‘Todes les chiques’
Las cuestiones de género han adquirido una importancia decisiva —y creciente— en todo el debate lingüístico
ALGUIEN DEBE HABER dicho —y si no lo dijo lo pensó— que no hay verdadero cambio si no cambia el lenguaje. O que no hay verdadero cambio que no cambie el lenguaje. Y es cierto que no son muchos los cambios que crean formas nuevas de decir. Estos, sí.
Los argentinos suelen ser extremos —y más cuando de hablar se trata. Lo sé, pero aun así, en estos días en Buenos Aires me sorprendió la difusión de eso que el lenguaje más actual ha dado en llamar “lenguaje inclusivo”. El nombre supone, faltaba más, que los otros lenguajes no lo son. Y en esa idea basa su difusión.
Al calor de las movilizaciones feministas —primero el Ni una menos, después la legalización del aborto—, las cuestiones de género han tomado un lugar decisivo en el debate criollo. Pasa lo mismo en otros países —España, sin ir más lejos, por la violencia machista— pero la difusión de ese lenguaje parece más tímida.
—Hay poques diputades que sigan indecises.
Decía, por ejemplo, en una nota de televisión, una líder estudiantil jovencita sobre la discusión parlamentaria del aborto —y muchos lo usan todo el tiempo. Es cierto que es un sector acotado: chiques urbanes, menores de 25, clase media, tirando hacia la izquierda o alguna forma de la modernidad; es cierto también que esas cosas siempre empiezan en alguna parte, y después siguen o no siguen.
Esta empezó al revés. Los lenguajes, en general, primero se hablaron y después se escribieron. Este existió por escrito antes que a viva voz. Se escribía tod@s o todxs y no estaba claro cómo decirlo; ahora la palabra escrita encontró su forma oral: la e como manera neutra.
A muchos nos complica: la Real Academia, por ejemplo, se blindó y dijo que ni modo. Yo lo he discutido con muchas amigas —algunas mujeres, otros hombres. Les cuento que preferiría mantener las terminaciones clásicas en a y en o: que las terminaciones en e me suenan a rayos, chiste malo. Detesto tener ese oído conservador, pero ¿qué es un idioma sino la conservación y uso de un conjunto de signos acordados, recordados?
Para evitar esos sonidos raros, les digo, se podría definir que el femenino incluya tanto como el masculino: que todas contentas sea lo mismo que todos contentos, que todas sea todos. Lo cual implica un pequeño sacrificio lingüístico: ahora, cuando se dice todos, no se sabe si se trata de todos masculinos o masculinos y femeninas, pero cuando se dice todas se sabe que son todas femeninas. Habría que aceptar la pérdida de esa especificidad —que todas también pueda ser femeninas y masculinos— pero, a cambio, se establecería esa igualdad: que, para armar el plural, masculino y femenino sean equivalentes. Eso, imaginaba, comunicaría la igualdad entre los géneros. Hasta que me explicaron que era un viejo:
—El problema es que vos te creés que solamente hay dos géneros. Es cierto que con lo que decís igualás a esos dos, pero estás excluyendo a todos los demás.
Me dijo mi sobrino Diego, 15 años.
—¿Y cuáles son todos los demás?
—No sé, todes, cualquiera. El que cada cual se autoperciba. O ninguno: ya no importan los géneros, importa la persona.
Se puede discutir: la idea de que los géneros no son dos sino infinitos o ninguno, según cómo se sienta cada quien, es mucho más radical que decir todes. Y entonces ya no hay que debatir cómo se enuncian los plurales sino si corresponde o no definir el género de lo que se nombra, si de verdad son incontables. Todavía no estamos allí; si eso empieza a ser cierto, será cierto que se precisarán formas nuevas de decir para decirlo. Mientras, hay un lenguaje que se va imponiendo, que ya no es una idea peregrina sino vida cotidiana: les chiques parecen contentes.
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