesional. Ese es el verdadero éxito. O no.
"Definitivamente, tenemos equivocado el concepto", lamenta Aritz Urresti, experto en técnicas de mejora de la productividad profesional y personal: "La fórmula aceptada, la que nos han vendido, es que éxito es igual a un buen trabajo y mucho dinero. Pero el éxito real se basa en el equilibrio entre las seis áreas cruciales de la vida: salud, familia, profesión, formación y los planos social y espiritual". Por eso, cualquiera que trabaje 15 horas al día, aunque reciba al final de cada mes un opíparo sueldo, jamás podrá vanagloriarse de ser una persona auténticamente exitosa.
No todo es dinero o posición. El experto en habilidades de comunicación y coach de directivos Julio García Gómez, en una línea similar a la descrita por Urresti, entiende el éxito como la combinación entre la autoafirmación y la admiración de los demás: "Cualquiera que haya logrado tener un trabajo que le gusta, que le motiva y le hace crecer, con el que mantiene una constante intención de superarse y que, además, le permite tener equilibrio en los demás planos de la vida, puede considerarse una persona exitosa".
No tener tiempo para descansar nos convierte en esclavos
Más contundente es la sentencia de Nietzsche: "El que no tiene dos terceras partes de la jornada para sí mismo es un esclavo, ya sea político, comerciante o erudito". Máxima que sí marca la idiosincrasia de los países del norte de Europa: "Si bien en Estados Unidos es el capital el que manda, igual que en Reino Unido es la posición social, en los países nórdicos son las mismas empresas las que penalizan al trabajador cuando trabaja más horas de las que le corresponden", explica Urresti, quien contrapone ese sistema al que aquí impera, el de que el trabajo únicamente se mide por horas.
"La ecuación correcta es 'Productividad = Calidad de Trabajo/Tiempo'; lo contrario es presentismo o, en todo caso, jornadas maratonianas que consumen el espacio necesario para establecer un auténtico equilibrio y, por tanto, el verdadero éxito", sentenció el Premio Nobel de Literatura John Steinbeck, autor de obras como De ratones y hombres y Las uvas de la ira. Sabía Steinbeck que consagrarse al trabajo, distrayendo la salud, trae nefastas consecuencias hoy avaladas por la ciencia. Y de esta fórmula el tiempo es precisamente lo que estamos descuidando.
Las psicólogas Colombo y Cifre explican en su estudio sobre la importancia de recuperarse del trabajo que las actividades de bajo esfuerzo como la lectura, las sociales como las reuniones con amigos, o las deportivas, mejoran la salud física y mental del individuo, combatiendo el estrés y el agotamiento. Otra investigación, elaborada por el experto en salud y liderazgo Srini Pillay, sostiene que la concentración excesiva conduce al cerebro a un estado de extenuación que puede conducir a la pérdida de control. Y en BuenaVida ya hablamos de la necesidad de invertir tiempo en el arte de hacer nada, como bálsamo para aliviar los rigores de la vida moderna.
Cómo nos han engañado
De lo contrario, el día a día terminará por abocar a situaciones insostenibles. Como esta, que recuerda Aritz Urresti: "El directivo de una gran empresa acudió a mí sabedor de que había perdido la perspectiva. Recién operado de una hernia, decidió volver a trabajar, lo que le impidió recuperarse correctamente y le hizo volver a causar baja, precipitándole a una segunda operación más grave". Pedía ayuda porque, si nadie le enseñaba a priorizar, era consciente de que terminaría repitiendo el patrón.
La carrera al liderazgo exige muchas veces una dedicación sin límites; y aquel directivo, como tantos de nosotros, no supo ponerlos. "Hemos asumido como cierto el ejemplo de éxito que nos han vendido", afirma el coach de directivos García Gómez, "la imagen del triunfador que tantas veces hemos visto en el cine o la televisión y que el sistema refuerza al situar el dinero como el eje de casi todo lo importante".
Triunfador era el que alcanzaba el sueño americano, parodiado en El show de Truman: casa en propiedad, trabajo estable y familia adorable. Este sueño, en las películas made in Hollywood, solo lo podían acariciar los blancos; hasta que, en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos envió a las tricheras a los hijos de sus familias perfectas.
West Side Story es —cuenta el crítico de cine de la National Public Radio Bob Mondello— uno de los ejemplos de cómo la industria del cine volvió la mirada entonces a las minorías olvidadas para venderles ese sueño que tan bien había adoctrinado a sus jóvenes blancos en la cultura del esfuerzo y el trabajo, y que con tanta eficacia nos ha poseído al resto. "Es el sistema que nos conduce a morir de éxito cuando, realmente, ese éxito es incompleto, ya que distrae otras áreas fundamentales de la vida que configuran la auténtica plenitud", recuerda García Gómez.
"El mayor goce es el descanso después del trabajo". Lo dijo Kant, probablemente exhausto tras concluir alguno de sus tratados y quizá dispuesto a disfrutar de una tarde de solaz y esparcimiento. Sin voluntad de criticar nada; ni la razón pura ni la práctica. Simplemente dispuesto a dejar que su cerebro se oxigenase para poder retomar, más tarde, su tarea de trabajar para convertirse en uno de los filósofos cruciales de la Historia. Y si él se lo permitía, ¿por qué nosotros no?
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